El centro cultural Espacio Puentes en Villa Pueyrredón está a cargo de la artista, psicóloga social y vecina del barrio, Mariana Puelo. “Se trata de disfrutar y expresarse”, afirma en esta entrevista.
Por Juan Manuel Castro
“Disculpá, vi un papel pegado en la calle ¿Vos enseñás canto?”, dijo una mujer luego de tocar el timbre en la casa de Helguera al 4500. Mariana Puelo atendió y respondió con una sonrisa afirmativa. Detrás de ella, pasando un largo pasillo, asomaba la entrada a Espacio Puentes, el centro cultural hogareño que esta vecina, artista y psicóloga social fundó en base a talleres de escritura, música, teatro y recreación. Así como ocurrió aquella vez hace años, esa puerta siempre estuvo abierta todo este tiempo a nuevos horizontes, experiencias, sueños transformados en arte.
“Se trata de disfrutar y expresarse. La gente que viene a los talleres tiene necesidad de expresar sus sentimientos. Lo importante es que la gente vaya hacia la creatividad”, asegura Mariana, hija de la icónica pareja tanguera “Los Dinzel”.
“En teatro, por ejemplo, ves el proceso por el cual dejan los tics o los nervios y de a poco empiezan a encontrarse consigo mismas. Los ves con el cuerpo relajado, fluyendo por el lugar. Empiezan a forjar la idea de decir este soy yo, ahora puedo hacer esto, puedo hacer otra cosa si me canso. Acá viene mucha gente que ha llorado en plena clase. Es porque acá se trabaja con el corazón, con el alma. Nuestras almas son todas particulares”, agrega.
Se mudo al barrio en el año 2000 junto a sus dos hijos, una década más tarde empezó tímidamente con una serie de clases de canto e improvisación musical. Primero, ella misma dictaba cada encuentro. Con el tiempo amplió el abanico de propuestas e incorporó más talleristas. El lugar al principio se llamó “El Camino” y hace poco, post pandemia, fue rebautizado “Espacio Puentes”.
En el presente se destaca el taller “Rinconero de escritura creativa”, con distintas técnicas para crear relatos, biografías, guiones teatrales, letras para canciones, poesía oral. También hay un taller recreativo para adultos con ejercicios para la estimulación de la memoria cognitiva, a cargo de la docente Gabriela Galelli; y otro sobre resiliencia, desde la perspectiva de la psicología social para “vencer pánicos, fobias, traumas y enseñar luego a modo de educación no formal”.
Otro aspecto que caracteriza a Espacio Puentes es la realización en forma periódica de la llamada “Haaa Varieté”, un espacio de música e interpretación en vivo donde participan los talleristas, los estudiantes y artistas invitados. “Es un espacio muy descontracturado, el nombre alude a lo lindo de explorar la capacidad de reír”, indica.
Una cuna con forma de escenario
Desde niña Mariana convive con el arte. Es hija de Gloria Inés Varo y Carlos Rodolfo Dinzelbacher, más conocidos como Los Dinzel, bailarines e íconos del tango del siglo XX. Son recordados por sus giras en el exterior, por haber creado un sistema de notación coreográfica que lleva su nombre y haber fundado en 1992 el Centro Educativo del Tango de Buenos Aires (CETBA); también el Estudio Dinzel, aun activo.
La pareja se conoció a comienzos de la década del setenta, ellos eran jóvenes y se casaron al poco tiempo. Ella era egresada del Teatro Colón – primera bailarina de Ángel Eleta en España – y él, padre del corazón de Mariana, venía del mundo del folclore.
Empezaron a bailar en un tiempo donde el tango estaba alicaído. No obstante, debido a su talento fueron convocados por figuras como Juan Carlos Copes y Edmundo Rivero.
Más tarde, a mediados de los años ochenta, Los Dinzel y un nutrido grupo de artistas viajaron a Estados Unidos para desarrollar el espectáculo “Tango Argentino” en Broadway con lleno total. Fue un hito del dos por cuatro. Mariana los acompañó y atravesó distintas vivencias, desde tomar vino con Liza Minelli a recorrer los pasillos de la Casa Blanca en calidad de invitada de honor.
Un taller contra la timidez
Todas esas sensaciones, en escena y tras bambalinas, quedaron grabadas en la retina de Mariana y la marcaron. Pese al clima bohemio, ella asegura que desde niña era introvertida por un motivo personal: “En la escuela me costaba la primaria, nací con un problema en la vista que de adulta se agravó y hace pocos años pude operarme para estar bien. Yo era muy sensible”. Y agrega, “desde chica le decían a mi mamá que iba a perder la vista. Eso fue la tragedia de nuestras vidas”, agrega.
El arte fue esencial para su desarrollo. Por un lado, aprendió a bailar tango de la mano de su padre: “No veía bien, pero mi papá me agarraba y me decía seguí mis pies”. Su madre también tuvo un gesto clave en esa época, casi una adolescente, al regalarle la primera guitarra e incentivarla a tomar clases. Ese espacio, por fuera de la educación formal, la motivó y le dio fuerzas para expresarse y explotar su potencia artística.
“Tenía facilidad con la música y empecé a animarme a tocar en vivo. En un acto en el Liceo 9 de Belgrano canté Liberrock de Sandra Mihanovich y el lugar explotó. Fue muy emocionante para mí, por mi historia”, recuerda.
En busca de un lugar
A fines de los ochenta, al volver de la gira de sus padres, Mariana dio sus primeros pasos profesionales. El conductor televisivo Bergara Leumann la convocó como bailarina estable para su programa Botica de Tango, sucesor de La Botica del Ángel. Lo hizo en la presentación de icónicas figuras como Lolita Torres.
Más tarde, en la época en que se mudó a Villa Pueyrredón, ella ejerció como profesora en el CETBA. Enseñó a bailar tango y también maquillaje artístico, fruto de lo vivido en aquellos viajes de ensueño.
Al tiempo, se alejó de esa enseñanza y empezó a tomar clases de teatro. Tuvo muchos maestros, siendo Norman Briski el que más la marcó. “El teatro te ayuda a canalizar lo que acá nos bancamos, elijo dramatizar en el teatro y dejar de dramatizar en la vida”, señala.
Asimismo, se recibió de psicóloga social en la Escuela de Psicología Social del Sur fundada por Enrique Pichon Rivière. Sostiene que le gustó la idea que tenía este psicólogo y psiquiatra sobre que “el ser humano sana socializando”.
De “la tragedia de nuestras vidas” a la purificación
Parte esas enseñanzas la ayudaron a lo que vino después, los años más duros. Por un lado, en 2015 falleció su padre, lo cual repercutió en la salud mental de su madre.
Al tiempo, su visión empeoró y debió operarse, a riesgo de quedar ciega. Ella aceptó el desafío, pero en medio ocurrió otra tragedia: “En agosto de 2018 me confirmaron la operación y días después nos enteramos de la muerte de mi madre. Fue devastador. La operación salió bien, pero me costó disfrutar de mi vista porque mi mamá ya no estaba”.
Al poco tiempo llegó la pandemia y hubo muchos cambios más. Mariana fue fuerte y se mantuvo en pie. En lo personal implicó un viaje espiritual que la llevó incluso a repensar su apellido.
“Me conocían como Mariana Dinzel. Elegí un apellido para mí. Fue un momento de inspiración no hace mucho tiempo. Se me vino la palabra a la cabeza: Puelo, como el lago. Eso me hizo bien. La idea de lago, purificación, agua transparente”.
Así como el centro cultural que gestiona pasó de El Camino a Espacio Puentes, ella decidió reinventarse con este nuevo apellido, significativo de todas sus vivencias y aprendizajes. “El ser humano sana socializando”, lleva como enseñanza que pone en práctica cada vez que abre esa puerta en la calle Helguera.