El Almacén “La Primavera” se encuentra en José Leon Cabezón 2955 en Villa Pueyrredón. Su ubicación original era en esquina con Nazca. Alberto – hijo de Antonio, su fundador – lo atiende con especial dedicación, y los niños le regalan tiernos “cartelitos” y dibujos en agradecimiento. Este negocio familiar acompañó la evolución de los tiempos: pasó de las libretas de fiado a las billeteras virtuales.
Por Mateo Lazcano
Pertenecientes a un modelo de comercio que pierde cada vez más presencia en los barrios, algunos almacenes se mantienen como “los últimos Mohicanos”. Lo hacen conservando varias de las características típicas, fundamentalmente el trato con el cliente. Pero a la vez, han tomado elementos indispensables de la modernidad, como la tarjeta de crédito, débito o las billeteras virtuales, muy distinto a las libretas del almacenero donde se anotaba la compra al “fiado”.
Uno de esos almacenes se encuentra en Villa Pueyrredón. “La Primavera” está situado en la calle José León Cabezón 2955. Con horario cortado, a la vieja usanza, atiende a la clientela Alberto, hijo de Antonio, quien lo fundara hace 70 años.
El local original estaba ubicado a pocos metros del actual, en la intersección de Cabezón y Nazca, como la mayoría de los almacenes de esos tiempos que se instalaban en las esquinas como mojones de barrio. Estuvieron allí hasta el año 1982, y cuando el propietario no les renovó el alquiler tuvieron que mudarse a “mitad de la cuadra”.
Nació como un negocio familiar, atendido por Antonio y su esposa, y los hijos hacían las tareas que se precisaran. El propio Alberto realizaba el reparto a domicilio en una moto furgón, apenas terminaba la escuela. “Venían de todo el barrio a comprar porque no había ningún supermercado en aquel tiempo”, recuerda, y agrega que los clientes tenían tal grado de vínculo con su padre que el lugar era reconocido en la zona como “Lo de Don Antonio”, una referencia por sí misma.
Alberto dice recordar dos situaciones que hoy ya no están presentes pero que son marcas de aquellos tiempos preteritos. Una es la compra de cervezas y bebidas para las Fiestas de Fin de Año. “Comprábamos en septiembre a los proveedores y guardábamos en las heladeras, con cajones de madera. Los clientes nos encargaban como un mes y medio antes para poder conseguir”, rememora.
A su vez, recuerda la venta de fideos, galletitas y aceitunas sueltas, tomándolas desde un frasco a demanda de los clientes. Pero nada, comenta, provocaba tanto alivio a quienes se acercaban a comprar – desesperados – y encontraban kerosene para encender las hornallas y ponerse a cocinar.
Hoy “La Primavera” vende alimentos y algunos productos de limpieza, pero Alberto decidió no incluir ni carne ni verduras, otros rubros que sí tienen almacenes y supermercados de su tipo.
La “joya” del almacén es el fiambre. “Tenemos el mismo proveedor de siempre, de lo mejor que hay en el mercado y de enorme calidad. Contamos por caso con jamón crudo con hueso, cosas que hay en muy pocos comercios de la zona”, detalla.
Por este tipo de ofertas, sumado a la buena atención, el emblemático almacén de Villa Pueyrredón cuenta con clientes no solo de las manzanas cercanas y algunas más alejadas, sino hasta de otros barrios, revela Alberto. “Están los clientes de siempre, están los que pasan, compran y se van, y los que llegan puntualmente recomendados por el boca a boca a comprar algo en especial y se hacen clientes”.
Varios de sus familiares, como su esposa, fallecieron, y por eso Alberto quedó como el único responsable de atender cada día el negocio. “No falté nunca”, dice, y cuenta que en febrero próximo tendrá que ser operado de várices y deberá cerrar temporalmente el almacén. “Estar parado todo el tiempo me dejó esta consecuencia”.
Desde hace algunos años la jornada de trabajo es algo más corta. El horario de cierre se adelantó a las 9 de la noche, después de permanecer durante décadas abierto hasta las 10, siendo uno de los últimos negocios en bajar la persiana en la zona. “Había que hacer como una guardia por si faltaba algo urgente en los hogares y estar para salvar a los vecinos”, justifica.
La omnipresencia de Alberto es notoria, cada cliente que ingresa lo saluda, compra, y charla con él sin apuro. A los niños, que acompañan a sus padres o abuelos, les regala caramelos, que esperan y hasta escogen. Algunos de ellos le dejan tiernos cartelitos o dibujos, que lucen pegados en una de las paredes del local.
En estas décadas, el negocio fue aggiornándose en aspectos imprescindibles como los medios de pago. “Mi papá – recuerda Alberto – sacaba la plata del bolsillo para dar el vuelto. Y existía la libreta de fiado en la que se anotaban las compras que iba haciendo el cliente para pagarlas todas juntas al momento del cobro del sueldo”. Ahora, luce un código QR de Mercado Pago, con el que dice estar familiarizado y no hallar inconvenientes, mientras que también se maneja con tarjetas de crédito y débito, aunque sigue predominando con fuerza el efectivo.
“La Primavera”, un almacén familiar de Villa Pueyrredón, donde hace 70 años se recrea una forma típicamete porteña de relacionarse entre vecinos y vecinas.