Acerca de los riesgos de afeitarse con navaja

Hace un poco más de siete siglos, Guillermo de Ockham planteó el principio de economía (la explicación más sencilla suele ser la correcta). Hace casi siete décadas, Raúl Scalabrini Ortiz planteó algo similar. En el siglo de la hipercomunicación, el ciudadano espectador debería pensar seriamente en afilar la navaja.

Por Aldo Barberis Rusca

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El afamado periodista español Antonio Álvarez Solís cuenta en un artículo que siendo un niño le llamó la atención que en una obra de teatro, llevada a su pueblo de Asturias por una compañía itinerante, el protagonista, “un joven y atrabiliario guerrero” se despedía de su amada diciendo “¡Adios; me voy a la guerra de los cien años!”.

Álvarez Solís dice que se sorprendió de la capacidad del protagonista para predecir con tal exactitud la duración del conflicto bélico que enfrentó a los reinos de Francia e Inglaterra durante buena parte de los Siglos XIV y XV.

Obviamente la “Guerra de los Cien Años” no recibió tal nombre hasta, al menos, su conclusión que se dio poco más de un siglo después de comenzada; así como tampoco la “Primera Guerra Mundial” se llamó así hasta que hubo una segunda.

Durante un período histórico no suele ser necesario dar a los eventos nombres, quienes se encuentran envueltos en ellos suelen saber de qué se habla. Es después que, en pos de cierta estandarización, se ponen nombres para evitar referirse a un acontecimiento, por ejemplo, como: “La guerra que enfrentó a Francia e Inglaterra entre 1337 y 1453 por el control de las posesiones que la corona inglesa había acumulado en territorio francés a partir de 1154 cuando Enrique II Plantagenet se hizo con el trono inglés”. “Guerra de los cien años” resulta bastante más manejable.

En el Siglo XVII un historiador alemán llamado Christoph Keller hizo un aporte a la historia que, si bien fue módico en cuanto a sus implicancias en el estudio de la misma, tuvo una gran influencia en cuanto a la metodología.

El bueno de Christoph tuvo la brillante idea de dividir la historia en tres. Bueno, en realidad la quiso dividir en dos, o al menos en las dos que él consideraba relevantes, la antigüedad clásica y el renacimiento del clasicismo a las que llamó “Edad Antigua”, hasta la caída del Imperio Romano de Occidente (Siglo V) y “Edad Moderna” desde la caída del Imperio Romano de Oriente (Siglo XV)

El problema es que al pobre Keller le quedaban nada menos que mil años en el medio de la “antigüedad” y la “modernidad”. Pues bien, si estaban en el medio lo mejor sería ponerle “Edad Media”; y asunto zanjado.

Con el correr del tiempo esos mil años se harían depositarios de toda la maldad, la ignorancia, la suciedad, la enfermedad y la crueldad del mundo hasta llegar al extremo de colgarle el mote de “oscurantismo”.

No fue sino hasta mucho tiempo después que se comenzó a ver a la “Edad Media” bajo otras lentes y a entenderla como un período muy complejo y variado en sus distintas etapas.

Como primera medida otra vez los alemanes decidieron dividirla en dos. Al primer período de la Edad Media (Mittelalter) le dieron el nombre de “Antigua Edad Media” o “Alte Mittelalter”, donde “Alte” significa antiguo.

Ahora bien; como bien decía el filósofo Tu Sam, siempre algo “puede fallar” y en este caso lo que falló fue la traducción y en lugar de traducir “Alte” como “antiguo” lo tradujeron como “alto”.

Y si la primera parte era la “Alta Edad Media” la otra debía ser necesariamente la “Baja Edad Media”. Y así quedó.

La “Baja Edad Media” fue un período particularmente interesante en cuanto a la evolución del pensamiento y de la filosofía ya que el razonamiento y la lógica comienzan a surgir por entre algunos resquicios que dejaba la fe que hasta ese momento se mostraba como inquebrantable.

Así es que surgen algunos pensadores que, aún en el seno de la Iglesia, comienzan a expresarse en forma más independiente.

En el año 1209 San Francisco de Asís forma la primera orden Franciscana u Orden de los Hermanos Menores y es la primera congregación que discute con el papado esquivando el anatema de herejía lo cual lleva a la larga a sus seguidores a discutir la supremacía de la fe y a sostener algunas posiciones enfrentadas con el pensamiento dogmático imperante.

Y es precisamente en la orden franciscana donde desarrolla su actividad uno de los más grandes metafísicos de la historia; Guillermo de Ockham.

Tal vez su nombre no sea tan reconocido como el de Tomás de Aquino, Nicolás de Cusa, Giordano Bruno o Agustín de Hipona, pero comparte con ellos el honor de estar entre las mentes más claras de la toda la historia de la humanidad. A pesar de esto a Guillermo de Ockham se lo conoce por algo que nunca hizo, o dijo.

Si bien Ockham utilizó el “principio de economía” o “principio de parsimonia” nunca utilizó la frase a él atribuida “entia non sunt multiplicanda praeter necessitatem” (no hay que multiplicar los entes sin necesidad) que, por otra parte, es muy anterior.

Parece ser que a Aristóteles le molestaba bastante la proliferación innecesaria de “entes” en el pensamiento platónico tan proclive a crear tantos de estos “entes” como fueran necesarios para explicar los fenómenos. Con lo cual los aristotélicos le tiraban por la cabeza “no multipliquen los entes sin necesidad”.

Lo que sí parece que Ockham dijo fue “en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la correcta”. A esto se denominó como la “navaja de Ockham” ya que se decía que le afeitaba la barba al pensamiento platónico.

La “navaja de Ockham” como herramienta metodológica nos impide, o al menos nos inhibe, de agregar elementos innecesarios al momento de encontrar una explicación para un problema.

¿Cuáles serían estos elementos innecesarios? Pongamos un ejemplo por todos conocido.

Un hombre aparece muerto en el baño de su departamento con un balazo en la cabeza y un arma en la mano. La explicación más sencilla es que se trata de un caso de suicidio.

La multiplicación innecesaria de “entes” en este caso sería incluir en la escena comandos sirios entrenados en Cuba; francotiradores de orígenes insólitos apostados en edificios aledaños o servicios de inteligencia internacionales con armas ultrasofisticadas.

En los últimos veinte años, eligiendo arbitrariamente el número, la cantidad de medios de comunicación se ha multiplicado en forma exponencial. Donde antes había cuatro canales de TV con dos noticieros diarios de una hora de lunes a viernes, hoy hay un montón de canales informativos que transmiten ininterrumpidamente.

Esto hace que el principio de economía no sea ni necesario ni deseable y por lo tanto la multiplicación ad infinitum de entes (teorías, sospechas, conjeturas, etc.) son necesarias para alimentar una maquinaria informativa que no puede ni debe detenerse.

Es nuestro deber como ciudadanos aplicar la Navaja de Ockham para determinar cuáles son los entes que se están multiplicando innecesariamente en medio del fárrago informativo al que nos vemos expuestos a diario.

Porque, reinterpretando a Raúl Scalabrini Ortiz, si te la complican mucho es porque te quieren cagar.

PS: Terminada la nota llega a mi memoria la escena inicial de “Un chien andalou” de Buñuel y el famoso ojo seccionado con una navaja de afeitar que es una clara alegoría a la necesidad de cambiar la manera de mirar la realidad propuesta por el surrealismo.

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