(Des)Acuerdos de Fondo: oficialismo y oposición ante el problema de la deuda

Acuerdo con el FMI
Ya es más que una costumbre. Por más que los dirigentes puedan hacerse alguna “escapada” o tomarse un fin de semana de descanso, la política argentina no se toma vacaciones. Mucho menos este año, en el que la decisiva negociación entre el gobierno nacional y el Fondo Monetario Internacional tuvo en vilo tanto a oficialismo como oposición. Y generó consecuencias políticas que van más allá de unos simples chisporroteos.

Por Fernando Casasco
Urquiza se Organiza

El anuncio por parte del presidente Alberto Fernández de un acuerdo alcanzado con el staff técnico del FMI llegó cuando se jugaba el tiempo de descuento para la negociación, por la proximidad de vencimientos de deuda que hubiesen recaído sobre las ya diezmadas reservas del Banco Central. “Ningún acuerdo con el FMI es bueno, pero de todos éste era el mejor posible”, sintetizó el Presidente.

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Pese al optimismo con que el gobierno nacional realizó el anuncio, al afirmar que el acuerdo no implicaría un mayor ajuste para las cuentas fiscales, en el oficialismo la interna estalló a los pocos días. Fue Máximo Kirchner quien expresó la posición de los dirigentes oficialistas más radicalizados al renunciar a la jefatura del bloque del Frente de Todos en Diputados, por no compartir “la estrategia utilizada” ni “los resultados obtenidos” en la negociación por el equipo económico dirigido por Martín Guzmán.

Las críticas del hijo de la vicepresidenta Cristina Fernández se desplegaron en tres sentidos: en primer lugar al ex presidente Mauricio Macri, por la decisión de volver a endeudar al país con el Fondo; al propio FMI a quien rebautizó como “Fuerza Monetaria Internacional” por su decisión de imponer medidas draconianas a los países endeudados; y por último al presidente Alberto Fernández y a su ministro de Economía, al señalar que no se debía “hablar de una dura negociación cuando no lo fue, y mucho menos hablar de ‘beneficios’”.

Si hay algo que el peronismo acostumbra es poner a la vista de toda la sociedad sus heridas internas. Así, la carta de Máximo no hizo más que exponer las viejas diferencias que el ala kirchnerista tenía con ciertos modos de Alberto Fernández y hasta con su propia figura, a pesar del gesto que tuvo Cristina Fernández al ungirlo como candidato a Presidente.

Las reacciones e intentos de análisis de hasta dónde llegaba la movida no tardaron en llegar. Para muchos comunicadores se trataba del planteamiento que la propia Vicepresidenta (a quienes muchos criticaban por su silencio) hacía al acuerdo alcanzado. Hasta el momento de cierre de esta nota, Cristina sigue sin expresarse públicamente sobre la cuestión.

De todos modos, tanto el Jefe de Estado como el propio Máximo Kirchner se encargaron en aclarar que la ex mandataria no estaba de acuerdo con la decisión de su hijo de dar un paso al costado. A su vez en el entorno del líder de La Cámpora se aclaró que la decisión era personal y que no iba a haber renuncias de otros dirigentes de la agrupación ni se esperaba un voto masivo del sector más kirchnerista contra el acuerdo en la Cámara Baja.

De todas maneras, la polémica se enraizó profundo en el frente oficialista. ¿La negociación se dio en los términos pautados y logró todo lo que se esperaba? ¿Se puede criticar un acuerdo en el que se logró no realizar reformas significativas en materia laboral, previsional y de un recorte más pronunciado del déficit fiscal, tal como exhibieron con orgullo Fernández y Guzmán?

¿O por el contrario lo pautado lastrará las posibilidades futuras de un crecimiento con inclusión, como sugiere Máximo? ¿La alternativa de patear el tablero y declarar un default unilateral con el organismo tenía algún horizonte de posibilidad?

Todos debates que estaban en el aire y se materializaron en los debates televisivos, las charlas de café o los cruces por redes sociales de dirigentes y militantes del FDT. Y que otra vez, en sus fases más extremas, vuelven a asustar a muchos de ellos con el fantasma de la ruptura.

Si el oficialismo entró en esta especie de cabildo abierto donde todo puede ocurrir, la oposición también quedó en un lugar incómodo. Las propias internas de la coalición Juntos por el Cambio volvieron a hacerse visibles al no tener un adversario unificado que obligaba a suavizar los matices.

La previa de esta definición ya se había advertido en la divergencia entre los gobernadores radicales y el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta a la hora de la firma del compromiso fiscal, lo que aquella vez se observó como un gesto de diferenciación del dirigente del PRO. En enero, al ser convocados por el Poder Ejecutivo Nacional para informar la marcha de las negociaciones con el FMI, esta vez todos los gobernadores opositores formaron un frente común y rechazaron el convite.

De todas maneras, las diferencias persistieron: mientras Rodríguez Larreta la calificó de “una reunión política”, el jujeño Gerardo Morales – al frente de la UCR y con deseos de disputarle al porteño la candidatura presidencial-, les recordó a sus socios del PRO: “Esta deuda que se está negociando la contrajimos nosotros y lo menos que tenemos que hacer es ir y escuchar». Finalmente, los gobernadores radicales mandaron emisarios a la reunión general, pero se frustró un encuentro de todos los mandatarios opositores (incluido Larreta) con Guzmán.

Con la renuncia de Kirchner al bloque y las diferencias expuestas en el oficialismo, pasó algo similar, pero se sumó una dirigente que intenta terciar en estas discusiones. Mientras Rodríguez Larreta procuró mantenerse en el centro al expresar que la renuncia “genera una incertidumbre que en este momento no ayuda nada”, la que salió con los tapones de punta fue la titular del PRO, Patricia Bullrich, vocera del ala más dura de la coalición. “O ellos votan todos juntos, o hay que derogar la ley que ellos armaron para que el acuerdo que firmen pase por el Congreso”, manifestó la ex ministra de Seguridad. Sus mensajes furibundos en redes sociales parecían involucrar a toda la coalición opositora detrás de esa postura.

Las provocaciones de “la Piba” cayeron como una bomba para los aliados de Juntos. Durante la reunión de la mesa nacional de la coalición (en la que Bullrich no participó), Morales la criticó con términos bien coloquiales: “Ella va a los medios e instala temas que no son los acordados y se pone como la dueña. No nos va a llevar como burro a Bolivia, a los chicotazos”.

Más diplomático, el titular de la Coalición Cívica, Maximiliano Ferraro, se expresó en los mismos términos: “Lo que no podemos hacer en JxC es que la posición de un dirigente quiera ser tomada como la posición de toda una coalición que integran otros partidos y otros liderazgos”.

Los chispazos internos dejaron las definiciones de fondo respecto a cómo votar el acuerdo con el FMI en suspenso. Los dirigentes opositores pretendían arribar a una posición común al cierre de esta edición. La idea de mostrarse como hombres de estado responsables, sin asumir culpas por la extenuante deuda contraída (que implicaba erogaciones por casi 40 mil millones de dólares para este año y el próximo, casi tres veces el superávit comercial récord alcanzado el año pasado), y al mismo tiempo sin permitir que el gobierno capitalice un apoyo como una victoria, deja un estrecho desfiladero por donde buscarán avanzar sin desarmarse en el camino.

Para el gobierno el primer bienio fue de crisis, pandemia y elecciones perdidas. Pero también de una marcada recuperación de la economía en el segundo año.

Si el fracaso en la aprobación del presupuesto 2022 marcó el fin de esa primera mitad oscura del mandato de Alberto Fernández, las autoridades buscan que la aprobación del acuerdo con el Fondo y la intensificación de las relaciones internacionales para fomentar exportaciones e inversiones (las visitas a Rusia y China van en ese sentido) pongan un buen punto de partida para un fructífero segundo bienio, sin el cual el 2023 aparece amenazante en el horizonte.

Pero para ello se sabe que la unidad es imprescindible y que cada desgajamiento se torna muy peligroso.

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