Había una vez un barrio

Barrio 1° de Marzo de 1948
El barrio “1 de marzo de 1948”, ubicado en Saavedra, cumple setenta años. Fue creado, junto a otros vecindarios de la zona, por el gobierno de Perón. En esta nota, un racconto histórico de este particular barrio y los recuerdos de dos vecinas que viven desde ese entonces, y atravesaron todo el proceso hasta poseer la escritura definitiva de sus características casas peronistas.

Por Mateo Lazcano

bujinkan illa pueyrredón

Hace setenta años se inauguraba un vecindario residencial en Saavedra. Se lo denominó “1 de marzo de 1948”, por la fecha de la nacionalización de los ferrocarriles. Está delimitado por el contorno de las calles Republiquetas (hoy Larralde), Galván, Miller y Ruiz Huidobro.

“Estos terrenos pertenecían a las chacras de Luis María Saavedra. Cuando éste muere, su viuda llega a un acuerdo para que sean expropiadas y pasen a ser propiedad del Estado. Cuando se dio esa expropiación, en 1936, se determinó que debían ser destinadas a parques públicos. Pero al tiempo la Nación le cede el espacio a la Municipalidad, que las empieza a urbanizar”, comienza su racconto Hugo Campos, vecino e integrante de la asociación “Vecinos por la ecología”.

Finalmente con la llegada de Perón y el concepto de “derecho a la vivienda”, se construyó por completo el barrio. Se inauguró en 1948.

El “1 de marzo” es contemporáneo de otros barrios de la zona, como el “Albarellos”, ubicado detrás de Nazca y Albarellos en Villa Pueyrredón, el “17 de agosto”, antes “17 de octubre”, caracterizado por los monoblocks linderos a la avenida General Paz y el “Barrio Perón”, actualmente “Cornelio Saavedra”.

Campos destaca una diferenciación entre éstos. El “Cornelio Saavedra” es un barrio completo. Tomó el concepto de lo que eran las “ciudades-jardín”, donde se trataba de que en lugares más descentralizados la gente tenga más cercanía con sus lugares de trabajo.

En su mayoría estaba destinado a militares, que tenían próximos al Batallón de Villa Martelli, a El Palomar y a Campo de Mayo. Ese barrio tiene terminado su diseño, porque fue hecho tal como se lo diagramó. Tal como las características de la época, tiene su plaza, su iglesia, su escuela y la estafeta de correo postal propia.

Al “1 de marzo” lo considera entonces incompleto. No contuvo nunca centro postal. Tampoco una escuela dentro de los límites, aunque el edificio de Valdenegro al 3500 que contiene a la Escuela España y el Comercial 15 fue inaugurado en la misma época y podría considerarse que cumple la función de la “Naciones Unidas” del “Cornelio Saavedra”. La plaza, por su parte, quedó en el medio, con una traza irregular que abarca por momentos una y dos manzanas de ancho.

El elemento que sí comparten es la presencia de la Iglesia. En el “1 de marzo de 1948” lo ocupa la Parroquia Dulcísimo Nombre de Jesús, fundada en 1945, ubicada en Valdenegro y Larralde, además del aspecto religioso, resultó muchas veces una institución de referencia.

Pero este rol era además buscado desde lo arquitectónico. En estos barrios de casas bajas, lo único que sobresalía en altura era la cúpula de la parroquia, que era vista desde cualquier punto.

Las casas eran del “estilo californiano”, diseñadas para una “unidad familiar”, acorde con el discurso peronista. Tenían mucho espacio verde, árboles en su frente, techo a dos aguas y un jardín en la entrada. También muchas de esas casas se comunicaban en los jardines.

Todas las calles estaban asfaltadas. Desde su creación tuvo una zonificación exclusivamente residencial. Está prohibida toda actividad comercial y las viviendas no pueden superar los dos pisos.

Tita, de 90 años, y Marta, de 73, son hermanas. Viven en el pasaje Achira desde 1948, desde el mismo momento de la fundación. “Estábamos en Viamonte entre Cerrito y Carlos Pellegrini, y cuando se iba a hacer la Avenida 9 de julio, nos expropiaron”, dice la mayor. “Nos llegó una nota para que nos presentáramos para hacer los trámites a ver si queríamos comprar la casa. Había que detallar de qué trabajabas, la antigüedad, cuánto te pagaban”, sigue.

La vivienda se adquiría a pagar a treinta años. Tita, estaba recién casada, y su esposo era empleado civil en Gendarmería. Marta quedó con sus padres en la casa de al lado, sobre la esquina. “Había que pagar 220 pesos de entonces, un sueldo entero”, comenta. Solamente con el ingreso de su padre, empleado textil, no les iba a alcanzar, de manera que su madre también debió trabajar.

Las casas tenían piso encerado, jardín y árboles frutales. “A mí me tocaron de mandarina, pomelo y limón. Atrás era todo ligustrina, no había pared para separar las casas” recuerda Mirta.

Mientras no se tuviera la escritura, no se podían reformar. Incluso se debía conservar la pintura. Tampoco era posible vender la vivienda, era un bien hereditario. Los terrenos eran todos iguales, de 10 x 30 metros. Algunos tenían más jardín adelante y otros un fondo más extenso atrás.

No todo fue alegría y satisfacción luego de la mudanza. “Nosotros pasábamos del centro a acá, que era un descampado. A mi mamá le parecía una tristeza, porque incluso la iluminación era únicamente la del barrio. En los alrededores, donde hoy está el CEMIC, el Polo Educativo o el Parque Sarmiento, era un vivero completamente oscuro de noche”, detalla la vecina histórica. Sin embargo, resalta que la policía a caballo, la “montada”, custodiaba el barrio.

Tampoco fue fácil la convivencia con vecinos de la zona. “Los italianos que vivían alrededor nos decían que las casas nos la había regalado Perón por ser Peronistas, ¡ojalá!” ‘Vienen a las casitas baratas’, comentaban.

Es ya famoso el vínculo de Eva Duarte con el viejo Barrio Perón, donde residía su cura confesor, el Padre Benítez. Pero ella y el General Perón también visitaban el Barrio 1 de marzo. Marta recuerda que preguntaban a los vecinos qué necesitaban, y que le regaló el sillón de ruedas para su abuela enferma.

Un momento complicado fue luego del Golpe del ‘55. “Los militares nos tenían al trote. Venían a las once de la noche, llenaban la cuadra de soldados y entraban a revisar para ver si había documentación peronista. Me acuerdo que una vez nos metimos al baño y nos decían ‘no vayan a tirar la cadena’, pensando que uno iba a tirar cosas de Perón. Nos revolvían los colchones, hasta la jaula de los canarios” rememora Marta.

En el centro del sub-barrio está ubicada la plaza homónima. Como resalta Campos, pese a que al vecindario le cambiaron el nombre (hoy Roque Sáenz Peña), la plaza continuó llamándose “1 de marzo de 1948”, y es conocida por su cancha de básquet, una de las pocas gratuitas y públicas en toda Buenos Aires. Frente a ella hay un centro recreativo de jubilados.

Hugo Campos recuerda ir a pasear allí con su madre, y jugar con un autito por Valdenegro. También andar en bicicleta por su contorno, casi ausente de autos; y memoriza la presencia de los vendedores de golosinas, típicos de toda plaza. Sin embargo hay dos elementos clásicos que este espacio nunca tuvo: una calesita y barriletes.

El barrio también tuvo su vecino famoso: el boxeador José María “el Mono” Gatica, a quien Eva Perón le otorgó la casa nº 20, sobre la calle Galván. Los vecinos cuentan que era común verlo pasear a este deportista, carismático y muy popular, con un descapotable por el barrio. Hugo Campos agrega que, según se cuentan en el barrio, Gatica solía comprar helados a los vendedores ambulantes para los chicos que estaban jugaban.

Con el paso del tiempo el valor de la cuota había bajado y en 1965 les hicieron una oferta que incluía la posibilidad de comprar definitivamente las casas, pagando al contado con un fuerte descuento.

“Sacamos plata de donde no había y pudimos por fin tener la escritura”, comenta Tita con el mismo alivio que le significó en su momento tener ese papel. A partir de entonces comenzaron a realizar reformas en la casa: “Hicimos dormitorios, cuando había una baldosa floja la pegábamos, arreglábamos el cordón. Y nos ayudábamos entre los vecinos”.

Mirta y Tita comparten el mate mientras siguen los recuerdos. Rememoran las noches en las que dormían con el colchón en el jardín. O las Navidades con música y festejo en la calle.

“Hoy hay otro ritmo de vida, ya no hay tanto contacto entre vecinos y cuesta más dedicarse a la casa”, lamentan. Pero esperan el día domingo cuando vendrá la gran familia, que vive en departamentos o casas más chicas, a disfrutar de un almuerzo en el patio. Como hace setenta años.

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