Diariamente nos encontramos con historias y relatos que nos cuentan supuestas verdades acerca de los manejos que desde el poder se hace de los dineros públicos y de casos de corrupción supuestamente probados. Someterlos al rasero del pensamiento crítico siempre arroja resultados inesperados. O no tanto.
Por Aldo Barberis Rusca
Los últimos años de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner estuvo signada por las restricciones en el uso de monedas extranjeras a las que popularmente se conoció con el nombre de “cepo cambiario”.
No es intención de esta columna hacer un análisis acerca de estas medidas; solamente interesa recordarlas para contar una historia.
Entre las medidas que restringían el uso de dólares se encontraba un muy férreo control de las importaciones hecho a través de las famosas Declaraciones Juradas Anticipadas de Importaciones o, como se las conocía popularmente, “DeJAI”.
Quien quisiera realizar una importación debería, anticipadamente, presentar una Declaración Jurada ante la Secretaría de Comercio Exterior. De la aprobación o no de la DeJAI dependía que se pudiera o no comprar los dólares necesarios para realizar la operación de comercio exterior.
El mecanismo o proceso mediante el cual se aprobaba o no la DeJAI estaba sumido en un misterio largamente mayor al de la fórmula de la Coca Cola.
Los importadores no podían hablar con nadie, los operadores que se ocupaban solamente eran conocidos por un número (operador 23, operador 14, etc.) pero no se los podía contactar de ninguna manera, la documentación se entregaba a través de una ventanilla y no se sabía quién la recibía.
Todo con el objeto de tabicar el contacto entre los importadores y quienes aprobaban las DeJAI y evitar que caigan, tanto unos como otros, en la tentación de autorizar importaciones a cambio de algún “favor”.
La dificultad en las autorizaciones y lo misterioso del sistema generó una serie de mitos y leyendas acerca del importador que lograba las DeJAI aprobadas al instante a cambio de fabulosas sumas de dinero pagadas al Secretario de Comercio, el supervillano Guillermo Moreno.
Todos tenían una historia que contaba que tal o cual empresa lograba aprobar todas las DeJAI que presentaba ya que tenía un tipo que cobraba en nombre del Secretario y sacaba adelante los trámites.
Cierta persona, adherente al modelo pero perjudicada en su labor por las restricciones, se quejaba amargamente: “Al final uno apoya al gobierno pero cuando ve que (aquí va el nombre de una empresa) está importando lo que se le canta la verdad es que no sé qué pensar.
Dicen que le pusieron (acá va una importante suma de dólares) a Moreno para que les aprueben las DeJAI; que el tema de los operadores anónimos es para que todas las coimas se las lleve el solo.”
Y es en este momento cuando uno puede comenzar a ejercer su pensamiento crítico.
1.- La duda como método.
Si no dudamos y aceptamos como cierta la afirmación el único camino que nos queda es sumarnos a la caravana de plañideros y quejumbrosos indignados que se reúnen para lamerse las heridas y culpar a los demás de sus desgracias.
Ahora bien; si dudamos podemos comenzar un camino que nos guíe hacia la verdad.
Como primera medida el “Importador Crítico” comenzó por preguntarse: “Si lo que me cuentan es cierto, y teniendo en cuenta que el Secretario de Comercio es tenido por empresarios, periodistas y políticos opositores un escalón por encima del mismísimo Satanás, ¿cómo es que no hay una sola denuncia al respecto?”
En efecto, miles de artículos se escribieron acerca del Secretario hablando de sus malos modos, sus arbitrariedades y su prepotencia, pero en todos los años en que ejerció su cargo no tuvo una sola denuncia, ni siquiera mediática, que lo implicara en una sospecha de corrupción.
¿Cómo era posible algo tan grave, que implicaba a alguien tan cuestionado y en un tema que ocupaba buena parte de las críticas al gobierno no hubiera tenido una repercusión mediática inmediata?
Sobre todo teniendo en cuenta que el rubro en el que se manejaba el “Importador Crítico” movía cifras irrisorias comparado con sectores realmente “pesados” como pueden ser industrias automotrices, petroquímicas, etc. que, en caso de existir, debían haber pagado “favores” multimillonarios y no se debieron haber quedado callados.
Por lo tanto nuestro “Importador Crítico” pasó al segundo paso.
2.- ¿Quién? ¿Cuándo? ¿Dónde?
En busca de respuestas, y ante la oportunidad que le daba una reunión sectorial, se dirigió al supuesto “Importador Favorecido” con el fin de verificar, o no, la denuncia
Cuál no fue su sorpresa al escuchar las amargas quejas del “Importador Favorecido” acerca de la falta de aprobación de las DeJAI en los últimos meses, las dificultades que tenía para proveer a sus clientes de mercadería, las quejas de sus clientes y la certeza de que con un buen “favor” al Secretario de Comercio todo sería más fácil pero que no tenía idea de cómo hacer llegar dicho “favor”.
Consternado ante la confesión del “Importador Favorecido”, que ahora no se mostraba como tal, se dirigió al “Importador Informante”, también conocido como “Importador Indignado”; quien como única respuesta le dijo que seguramente no había querido “blanquear” la situación pero que él ya sabía dónde ubicar al “facilitador” y cuál era la tarifa (aquí puso una suma de dólares).
Y terminó diciendo “No te preocupes, en cuanto tenga todos los datos te los paso así entrás vos también”.
Pasaron los días, las semanas y los meses pero el “facilitador” nunca apareció.
El “Importador Indignado” puso excusas, adujo asuntos de viajes, de comunicación, y en un momento debió confesar que todas sus tratativas terminaron en un callejón sin salida, sin facilitador y sin DeJAIs aprobadas.
Si en lugar de contar con un “Importador Crítico” nuestro protagonista hubiese sido un “Importador Criticón” más, de los que tanto abundan; se hubiera convertido en un promotor más de otra historia propagada como “lo que le pasó al amigo de un amigo”.
Desgraciadamente cuando estas historias en lugar de ir de boca en boca se propagan a través de medios masivos de comunicación, un crítico, o unos pocos, no logran contrarrestar a la inmensa masa acrítica que repite “lo que dice la tele”.
Es una lucha desigual. Mientras unos pelean cuerpo a cuerpo otros usan armas de destrucción masiva.