Recubiertos por tejados a dos aguas, doce edificios enmarcados por patios y jardines reflejan la concepción racionalista predominante en los diseños del arquitecto socialista Fermín Bereterbide, un visionario de las viviendas colectivas creadas hace más de un siglo.
Por Cristian Sirouyan
Así como cualquier referencia a Devoto remite casi automáticamente en el imaginario a la intimidante presencia de la cárcel en el corazón del barrio, Chacarita suele ser asociado al cementerio, un lugar sombrío al que los mortales aún en vida prefieren ni asomarse.
Sin embargo, el panorama cambia rotundamente calle por medio. El aire espeso del camposanto se despeja y las penumbras ceden ante los embates de la luz natural dentro del cuadrado que forman las trazas rectas de Leiva, Rodney, Concepción Arenal y Guzmán.
Allí, las austeras casas colectivas que dan forma al minúsculo barrio Parque Los Andes exhiben las líneas racionalistas que apilcaba a sus obras el arquitecto rosarino Fermín Bereterbide cada vez que era llamado a diseñar edificios con una concepción social y colectiva.
Debidamente nutrido de las ideas socialistas que imperaban en su Rosario natal a principios del siglo XX, el especialista tenía muy en claro cómo diseñar viviendas dignas para la clase obrera. Finalmente, el conjunto poco ornamentado de doce cuerpos de cuatro pisos que dejó en pie en Chacarita fue inaugurado el 30 de diciembre de 1924.
Un siglo transcurrió desde ese día -una jornada providencial para un centenar de familias encabezadas por empleados municipales- y el complejo de 157 departamentos sigue instalado ante los ojos de los porteños y sus huéspedes como un oasis de espacios comunes parquizados, ventilado e iluminado a chorro por los fulgores de la luz natural, donde los maceteros desbordados de plantas, glorietas que coronan las terrazas, santa ritas y jacarandáes sugieren el contacto estrecho con la naturaleza.
Esa imagen bucólica que se desprende de los tres patios interiores armoniza con las celosías abiertas de los ventanales protegidos con balcones con barandas de hierro. Los vecinos disfrutan de los matices del espectáculo natural desde sus livings con piso de pinotea o -si el sol acompaña- eligen bajar al parque con la silla y un libro o el teléfono a mano.
Habitantes afines a la Arquitectura, escritores y productores audiovisuales se llevan de maravillas con este resguardo d eaire puro de la gran ciudad, levantado en lo que fuera una zona semirrural lindera con una planta de incineración de residuos.
Bajo los techos a dos aguas recubiertos de tejas coloniales y chimeneas en desuso, aquí todavía se respeta el horario de la siesta, un ritual que solía pasar por alto el baterista Juan Carlos “Black” Amaya. Por un rato, en las lejanas tardes de los años ’70, el ilustre vecino improvisaba una súper banda de rock urbano con Pappo y Luis Albeerto Spinetta.
Sin embargo, aquí siempre prevalecieron los largos silencios y las charlas -mate por medio- y hasta los ladridos casi imperceptibles. Para sostener sin tensiones el vínculo comunitario en las áreas comunes, en este pueblo chico funcionan comisiones de Convivencia, Cultura, Limpieza y Mantenimiento y una plaza de juegos reconvertida en cancha de fútbol y de básquet.
Otras luces sugerentes convocan a abordar el barrio Parque Los Andes a través del acceso por Concepción Arenal al 4200, donde la Biblioteca Baldomero Fernández Moreno -inaugurada en 1956- atrae con su catálogo multitemático de alrededor de 4.200 libros. Uno de sus tesoros imposibles de soslayar es la “Colección de Historia Universal”, escrita por César Cantú y publicada en 1854 con ilustraciones en láminas grabadas en acero. Es apenas una entre tantas reliquias guardadas en la porción más luminosa de Chacarita.
Imperdible
Enfrente del barrio, al otro lado de la acera empedrada de Guzmán, el Parque Los Andes es uno de los lugares más visibilizados de la ciudad por la feria instalada los fines de semana y feriados de 11 a 19 horas al costado de Concepción Arenal y la avenida Corrientes.
Por la larga hilera de puestos, los visitantes tienen la posibilidad de llevarse a precios razonables una amplia variedad de ropa, calzados, perfumes, herramientas, juguetes, libros, carteras de cuero, alhajas y antigüedades.
Menos visible a los ojos de la multitud de gente de a pie, automovilistas y pasajeros de taxis y colectivos que transforma la zona en un caos urbano en horas pico, a pasos de la vereda de la la avenida Corrientes se levanta el monumento esculpido en bronce en 1941 por el artista Luis Perlotti. La obra es un homenaje a los pueblos originarios ona, tehuelche y calchaquí de la zona cordillerana de Argentina.
El parque, dividido en dos sectores por la calle Jorge Newbery, es también un lugar indicado para depuntar la pasión por la actividad física en una atmósfera refrescada por la brisa que aportan los ejemplares de tipa, eucalipto, morera blanca, plátano, paraíso, álamo plateado, olmo y acacia negra.
Los fines de semana de 9 a 13 horas, los visitantes que llegan en plan de compras en esta suerte de “shopping a cielo abierto” se fusionan con los adeptos al programa de caminatas, yoga, juegos para adultos mayores y baile de ritmos latinos que organiza el Gobierno porteño.
La imagen reluciente que ostenta el parque Los Andes parece replicar el espacio de esparcimiento que gozaban a fines del siglo XIX los alumnos del Colegio Jesuita de San Ignacio en el original terreno de la Chacarita de los Colegiales.
Ese lugar de recreación había servido de cementerio durante la epidemia de fiebre amarilla que asoló a la población porteña en 1871. Por las dudas, como para aventar cualquier amenaza de ese pasado oscuro, en su versión moderna, el parque cuenta con los favores del Santuario de la Virgen, el Templete de la Difunta Correa y la diminuta figura del Gauchito Gil.