Siempre tuve dificultad para memorizar, no para recordar, sino para memorizar. Las listas del supermercado o las tablas de multiplicar siempre fueron mi talón de Aquiles. Sobre todo las tablas de multiplicar. Mi vieja me tenía horas encerrado en la pieza repitiendo las tablas una y otra vez.
“¡Hasta que no te las sepas de memoria no salís de la pieza!”, “¡Mirá que te las voy a tomar y más vale que te las sepas porque si no me vas a conocer! ¡ME VAS A CONOCER!”. ¿Qué podía a hacer un niñito de siete u ocho años para memorizar las “tablas” más que repetirlas y repetirlas incansablemente? Aún a sabiendas de que sería absolutamente inútil y que 9×7 sería por toda la eternidad un misterio.
El tiempo pasó y quise estudiar guitarra, pero jamás pude memorizar a qué nota corresponden las líneas y los espacios del pentagrama. Y encima cuando medianamente lograba memorizar algo me cambiaban la clave y todo se iba nuevamente de mi memoria.
Terminada la primaria ingresé en una escuela técnica, quería estudiar electrónica que, según me habían dicho, era “el trabajo del futuro”. A esa altura estaba convencido que el trabajo del futuro era el de astronauta, pero mi madre no coincidía en esto.
Resulta que de entre todos los componente electrónicos que existen (transistores, diodos, capacitores, etc.) el primero que se ve es el resistor o, más habitualmente llamado, la resistencia.
Imaginen mi desesperación cuando vi que las resistencias tenían una serie de bandas de colores y que para saber el valor de una resistencia había que aprender el código de colores. En este código cada color representa un número del 1 al 10 por lo cual si uno quiere saber el valor solamente tiene que haber memorizado previamente esa tabla de equivalencias color-número.
Pero además hay una banda que multiplica dicho número por 10, 100 o 1000 que son los mismos colores pero que cumplen otra función. Y encima hay otra banda más que expresa, en color también, la tolerancia en porcentaje. Demás está decir que no soy técnico electrónico.
Tiempo atrás caminaba por la zona céntrica de la ciudad y en un quiosco o puesto ambulante encuentro a la venta una serie de pañuelos de colores diversos. Justamente estaba buscando un pañuelo oscuro para algo que no viene al caso. Había exhibidos un buen número de pañuelos triangulares cada uno con su color y cada uno con su leyenda.
Ante mi ignorancia me explicaron que cada color representa una “causa” o una “lucha” y quienes lo portan se identifican con dichas causas. Así quien exhiba un pañuelo de determinado color se sabe que adhiere a determinada causa. Los distintos colores, ignoro en base a qué han sido elegidos, pueden ser antagónicos, complementarios o simplemente no tener relación alguna entre ellos. De tal forma uno puede conformar un cuerpo ideológico a partir de combinaciones de colores.
Me animé a preguntar cuántos colores de pañuelos hay, y me respondieron que en ese puesto contaban con veinticuatro, pero que podían ser más ya que esos eran los que más se vendían. Es decir que uno puede configurar su cuerpo ideológico en base a un código de colores pero solamente con aquellas causas o luchas que justifiquen la existencia de pañuelos. Y esta justificación la dará, cuando no, el mercado.
“¿Ves?, me dijo mi interlocutor, aquel pibe que va allá (o era una piba, ya no recuerdo) es…” y me enumeró una serie de causas, luchas, reivindicaciones, etc. “mirando la mochila o la muñeca (la de la mano, obviamente) y viendo qué pañuelos tiene atados”
– ¿Y eso qué función tiene?
– Bueno, como primera medida para hacer pública tu adhesión a una causa.
– ¿Y es necesario?
– ¡Absolutamente! Además es una forma de reconocerte con los tuyos aunque no se conozcan.
– Pero para eso, dije, necesitas encontrar aquel que se corresponda estrictamente con tu combinación de colores, lo que matemáticamente es imposible.
De pronto recordé mis clases con Adrian Paenza en la Facultad de Ciencias Exactas.
– “¡Las combinaciones son millones!” Exclamé alarmado
– “Pero no – se rió mi interlocutor – importantes hay solamente unos pocos y se excluyen unos a otros. Los demás son complementarios y en general pueden coexistir. Aunque a veces con ciertas dificultades, no te lo niego. Así que ahora podés buscar los pañuelos que te identifican y ya todos sabrán qué pensás y cuáles son tus luchas y tus reivindicaciones”
– “¡Buenísimo! Después, con más tiempo, lo hago. Ahora tengo que llegar al banco antes de que cierre”
No quise decirle que el pañuelo de mi “causa” no estaba y no había combinación posible que la expresara.
#noalastablasdemultiplicar
Por Aldo Barberis Rusca