Como vivir un domingo distinto

COMUNA 15 |

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El día de menos ritmo en la ciudad, cuando la mayoría descansa y sale menos de casa, El Club Social y Deportivo Morán, en Agronomía, vive su momento de auge. Las actividades deportivas concentran a numerosos chicos, que se acercan con su camiseta negra y amarilla. Pero sus familiares y amigos también concurren al club, y pasan el día allí, en un ambiente social. Esta es una crónica marcada por niños que van y vienen solos, y adultos que, charlas y mate mediante, disfrutan un domingo diferente.

Por Mateo Lascano

En el día en que la ciudad descansa. Cuando los habitantes bajan su alocado ritmo considerablemente y se dedican a actividades de entrecasa, pasivas.

Donde las veredas y las calles respiran por la ausencia de autos y peatones. Mientras todo eso sucede, hay un lugar en el que todo eso se invierte, y hablar del domingo es hablar de multitud, de ritmo intenso y de movimiento.

Es el Club Morán que como tantos clubes de barrio, vive el último día del fin de semana su momento de auge. Las escenas y los personajes se repiten cada domingo, casi con la misma dinámica.

En el club, no hay asado de por medio, ni ravioles caseros que tienten. No hay clásicos de primera imperdibles para seguir por tele, ni maratón de películas para mirar un día de lluvia.

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En el Morán, el domingo está marcado por la vida deportiva y la social, dentro de este terreno de Agronomía, en la calle Pedro Morán 2446, entre Artigas y Zamudio.

El horario en el que se abren las persianas varía según cuándo se desarrolla la primera actividad del día. Pero una vez que la cortina de metal se enrolla, chicos y grandes empiezan a poblar el club.

Los lugares principales son, obviamente, las canchas. La de futsal, al fondo del club, con gradas a los costados y palcos en la parte superior. O la del primer piso, donde funciona el baby fútbol, el vóley y el patín.

Pero se está equivocado si se piensa que la actividad se concentra allí: el salón grande del buffet, la puerta misma del club, los costados de las canchas, todo es copado por las familias en cada domingo. Y hay circulación permanente, adentro y en las veredas.

Walter Turano es miembro de la Comisión Directiva que preside el club hace dos años. Se crió en el Morán y con los amigos que se fueron haciendo allí decidieron involucrarse en la política del club. No fue fácil, significó forzar el retiro de los directivos que los habían visto nacer.

“Pero fue lo necesario para poder hacer todos los cambios que el club, que estaba atrasado, creciera”, dice. Todos los miembros de la Comisión tienen hoy entre 35 y 40 años, mostrando un salto generacional importante.

“Antes los domingos se compartía el vermut, se jugaba a las cartas. Ahora el paradigma del club de barrio está cambiando, y debe competir con la Play Station, por ejemplo”, afirma el directivo.

La actividad para contrarrestarla es la llegada del fútbol femenino. El masculino va en crecimiento: hay 200 chicos jugando baby fútbol, los más chicos nacidos en 2013.

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Walter habla en una mesa del buffet. El salón, donde un sábado al mes funciona la famosa milonga, es amplio y luminoso. Fue recientemente refaccionado. Tiene mesas y sillas distribuidas en los costados y otras tantas apiladas. Hay grupitos de adultos charlando y suena música. Las copas están a un costado, no en primer plano.

En el Morán, hablar del domingo es hablar de movimiento, de actividad, de vida. Y en tono alegre, con abundancia de sonrisas. “Acá nos olvidamos de los problemas de la semana”, aporta el padre de Matías. Él es uno de los chicos que están, vestidos de camiseta y short de futbol, corriendo en los alrededores. Que “viven” allí.

“Hay un sentido de pertenencia”, dice Walter. Y ejemplifica: “Yo vine con mi hijo, entró y no lo vi más. Y se queda con el hijo de la buffetera, con el hijo de tal, el hermano del otro, el compañero. Dan vueltas, van y vienen, entran y salen, se manejan solos. Todo es una gran familia. Y este es el único lugar en el que lo puede hacer”.

Los chicos y adolescentes están por todos lados. También en la puerta, sentados en el cordón. O en la misma esquina. Porque la presencia no se limita a jugar los partidos del día, sino a compartir ese momento. Los adultos tampoco son ajenos: se los ve en las gradas, alentando a los jugadores en el partido, en esta oportunidad contra Racing, en la puerta charlando o en las mesas. Se giran mates, galletitas, gaseosas.

El bullicio dominical es una constante en el Morán, y va más allá del aliento en la cancha, las indicaciones de entrenadores o las zapatillas rozando el cemento.

En el Morán no se les pide el carnet a los chicos al ingresar. “Somos un club de puerta abierta”, agrega Fabián, otro miembro de la Comisión. Y lo explica mediante una situación: “si pasa un pibe, que vea la puerta abierta y si la cancha está libre se pone a jugar, si para eso está un club de barrio”, dice.

No obstante, el aporte de las cuotas de las actividades es fundamental. La compra de equipamento, el sueldo de los entrenadores, los trámites administrativos, los viáticos, y parte de las obras llevadas a cabo, todo sale de los recursos genuinos del club.

El domingo sigue, y el desfile de visitantes al club no cesa. El amplio salón aloja bicicletas y cochecitos. Personas a pie, a ritmo más o menos apurado, haciendo arengas los que están por jugar, festejando los que acaban de ganar, o hablando sobre la escuela de los hijos. Vienen de barrios aledaños, como Villa Urquiza o Villa Pueyrredón en su mayoría.

Cecilia, que colabora haciendo tareas administrativas en la semana y el domingo corta los tickets para el partido es una de ellas.
Martín Olcina, Presidente del Club es otro. No es su única actividad en el club: es como la “Brujita” Verón del Morán, ya que es también jugador del equipo de futsal (“el técnico está amenazado para ponerme sí o sí”, bromea)

Ellos son ejemplos del esfuerzo y la dedicación que implica administrar un club de barrio. Lo mismo sucede con Walter, cuya novia “sabe que pasar el domingo acá venía en el paquete”.

Al fondo, en la cancha, al futsal le queda todavía mucho para terminar. Lo saben familiares y amigos, que siguen apoyando y alentando al Morán en esta tarde, pero a la vez intercambian la merienda.

También lo tienen presente los que charlan en las mesas, o de pie. Seguramente no tanto los chicos que despreocupados deambulan y juegan. Pero siguen llegando chicos, mezclados con padres, vestidos de negro y amarillo, la camiseta del club.

Mañana habrá que volver a las obligaciones, pero todavía no se piensa en eso en esta tarde en el Morán. Porque aquí, y en tantos otros clubes de barrio, el domingo tiene un sabor, un sonido y un clima distinto.

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