Por Aldo Barberis Rusca
Pocos términos hay tan elusivos y ambiguos como la palabra “cultura”. Como ya hablamos alguna vez, cultura proviene del latin “cultus” que significa cuidar de un campo o de una parcela de tierra. De ahí deriva “cultivar” que aún se utiliza en ese sentido.
Durante siglos “cultura” tuvo un uso cercano a su sentido original de “cuidado” en el sentido de esmero, no de temor. Con esta acepción se utiliza como sufijo en palabras como “agricultura”, “puericultura” o “floricultura”.
Pero cuando alguien cultiva un campo, lo que hace es ponerlo en producción, hacerlo fructificar y en tal sentido se comenzó hablar de “cultivar el espíritu” y de personas más o menos “cultivadas” en el sentido de instruidas.
La palabra “cultura” en un sentido cercano al que se utiliza hoy es un legado de la ilustración; aunque Diderot en su famosa Enciclopedia aún toma el término como referente a las actividades agrícolas.
Es en ese momento en que se establece una primera definición por oposición de la cultura al contraponerla con la naturaleza; de tal forma que, como afirmaba Rousseau, la cultura es un fenómeno distintivo de los seres humanos.
La cultura entonces aparece como el conjunto de los saberes y conocimientos de la sociedad a lo largo de la historia.
Esta es una visión propia del pensamiento dualista del modernismo que, inaugurado por Descartes y luego ampliado por Hegel, descubre el “yo” y, en consecuencia al “otro” como otro distinto del yo.
Es ahí donde la cultura aparece como un bien, y como tal está quien la tiene y quien no.
También se ha relacionado a la cultura con la civilización entendiéndose como tal a un estado de la humanidad en el cual se han superado la ignorancia, lo cual trae aparejada la idea de progreso. La cultura en este contexto es lo que diferenciaría la civilización de la barbarie.
Según este criterio la cultura se expresa como un refinamiento de las costumbres y de las relaciones humanas, un perfeccionamiento de las leyes y de las formas de gobierno y una profundización del conocimiento.
Durante todo el siglo XIX la cultura y la civilización son el objeto de la lucha entre dos grandes corrientes; la francesa y la alemana.
Francia tenía un territorio unificado por lo cual sus pensadores bregaban por una cultura universal, mientras que Alemania estaba dividida en múltiples estados, lo cual obligaba a tener una visión más respetuosa de la diversidad e individualidad de los pueblos y contraria al universalismo francés.
Pero es la visión francesa de la cultura la que finalmente termina imperando en el mundo de forma tal que se establece una concepción progresista de la civilización y la cultura; una idea de que la cultura europea es el pináculo y que todas las demás son caminos incompletos o desviados.
En este contexto es que aparece la idea de “civilización o barbarie” de Sarmiento, siendo la civilización la cultura europea, que solamente incluye a los países de norte dejando de lado a España, Portugal e Italia, y la barbarie todo el resto (catolicismo, pueblos originarios, mestizajes, etc.). Este es el concepto cultural que hasta hoy mantienen las clases burguesas eurocentristas.
Sobre finales del siglo XIX y sobre todo en el siglo XX aparecen en escena las ciencias sociales, se meten los ingleses y el tema se complejiza bastante.
Sin dejar de lado la idea progresista de la cultura (“La principal tendencia de la cultura desde los orígenes a los tiempos modernos ha sido del salvajismo hacia la civilización” E. B. Tylor) las ciencias sociales proponen un estudio sistemático, un desmantelamiento pieza por pieza y, finalmente una clasificación de grados entre el salvajismo y la civilización.
Ya en el siglo XX estas ideas se ponen en discusión y aparecen corrientes que niegan la visión evolucionista de la cultura. Para estas corrientes la cultura, o las culturas, siguen un camino particular y niegan la idea del progreso.
Es así que aparecen distintas corrientes y definiciones de cultura.
El culturalismo que establece que cada cultura solo puede ser comprendida en sus propios términos y que es necesario el estudio más detallado posible de sus diferentes aspectos.
El estructuralismo de Levi-Strauss que dice que la cultura es un mensaje que debe ser decodificado estudiando sus signos y símbolos.
El funcionalismo que cree que todos los elementos de una cultura tienen una función que les da sentido y permiten su existencia.
Como vemos el problema de la cultura es algo que viene siendo estudiado desde hace mucho tiempo por grandes pensadores. Incluso algunos artistas han dado definiciones con las cuales podemos o no estar de acuerdo.
Gabriel García Márquez define a la cultura como “el aprovechamiento social del conocimiento”.
Alejandro Dolina toma una definición que asegura que la cultura es “el conjunto de saberes, artes, ciencias y filosofía de un pueblo”.
A mi, particularmente, me gusta pensar a la cultura como “la identidad y personalidad de un pueblo”.
De lo que no caben dudas es que la cultura es un tema extremadamente complejo y de muy difícil definición.
Es por eso que desde aquí nos preguntamos ¿En qué estaba pensando el Gobierno de la Ciudad cuando declaró a Tinelli “personalidad destacada de la cultura”?