“Quizás nos dan hoy vergüenza nuestras prisiones. El siglo XIX se sentía orgulloso de las fortalezas que construía en los límites y a veces en el corazón de las ciudades. Le encantaba esta nueva benignidad que reemplazaba los patíbulos. Se maravillaban de no castigar ya los cuerpos y de saber corregir en adelante las almas…” Michel Foucault
Por Pablo Sáez
En Humberto Primo 378, a metros de Plaza Dorrego, en el barrio de San Telmo, sobrevive un extraordinario edificio del período colonial, patrimonio histórico desde 1982. Algunos lo llaman “La ex Cárcel de Mujeres”, aludiendo al destino que tuvo hasta 1974. Funciona allí, en una de sus alas desde 1980, el Museo Penitenciario Argentino Antonio Ballvé, deslumbrante por su temática y voluntad de investigación.
Y desde 2016, en otra ala, por convenio entre el Ministerio de Justicia y el de Cultura, la Fundación Mercedes Sosa. También se aloja en este espacio el Centro Cultural San Telmo, donde participa un grupo de organizaciones sociales de la Comuna 1. Pero la historia de este sitio patrimonial comenzó en el siglo XVIII, cuando Buenos Aires era una gran aldea, con construcciones de adobe y techos de paja, y calles donde el barro era dueño y señor.
Los Jesuitas, arquitectos de la ciudad
Todo comienza allá por 1732 con la promesa de Ignacio Bustillo de Zeballos a la Divina Providencia para tener un buen viaje a España. Para eso donaría un solar a la Compañía de Jesús en el Alto de San Pedro. No era poca cosa crear un establecimiento con iglesia, escuela y un enorme patio en una zona que el Arroyo Granados al crecer dejaba aislada por la inundación. Iniciaron la obra arquitectos de la orden que también participaron en casi todas las iglesias coloniales de la ciudad. Dicen los documentos que fueron los jesuitas Blanqui, Primoli y Schmitt, y que la terminó en 1745 un seglar, Antonio Masella. Recordar sus nombres es honrar a los creadores de lo que es una de las construcciones coloniales más fascinantes de Buenos Aires, por su inmenso patio, sus claustros y grandes pasillos y una notable capilla barroca de altura sorprendente para la época.
Vigilar y castigar
En 1767 la orden cae en desgracia y Carlos III decide expulsarlos de América. Y los jesuitas, que usaban el predio como Casa de Ejercicios Espirituales y centro para recibir hermanos en camino a las misiones, son encarcelados allí hasta ser deportados en 1768. Pasó entonces durante un siglo por múltiples usos: hospital de hombres, cuartel de tropas en las invasiones inglesas, hospital militar, de enfermos mentales, “casa de meretrices y mujeres abandonadas”, cárcel de deudores y albergue de menores abandonados. En 1890 se crea el “Asilo Correccional de Mujeres” y comienza la historia más densa del edificio, y es construido un primer piso que no existía e instalaciones para una población femenina que seguiría creciendo hasta superar sus posibilidades.
La cárcel de las monjitas
La Orden del Buen Pastor de Angers, nacida en Francia, mantuvo la dirección del penal durante 85 años. Fue encargada de la gran mayoría de los institutos penales de mujeres de América latina y Europa. Su labor era la “regeneración espiritual y moral a través de prácticas del oficio piadoso”. Las detenidas recibían educación primaria y se las instruía en tareas asociadas a la feminidad como lavado, planchado, tejido, cocina y bordado. El rezo y la misa eran prácticas diarias obligatorias. Su población inicial eran mujeres en condición de gran vulnerabilidad: jóvenes migrantes del exterior y del interior, con escasa instrucción, acusadas de hurto o de ejercer la prostitución. El marco criminológico de la época veía la criminalidad femenina como excepción en un género dócil y débil por naturaleza. Pecaban por falta de instinto maternal o sexualidad desordenada. Esta visión explica por qué una orden religiosa debía reeducar a las transgresoras.
Mujeres de fuego
A fines del siglo XIX, con las tendencias políticas revolucionarias llegadas con la inmigración, la Cárcel del Buen Pastor se convirtió en espacio de castigo para los delitos políticos femeninos. Pasaron por sus celdas mujeres de personalidad y cultura sorprendente, siempre incómodas para el establishment. Es por eso que el predio fue reclamado en 2009 para un proyecto de Museo de la Mujer, que finalmente no prosperó. Con el primer golpe militar de José Félix Uriburu en 1930, son presas activistas dignas de recordar. Entre otras: Angélica Mendoza, maestra, sindicalista, intelectual de izquierda, que más tarde se destacaría en ámbitos académicos; Salvadora Medina Onrubia, narradora, poeta, anarquista, que muy joven lograría la liberación de Simón Radowitzky, luego se casaría con Natalio Botana, director de Crítica y, tras la muerte de su esposo, sería primera directora mujer de un diario. En la década del 50 también albergó “antiperonistas” como Victoria Ocampo, que logró su liberación con apoyo internacional. Y en los 70 personajes como “La Raulito” y militantes de organizaciones armadas y de izquierda.
El golpe de gracia a esta cárcel fue en el año 1971, cuando se produjo una violenta fuga de cuatro guerrilleras presas, a través de un operativo planificado con apoyo exterior, que terminó en un tiroteo, heridos y un muerto, tras espectacular persecución en el microcentro. Así, en 1974 el Correccional de Mujeres es asignado al Servicio Penitenciario Federal y trasladan a las internas a la actual Unidad 3 de Ezeiza.
Puesta en valor y destino incierto
La Fundación Mercedes Sosa por ahora continúa en el predio, pero próximamente funcionará en el Centro Cultural Borges. Sigue organizando eventos folclóricos y espectáculos como “Al Ver Verás”, una experiencia que da vida a los edificios con música en vivo, artes visuales y mapping, en el gran patio colonial. Funcionarios de Nación han visitado el espacio y se sabe de un presupuesto asignado para refacción de la capilla interna. Pero poco se sabe de su próximo destino y no hay declaraciones oficiales. Los vecinos lo reclaman como un espacio cultural para el barrio. Vale la pena visitarlo y presentir los fantasmas que parecen habitar sus misteriosos claustros.
Fuentes consultadas para esta nota: Teresa Anchorena, Fabio Grementieri, https://museopenitenciarioab.ar/