A mediados de febrero se desarrolló la primera edición del año de la Feria del Productor al Consumidor en Agronomía. En esta crónica: signos de la crisis, público y vendedores particulares, y marcas lejanas a cualquier paseo de compras.
Por Mateo Lazcano
Los grupos de jóvenes con la lona en el pasto compartiendo la merienda, de un lado. En el centro, parejas que caminan de la mano, niños que preguntan con curiosidad y vendedores que intercambian mates con clientes. Música en vivo de fondo, mientras el sol del verano se muestra imperante.
Con este panorama, hablar solamente de “Feria del Productor al Consumidor” es quedarse corto. La actividad que se desarrolló el pasado sábado 17 de febrero en el predio de la Facultad de Agronomía de la UBA es mucho más que una feria. Se trata de una tarde compartida en comunidad, con miles de personas dispuestas a ir a pasar toda una jornada, más que “de compras”.
“Me gusta el entorno que se forma. Venimos caminando, estamos a unas cuadras y siempre que se hace la feria nos acercamos porque sentimos que estamos bien rodeados”, describe Rubén Avignola, uno de los asistentes. Esa idea de “entorno”, a pesar de que solo la ínfima parte se conoce entre sí, sobrevuela apenas se pisa la feria.
Los feriantes no se ven como “rivales”: se comparten elementos, se dan recomendaciones. Como buenos vecinos, dicen que “estamos todo el día acá, somos colegas”. Como es habitual en los puesteros, el cronograma de ferias hace que no solamente coincidan en Agronomía, sino en otros encuentros que se realizan en los barrios cada fin de semana.
Todo se desarrolla en la calle interna que va desde las vías del Ferrocarril Urquiza hasta el ingreso a los pabellones del CBC en el predio universitario. El sonar de la campana del paso a nivel y la bocina del tren son lo único que hace recordar que se está en plena ciudad, en un paisaje que parece más bien alejado. El momento de tensión sólo se da cuando las formaciones pasan: inevitable que haya gritos fuertes por si algún niño anda dando vueltas en un cruce que no tiene policías o una gran señalización.
Hasta el caminito parece estar dispuesto por la organización: los altos árboles de los costados hacen que el sol casi ni se sienta a pesar de ser una tórrida tarde de más de 30 grados. Los que sí sufren, hacia el horario de la tardecita, son los puesteros a quienes el sol les da de frente. El clima es tan naturista que son varios los que atienden los puestos descalzos, pisando el césped.
Los puestos que se enmarcan en la normativa oficial de la Feria, con los productos estandarizados y limitados, tienen un cartel identificatorio. Pero de inmediato, casi en una prolongación de estos, aparecen ya los rubros que exceden a la lógica de la producción agropecuaria y que se encuentran en cualquier paseo de compras abierto e inclusivo como este.
La gran novedad de las últimas ferias es la Cuenta DNI del Banco Provincia, que llegó hace muy poco. “Esta vez fue récord, se hizo mucho más masivo. Me acuerdo las primeras veces que algunos clientes nos lo nombraban y nosotros no sabíamos ni qué era”, dice Walter, que vende frascos de miel.
Su vecina Mónica, que ofrece pastas saludables, coincide con la preferencia por este medio de pago de los clientes. Y cuenta que es el requerimiento constante de ellos lo que hace que vayan implementando como un efecto contagio estas promociones: “El que no lo hace, pierde mucho”.
El paseo tiene un público variado, aunque dominan las parejas adultas. Se ven a su vez grupos de jóvenes de edad universitaria, grupos numerosos de amigos y también familias, aunque la feria no tiene actividades puntuales para chicos.
Sí se venden bastantes productos para niños. Por supuesto que muchos concurren solos, como Gisel, que habla ante este cronista con su bicicleta al costado. Ella viene desde Chacarita, habitué del Parque de Agronomía y de la “La Isla de la Paternal” (predio ubicado adyacente a la Facultad de Veterinaria), y esporádica clienta, aunque no en esta ocasión. “Ojalá hayan vendido”, implora con sinceridad.
Los puesteros no están pesimistas, pero reconocen que no es el escenario ideal. “Difícil”, es una palabra que sintetiza el día de ventas. Walter agrega que a la situación económica se le sumó el hecho de que el fin de semana anterior haya sido el de Carnaval, donde suelen darse varios gastos. Lucía, de un puesto de tejidos, aporta que cuando se hace en verano, la feria “atrae más a venir a pasar el día y disfrutar que venir a comprar”.
El diálogo de clientes y puesteros es una constante. Como se sabe, es una de las particularidades de esta feria, que se propone potenciarlo. “Siempre le compro a ella”, dice en ese tono una de las clientas a Juana, que ofrece productos sin TACC. El vínculo sobrepasó el puesto físico y ambas se siguen en las redes sociales.
A la altura de los pabellones de la Facultad de Agronomía están instalados los músicos que, a la gorra, amenizan la tarde. Al lado hay vendedores que no tienen puesto, pero ofrecen sus productos, mayoritariamente indumentaria, en el propio césped. Y muchos visitantes que comparten la merienda, lejos de una actitud de compra.
En el predio, no es un sábado más. A sabiendas del evento, también participativo y con una mirada similar, se eligió allí para hacer la Asamblea Interbarrial que reúne a asambleístas de varios barrios porteños que cuestionan tanto las políticas económicas de Javier Milei como la mirada de Ciudad del PRO. Reunidos del otro lado de la vía, yendo hacia la Avenida De los Constituyentes, conviven con el final de la feria, y convocan a participar con afiches y carteles, y fundamentalmente con debates a micrófono abierto.
La luz natural del verano, es a la vez otra gran aliada para mantener la convocatoria. Pese a que formalmente se habla de las 19 horas como tiempo de cierre y muchos empiezan a “levantar campamento”, es recién el horario de cierre del ingreso al predio, pero pasadas las 20 – coincidente con la puesta del sol – marca el fin a la jornada.
Datos de la Feria del Productor al Consumidor
La Feria del Productor al Consumidor nació como una propuesta de la propia Facultad de Agronomía de la UBA con el fin de “promover y difundir la producción agropecuaria familiar y artesanal como producto de valor socio-cultural de la Nación”. El objetivo es dar acceso a los productores a canales de comercialización de sus productos.
Como es habitual en las crisis, los rubros se fueron diversificando y ampliando, e incluso se ve en algunas partes hasta venta de indumentaria de segunda mano o alimentos empaquetados industriales. La Facultad también tiene estas jornadas como una instancia “de aprendizaje práctico para alumnos”, y destaca que se han elaborado trabajos finales de grado y posgrado, publicaciones en congresos y proyectos y programas de extensión universitaria.
Todo se realiza en el predio de la Facultad de Agronomía, con ingresos peatonales en Avenida de los Constituyentes 3453 y Avenida San Martín 4454. Se desarrolla los segundos sábados y domingos de cada mes.