Entre los siglos XIX y XX, miles de migrantes provenientes de Europa llegaron a Argentina escapando de guerras y crisis económicas. La migración hacia este país Sudamericano ha sido una constante por su flexible política migratoria y los derechos que ha conquistado. Pero aunque las nuevas migraciones comparten rasgos con las de siglos pasados, ahora sus protagonistas provienen de todas partes del mundo.
Por Stanley Luna
Vasy es una mujer trans rusa que migró a Argentina en septiembre del año pasado. Espera con ansias la primavera para sembrar, junto a las compañeras con la que comparte casa, una huerta de verduras en la terraza y así ahorrar dinero. “Argentina me trata bastante bien”, resume Vasy, después de un año de haberse instalado en Buenos Aires.
La disidencia sexual en Rusia es perseguida y, por lo tanto, las personas que pertenecen a ella no tienen posibilidades de desarrollo. Aunque la homosexualidad dejó de ser penada en 1993, diez años después, el presidente Vladimir Putín impulsó reformas legales para prohibir que se hable abiertamente del tema, las cuales ponen en riesgo la vida de personas como Vasy. A esto se suma el conflicto entre Rusia y Ucrania, que inició en febrero de 2022.
Vasy migró a Argentina para obtener una identidad. Y es que entre los avances en derechos humanos que distinguen a Argentina del resto de los países latinoamericanos y a nivel mundial está el reconocimiento de los derechos de las personas LGBTIQ +. Este país Sudamericano fue el primero en la región en aprobar una Ley de Identidad de Género, en 2012, con la que reconoce a las personas trans: les permite obtener un DNI con el nombre acorde a la identidad de género con la que se autoperciben y así tienen la posibilidad de acceder a derechos básicos.
“Cambiar mi marcador de género y tener una atención de médicxs sin pasar por la comisión de psiquiatras y otras cosas humillantes es muy importante para mí y mi salud”, expresa Vasy.
El último Censo de Población, Hogares y Vivienda, realizado en 2022, estableció que en Argentina hay 46,2 millones de habitantes. De ellos, 1,9 millones son personas en viviendas particulares que nacieron en otro país. Esta cantidad representa un 4. 2 % del total de personas viviendo en domicilios particulares. La mayoría de ellas son de nacionalidad paraguaya y les siguen las nacionalidades boliviana y venezolana.
Mientras que un informe de la Dirección Nacional de Migraciones, que parte de los datos del Registro Nacional de las Personas, indica que, hasta agosto de 2022, 3 millones de personas extranjeras habían accedido a un DNI. La cifra puede ser mayor si se toma en cuenta que hay migrantes que aún no cuentan con un documento de identidad o que no tienen uno actualizado, ya que cada proceso migratorio varía según las nacionalidades.
Para obtener una residencia, Vasy debe tener primero un trabajo formal en Argentina. Hasta ahora ha trabajado remotamente para otros países, pero está haciendo cursos para insertarse en el mundo laboral argentino. En los pocos meses de estar acá, ha sido testigo del cambio social que representa el gobierno de Javier Milei y cómo sus decisiones afectan a los y las migrantes.
“En general, pienso que la vida acá está muy complicada por el gobierno y sus proyectos que aumentan la pobreza. Pone a mucha gente en situación de calle e intenta limitar los derechos de la gente originaria, mujeres y otros grupos vulnerables […] tengo privilegios acá porque soy blanca, pero mucha gente inmigrante, incluyendo mis amigues, tienen mucha experiencia de racismo por parte de personas argentinas”, comenta Vasy.
De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, a inicios del siglo XX, la población extranjera representaba aproximadamente un tercio del total de la población, pero con los años esta cifra ha ido descendiendo. Esto puede explicarse porque, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, hubo olas migratorias de personas de origen europeo que llegaron a Argentina. En sus países no encontraron posibilidades de desarrollo a causa de las guerras y las crisis económicas.
En cambio, en la actualidad, la Dirección Nacional de Migraciones indica que la población migrante de origen europeo es poca: 2.9 % son procedentes de Italia y 2 % de España.
La Ley de Migraciones actual permite que las personas originarias de los países que forman parte del tratado Mercosur – Brasil, Paraguay, Uruguay, Venezuela, Chile y Bolivia – puedan obtener una residencia temporaria con fines de una residencia permanente. Las otras nacionalidades también pueden radicarse en Argentina mientras comprueben motivos de trabajo o estudio.
Adriana Marrero, por ejemplo, emigró a Argentina en 2015. En El Salvador, Centroamérica, estudiaba filosofía, pero quería acceder a una educación de mayor calidad y la encontró en la Universidad de Buenos Aires. En Argentina, Adriana solo conocía a una persona que podía recibirla en su casa por unos días, mientras encontraba un trabajo y un lugar donde vivir.
“Siempre ha habido una opinión pública muy mezclada con respecto a la población migrante, que va desde la gente que te abraza en tanto hermano latinoamericano hasta la xenofobia abierta del que solo quiere que te vayas de regreso porque le estás colapsando la educación pública y la salud gratuita. Que el discurso público avale esta opinión de que los fallos del sistema público son culpa de les migrantes me da muchísima tristeza y miedo”, dice Adriana.
Aunque Adriana reconoce que su migración es privilegiada, porque contó con el apoyo de su familia, en los últimos años ha experimentado la crisis económica: el aumento de los alquileres, los servicios y no ha podido conseguir un trabajo formal en donde tenga todas las prestaciones de ley. Estas condiciones, dice, ponen a las personas migrantes en mayor desventaja que el resto de la población.
El Observatorio Gabriel Chausovsky, una organización que releva información sobre población migrante en Argentina, indica que de casi 10 millones de trabajadores y trabajadoras en relación de dependencia que hay en el país, solo 433,000 son migrantes. Ellos se desempeñan mayormente en labores de construcción, comercio, manufactura y realizan oficios varios en casas particulares. Esta cifra es similar a la población migrante que estudia en las universidades públicas y privadas.
“Hoy, nadie elige irse de su país, son migraciones obligadas ante las graves crisis económicas, políticas, guerras y desastres naturales”, opina Ezequiel Peressinio, docente y militante de la Izquierda Socialista y la Unidad Internacional de Trabajadoras y Trabajadores-Cuarta Internacional.
En un contexto de avanzada de la ultraderecha en América Latina y el peligro del retroceso democrático, el también exlegislador por la provincia de Córdoba señala que la población migrante siempre se lleva la peor parte, pues enfrenta situaciones de precarización laboral y el clima de represión que, por hoy, enfrentan las y los trabajadores en Argentina. A lo cual se agrega las fragilidades de los proceso migratorios, que los deja mayormente vulnerables para acceder a todos sus derechos.