Desde hace dos meses, un grupo de militantes lleva a cabo una huerta urbana en Villa Pueyrredón. En los terrenos linderos a Argerich y Curupaytí, han sembrado todo tipo de semillas y se encargan de cuidarlas y atenderlas. Los sábados realizan talleres, para que cada vecino y cada vecina puedan también aprender y replicar su huerta en sus casas con un cajón. Como es este proyecto que apunta a “huertear” el barrio defendiendo un uso colectivo del espacio público.
Por Mateo Lazcano
¿Pueden mezclarse el tránsito de autos y colectivos, el pasar del tren o de aquellos que pasan corriendo o caminando por la vereda con un tallo que pacientemente, y solo a metros, crece y dará frutos? Para conocer la respuesta, solo basta acercarse al terreno ubicado en Argerich y Curupayti, en Villa Pueyrredón, donde hace poco tiempo se realiza una huerta comunitaria, con decenas de semillas de todo tipo y con el cuidado y la atención de los y las vecinas.
El proyecto de “Huerta urbana” nació hace dos meses, por iniciativa de un grupo de personas de la Unidad Básica “Rodolfo Walsh” (Nazca 5481), de “La Cámpora”. “Empezamos a pensar un proyecto sobre ocupar el espacio público, reflexionar sobre qué comemos, o qué cosas vienen en las verduras cuando las compramos”, enumera uno de ellos Enrique Legarreta, jardinero de oficio.
El proyecto está vinculado a una idea rectora: la “Soberanía alimentaria” (un concepto que desarrolla el Ingeniero Carballo en la UBA). El mismo está relacionado con “pensar la alimentación desde el lugar de las necesidades humanas, poniendo el eje en lo humano y no en el capitalismo. Hoy nos alimentamos de lo que es rentable, a eso responde el sistema agroalimentario argentino”, explican los encargados del taller.
La propuesta entonces es vincular esa soberanía alimentaria con lo urbano, con cultivar en plena ciudad. Y hacerlo en común en el espacio público. “Cultivar es plantar una semilla, cuidarla, verla crecer y después alimentarte de eso. Aunque forme un 1% de lo que es tu alimentación, es un trabajo colectivo, en conjunto, y es un aporte a la gran necesidad de alimentos que tenemos”, detalla una de las integrantes.
Los organizadores definen al proyecto como ambicioso. Explican que desearían acompañar el terreno lindero a la vía hasta la Av. General Paz. Pero tampoco se detienen ahí: está la idea de “huertear” el Barrio Gral. San Martín, que posee mucho espacio verde entre los departamentos. “Queremos que sea visible la apropiación de los vecinos del espacio público. El espacio público no es algo estático, nos pertenece, es de uso común”, enfatizan. La idea está en que se empiecen a sumar otras comunas.
Los organizadores son concientes de que implementar tal proyecto en plena vía pública puede traer rechazos. “Sabemos que es un proceso, y que por nada hay que bajar los brazos. Puede haber que haya vandalismo, y si lo rompen lo volveremos a hacer. O siempre está el temor de que se roben los frutos”, comienzan.
Dicen además que se topan con algunos vecinos que “tiran la bronca” y que, por ejemplo, cuando comenzaron a delimitar el terreno para sembrar creyeron que instalarían un asentamiento. “No nos prendemos. Es parte de nuestro trabajo convencerlos y que cambien su parecer. Que entienda que el espacio público es mío, y también de él y de todos, y que entre todos debemos cuidarlo”, se muestra predispuesto Enrique Legarreta.
Sin embargo, pese al poco tiempo que lleva la actividad, la predisposición es muy buena por parte de la gente. “Viene la familia joven, con chicos, los abuelos con los nietos, las parejas que llevan años viviendo en el barrio, una linda mezcla” explica entusiasmada Cecilia Gregoratto. Asegura que quieren trabajar “la identidad de Villa Pueyrredón”.
“Este no es un barrio de clase media, de gente que vive en casas nuevas y que casi no se saluda, sino que son vecinos que se juntan, se proponen hacer algo colectivo, se embarran los pies, y se relacionan”, desarrolla. Los resultados, al menos de los incipientes encuentros, le dan la razón.
En cuanto a la labor en el taller, el mismo está en proceso de organización. “Estamos tratando de armar un esquema entre todos los que venimos al taller para que vayan algunos cada día. Allí hay que controlar que no esté seca la tierra, que no haya patógenos como hongos o insectos, ver la alimentación de la planta, o desyuyar”, detalla Enrique.
“Todo lo que en la agricultura industrial hace una máquina que tira un fumigante, debemos hacerlo nosotros”, separa el organizador. También explica la diferencia entre aquellos bichos que son buenos para el cultivo y los que son dañinos. Los químicos industriales barren con los dos tipos lamentablemente, pero nosotros te enseñamos por ejemplo que hay productos que sin la abeja no existirían”, agrega.
Si bien al acercarse ahora que el proyecto está naciendo uno se topa con muchas plantas por germinar, lo plantado se caracteriza por una enorme variedad. “Tenemos plantado perejil, chauchas, y también rabanitos. Dependiendo la lluvia, brotan en quince, veinte días. En dos y tres seis meses brota todo. El invierno es de hojas como lechuga, acelga, puerro, las cebollas, las remolachas. En primavera tenemos tomate, berenjena, brócoli. También eso es lo más colorido” comenta con alma de jardinero Enrique. Otro encargado del proyecto es Raúl Casaubon.
Cada sábado, se brindan las charlas teóricas, que sirven para conocer elementos de jardinería, indispensables para poder llevar a cabo con éxito cualquier huerta.
“Cada sábado se aprende y después lo llevás a tu casa con los cajones. Lo bueno es que la huerta por sí misma siempre tiene cosas para hacerle, lo que hace menos monótonos y rutinarios los encuentros” agrega.
La ventaja que proporciona que cada vecino lleve y cultive en su propio cajón, explica, es que ante la lluvia o el frío, se lo entra y luego se lo vuelve a sacar. “La idea es incluir a todos”, cierra.
Los talleres llevan, como se dijo, solo dos meses, pero el grupo más numeroso se conformó en el último mes. Los encuentros son los sábados por la tarde frente al predio de Nazca.
“Primero hicimos almácigos en el cajón, o sea el lugar donde sembrás la semilla para transplantarla. En los próximos vamos a ver cómo hacer controles de plagas, cómo hacer tus propios venenos, siempre sumando”, cuenta entusiasmado el organizador. Una huerta en un espacio público, sentencian sus colegas, “no descansa nunca y hay que cuidarla permanentemente”.
Aspiran a agrandar el incipiente efecto contagio que se comienza a ver. “Los que empiezan con las huertas terminan intercambiando semillas, va de lo individual a una especie de ayuda mutua. Y al vecino al que le pedís una semilla, a lo mejor nunca le hablaste y con eso comenzás a conocerlo”, dicen.
El proyecto lo definen como “cultural y comunicacional”, que genera un efecto contagio. Ellos destacan que en Pueyrredón “hay mucha gente que le encanta estar afuera de las casas, en los parques, y tratan también de fomentar eso”.
“El taller es para siempre, y creamos conciencia colectiva. Estamos todos entusiasmados, esto se construye entre todos y es colectivo, no es una cátedra sino que cada uno aporta”, comentan los organizadores. Y concluyen: “En una ciudad con un espacio verde inmenso, y que lamentablemente lo van enrejando cada vez más o llenando de cemento, esto es también una especie de resistencia”.
A “huertear” se ha dicho entonces.