Por qué cuando la vendedora se acerca, mientras pasamos percha por percha en el local, dice con total normalidad: “Es talle único”, qué sentido tiene que sólo se ofrezca ropa de una medida cuando cada persona tiene un físico distinto. Entrevistamos para hablar de este tema a tres diseñadoras: Sol Ungar, Julia Agüero y Natalia Jaichenco.
Por Mariana Vaccaro
La tarea del diseño pareciera acotarse a generar estéticas más o menos diversas, a poner la creatividad al servicio de la moda, mostrar algo diferente y atractivo para el público. Sin embargo, por más bello que algo pueda lucir en los cuerpos pequeños de los maniquíes, es claro que su función no es la de adornar vidrieras sino la de vestir cuerpos humanos. ¿Se tiene en cuenta la funcionalidad de la ropa? ¿Se planifica vestir cuerpos humanos reales?
“Los diseñadores no se sientan a pensar en qué hace falta, sino en cómo llevar una colección a los espacios de moda”, lanza contundente Sol Ungar, una de las tres diseñadoras a quienes entrevistamos para hablar de ropa inclusiva.
Ungar junto a Julia Agüero y Natalia Jaichenco demuestran que todos los cuerpos merecen vestirse con colores, estampados y telas que reconforten a los y las usuarias. Nada de utilizar “ropa especial” que deprime, se puede pensar desde una estética relacionada a lo sensual, juvenil y divertido.
Dictadura del talle único
“Se usa así ajustadito”, “¿No te queda?”, “Mira que es M, un M chico”, “No tenemos talle para vos”… La lista de frases que repelen a quienes intentan comprar ropa y no lo logran debido a la poca o nula variedad de talles sigue. El 68% de los argentinos tiene problema para encontrar talle (siempre o frecuentemente), la mayoría son mujeres. La reacción más recurrente ante esta situación es cuestionar sus cuerpos y sentir impotencia o enojo. Así lo demuestran los datos relevados por una Encuesta Nacional de Talles realizada por la ONG AnyBody.
En el informe se destaca que quienes no encontraron talle necesitaban uno o dos medidas más grandes que las que ofrecía el local de ropa. ¿Por qué se siguen fabricando talles pequeños si a la mayoría no le entran?
“Para mí es una cuestión netamente política, es una bajada de línea, una opresión sobre los cuerpos de las mujeres respecto a cómo se tienen que ver, cómo tienen que ser para el consumo (…) eso genera una disparidad en las personas, problemas de salud (en relación a la alimentación). También este conflicto que tenemos las mujeres con nuestros cuerpos, de poder aceptarnos como somos y que, así como estamos, estamos bien. No necesitamos lastimarnos o esforzarnos para cumplir con ese target que nos impone un sistema que es patriarcal y capitalista”, marca Ungar.
Por su parte, Agüero asiente a muchas de las frases de su colega y agrega con énfasis: “Básicamente tiene que ver con que garpa: las grandes marcas usan un paréntesis entre tal talle y tal otro”. Es decir que eligen quiénes pueden usar sus productos y quiénes no.
“Además, son falsos los talles porque te dicen ‘es un 46’ y yo lo veo y no es un 46, ¡es un 40! Como yo trabajo con esto me doy cuenta”, explica la creadora de la marca “Malitas Perras” de lencería plus size.
Talles reales
“Malitas empezó por una necesidad”, sostiene Agüero, quien fue aprendiendo sobre telas, moldes y costuras en el hacer. “Era obesa y no conseguía ni lencería ni ropa. Los tiros de las marcas tradicionales son super cortos, nosotros necesitamos tiros más largos por la panza, los rollos… Suele pasar que una se va a comprar ropa interior y te llevás un conjunto porque el corpiño tal vez te entra, pero sabés que la bombacha nunca la vas a usar”.
En la actualidad, producen lencería de diversos talles: en la parte de abajo desde el 44 hasta el 70 y de busto a partir del 100 hasta 140. No se trata solo de agrandar las prendas, Julia Agüero explica que los volúmenes y pesos cambian en los talles grandes, por eso es necesario conseguir telas de buena calidad y plantear diseños que además de bonitos sean confortables.
“Las personas que tenemos curvas también podemos usar algo sexy, no importa tu talle. No tenés que usar ‘el bombachudo de la abuela’. A mí me pasó que las mismas clientas van pidiendo cada vez más productos, como por ejemplo babydolls”.
Como plantea Agüero, “Los cuerpos con curvas no se ven en los medios”, tampoco en las vidrieras, entonces entre las referencias de lo que es deseable y lindo no están las figuras grandes o gordas. En este sentido, la creadora de la línea de lencería de talles grandes explica lo importante que es mostrar los productos en personas: “Pongo los conjuntos en los cuerpos reales con modelos plus size. La gente se siente identificada, puede ver más o menos cómo le quedaría porque es parecida a la modelo”.
Natalia Jaichenco también trabaja con modelos plus size para mostrar su ropa. Esta diseñadora de indumentaria femenina cuenta que salió del estándar de los talles sin buscarlo directamente desde el principio: “Se fue dando por distintos motivos, primero porque durante mi carrera tenía un maniquí que era más grande que el de los demás. Cuando empecé a trabajar y tenía un solo talle, siempre era más grande que el resto de las marcas de diseño. Yo vendía en locales y esto me lo celebraban. Luego agregué naturalmente talles para arriba y me di cuenta que siempre los que más vendía eran los más grandes”. Actualmente su marca Klihor tiene cuatro talles.
“Es un segmento al que le cuesta encontrar talle. A veces recibo mensajes de chicas que tal vez es la primera vez que se ponen un vestido y a mí me emociona un montón”, añade Jaichenco.
Discapacidad y prendas para tocar
“En un primer momento pensé en los talles especiales, pero eso ya se debatía y había otras cosas que ni siquiera se pensaban. Me empecé a plantear qué pasaba con los diferentes tipos de discapacidad, qué necesidades tenían y me parecía que la discapacidad visual tenía la particularidad de parecer el contraste a mi carrera que era Diseño de Indumentaria”, así Ungar se dedicó a investigar qué particularidades serían útiles en la indumentaria para que la puedan usar de manera simple las personas ciegas.
La diseñadora se acercó a escuelas especiales de Neuquén, de donde es oriunda, para consultarle a personas ciegas o con visión reducida cómo era su día a día, cómo resolvían el tema de vestirse, cómo eligen qué ponerse, cómo combinar. A partir de esas inquietudes empezó a trabajar en su tesis que se convirtió en su marca: Sonar. Con una mochila y muchas ideas se vino a Buenos Aires para dar a conocer su proyecto.
“No pensé en ropa para discapacitados sino en ropa para personas que incluye la discapacidad”, aclara la diseñadora que, además, rompe con el binarismo varón/mujer y ofrece modelos para que los pueda usar cualquier persona.
“Tenía que tener otras resoluciones que yo podía brindar desde el diseño: ¿qué pasa si vas a bailar? Tenés un bastón y lo querés plegar, no lo podés dejar en el guardarropa, es tu batimóvil, ¿dónde lo ponés? Entonces tiene que entrar en el bolsillo. Que puede servir para el bastón, la pizarra o un celular grande”, describe.
A esto se suma el hecho de que juega con las texturas de las telas y realiza estampas con relieve. Muchas de sus prendas tienen tachas o apliques que adornan y, al mismo tiempo, están dispuestos de tal manera que se puede leer en Braille el color de la prenda. Este sistema táctil de escritura y lectura es usado en las etiquetas, donde se indica: el color de la prenda, la composición y algunos cuidados básicos.
Si, con nuestra vestimenta y estilo, buscamos nuestra identidad, estás diseñadoras nos invitan a no conformarnos con lo que ofrece el mercado masivo, demuestran que se puede crear indumentaria inclusiva. “Salí a buscar ropa que tenga un compromiso social con el bienestar de las mujeres”, es el planteo de Ungar.