En el Barrio General San Martín, en Villa Pueyrredón, se desarrolla todos los sábados una feria vecinal, autogestiva, en la plaza central del Tanque, situada en Ezeiza y Pasaje El Gaucho. Con participación gratuita se ofrece un “variopinto de productos” con el objetivo de “forjar empatía”.
Por Mateo Lazcano
La crisis desatada desde la llegada de la pandemia mostró muchas caras de miseria y egoísmo humano. Pero al mismo tiempo, dio lugar al nacimiento de distintas acciones solidarias y de marcado interés por el prójimo. Uno de estos ejemplos está en el Barrio General San Martín de Villa Pueyrredón. Desde finales del año pasado se desarrolla una “Feria vecinal autogestiva” en la que se busca “darse una mano”.
Jésica y Tomás, residentes de “Los Pabellones”, son sus organizadores. La idea surgió hacia diciembre de 2020, cuando comenzaron a notar que amigos y vecinos expresaban su dificultad para afrontar la realidad económica, y se vieron motivados por un genuino deseo solidario.
“La idea original fue ayudar a los jóvenes del barrio. Nosotros veíamos mucha gente desocupada, o en la mala. Empezamos primero con la actividad física, boxeo, o fútbol. Les proponíamos que maten el tiempo que mataban en otro lado, acá. Y poco después, decidimos aprovechar el espacio que tenemos en el barrio y nos decidimos a hacer la feria”, cuenta Jésica.
La “Feria vecinal”, es gratuita y sin límite para la exhibición de productos, lo que conforma un “variopinto” muy particular. Se desarrolla en la plaza central del Tanque, situada en Ezeiza y Pasaje El Gaucho, todos los sábados, entre las 15 y las 20 horas.
Cada feriante se acerca llegada la hora de apertura, con su manta o mesita, se instala y ofrece sus productos. En tiempos de pandemia, la distancia social se hace necesaria, por lo que se guarda un metro de distancia entre cada puesto y elementos de higiene a disposición. Pasados los primeros meses, ya superaron los 50 feriantes. En sus redes, son visibles las decenas de pedidos de personas que consultan acerca de la posibilidad de instalar un puesto, así como la de acerarse a ver lo que se vende.
“No se pone ninguna limitación. Vienen muchos jóvenes con sus padres, por ejemplo. Se hace comida a la parrilla, se venden plantas, ropas para bebés, cuadros, artesanías, decenas de cosas. Hay muchos productos manufacturados, que traen de las casas”, señala la pareja. Afirman que cuando hay feriantes que tuvieron una jornada de escasas ventas, en general se acercan sus colegas de la feria a comprar sus productos.
Una de las claves es la variedad, que hace que cada sábado haya interés de visitar la feria para encontrar algo nuevo. “Se va innovando. Sabemos que no se puede vender un pantalón a 2000 pesos, y ante la necesidad económica, los vecinos y vecinas van apelando a su imaginación”, comenta Tomás.
La feria solamente se suspende por lluvia; por suerte, en los últimos sábados de febrero y comienzos de este mes, acompaña el muy buen tiempo. Para esta pareja organizadora de la feria vecinal, la actividad tiene un claro mensaje. Desde sus redes sociales, enfatizan que la actividad “no tiene etiquetas”, ni religiosas, ni ideológicas, y que solo se busca “forjar empatía para poder seguir avanzando”.
“Este es un momento de mostrarle a la gente cuál es nuestra realidad. Debe mirarse al costado y se vea que hay otro, con iguales necesidades. La empatía, algo que se está perdiendo. Es necesario poder seguir forjando esos principios”, concluyen Jésica y Tomás.