El humilde jardín maternal detrás del shopping

COMUNA 12 |

En el Barrio Mitre de Saavedra, muchas veces denostado desde los medios, se encuentra la escuela inicial “Caminito”. La institución recibe chicos desde 45 días de edad con un presente difícil, pero luchando por su futuro. Atrás del Shopping DOT y al costado de un imponente edificio, este jardín está lleno de historias de vida y resignifica el rol de los docentes de infantes.

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Por Mateo Lazcano

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Muchas veces, conocer desde adentro las realidades ayudan a reacomodar pensamientos. O al menos, a dejar de señalar con un dedo acusatorio y prejuicioso el accionar de otros, sin conocerlo. Las zonas pobres muchas veces sufren de esa mirada discriminatoria. El Barrio Mitre, en Saavedra, suele aparecer en los medios de comunicación como una zona peligrosa y marginal, donde es mejor no meterse. Sin embargo, allí adentro hay historias de vida.

La Escuela Infantil número 8, del Distrito Escolar 10, llamada “Caminito”, reúne en sí ejemplos de esfuerzos y cariño, de padres, directivos y docentes. Este jardín maternal funciona en dos turnos, de 7.30 a 14 hs y de 11.30 a 18 hs, y contiene chicos de solo 45 días hasta tres años, separados en salas de recién nacidos, deambulantes, dos y tres años.

Si se mira a su alrededor, la ubicación del jardín puede ser una metáfora hasta de la sociedad. Al fondo, la mole de cemento del shopping DOT está en el horizonte del establecimiento educativo. Es ineludible toparse en la vista con la parte de atrás del centro comercial, que muestra su cara más silenciosa y menos lujosa, opuesta a la faceta que presenta en su fachada e interior. Y a la derecha del jardín, la altura del edificio Intercons, el que lleva el letrero de la empresa Assist Card, disminuye mucho la apariencia exterior de la escuela.

El Jardín funciona desde 1990 en el barrio. Pero fue en 2010 cuando se construyó el edificio actual de la calle Arias 3775. Comparte el terreno con el Centro de Salud y Acción Comunitaria (CESAC) 27, como parte de los requisitos que el Gobierno de la Ciudad le impuso a la empresa IRSA para permitir la instalación del shopping DOT, que ésta cumplió con demoras.

El vínculo con el CESAC no es sólo edilicio: hay una enorme complementariedad porque ambos trabajan con la población del Barrio Mitre, que requiere atención sanitaria educativa para poder salir adelante.

Así, tapada, modesta, acallada frente a la imponencia de sus “vecinos”, se erige el Jardín “Caminito”. Pero dentro de sus muros la historia es otra. Es de esperanza, de fortaleza frente a la adversidad y de ganas de luchar. Enfrente, las casas del barrio situadas sobre la calle Arias miran hacia el Jardín. Y esa mirada, que en las viviendas es metafórica, se hace presente en los habitantes del Mitre: miran hacia el futuro de sus hijos. Y de eso se trata.

En la explanada de acceso se da una imagen particular. No hay bicicletas o autos estacionados, sino cochecitos. La entrada al Jardín está colapsada de cochecitos de bebés. Las madres los dejan allí durante el tiempo que los chicos permanecen en la institución. Impresiona ver la preeminencia de los cochecitos, como una apuesta por la vida frente a la adversidad.

Frente a un contexto complejo, y ante el prejuicio social que muchas veces los coloca como padres poco preocupados por la educación de sus hijos, por no poder brindarles los recursos necesarios, los padres encuentran en el jardín el cuidado y la calidez para sus pequeños, mientras ellos trabajan. El caso de la madre de Tobías, que toma en brazos a su abrigado hijo a la salida del turno tarde, mientras se hace de noche en el fresco otoño porteño, es un ejemplo.

El Jardín trabaja mucho con lo exterior, “construyendo puentes” con el barrio, que está enfrente. Porque el Jardín “es el Barrio Mitre”, como dicen. Así, los muros blancos del contorno del centro educativo y el de salud, toman significado con pinturas que hacen una reseña de la historia de nuestro país.

Las paredes no son el afuera sino un componente más del Jardín. También se destaca Caminito por los patios, tanto cubiertos como descubiertos, que favorecen los juegos y el desplazamiento de chicos que se crían acostumbrados a la calle y el patio, y no a los departamentos.

La población de chicos, sobretodo la proveniente del barrio, sufre necesidades. En el jardín se organizan colectas y se juntan donaciones ante situaciones de emergencia, como fue la inundación de 2013. Para muchas familias, la institución educativa otorga comodidades que a los chicos no les pueden dar. “Acá tiene calefacción en invierno y aire acondicionado en verano”, dice María, esperando cruzar Arias con su cochecito.

Los padres también destacan la atención sobretodo social. En el jardín funciona también el CEPAPI, para la prevención y atención de chicos que requieren fonoaudiólogos o psicólogos.

El rol de las maestras es de mucha contención. Pero a la vez hay un intento de trastocar valores culturales preestablecidos que perduran rígidos. Por ejemplo, para el último día de la Maestra Jardinera, la cartelera externa presenta una interesante comparación. Se puede leer un “contrato” entre una “señorita maestra” y el Consejo de Educación de la Escuela, que data de 1923.

En éste, la maestra “acuerda”: no casarse, no andar en compañía de hombres, estar en su casa cuando no esté en la escuela, no vestir ropas de colores brillantes, no maquillarse ni pintarse los labios”. Por el contrario, las maestras de 2017 del Jardín “Caminito”, se comprometen a “usar nariz de payaso, disfrazarse, hacer coreografías de reggaetón, contar chistes, patear penales y entender que la harina y la témpera pueden dejar huellas en la ropa”.

Pero eso no es todo. Detrás del guardapolvo azul, las maestras llevan a cabo una tarea más grandiosa. Frente a chicos a los que les tocó crecer sin los juguetes de moda, y a padres que apuestan por su futuro, para las docentes es imprescindible “abrazar, hacer cocochito, apapachar, ahuyentar al lobo feroz, atender teléfonos de juguetes y principalmente saber que los mejores maestros enseñan desde el corazón”, como dice el letrero expuesto en la cartelera.

Y eso ocurre allí en Saavedra. Porque mientras a metros el ritmo lo marca el desenfrenado y voraz deseo de comprar bienes de consumo, o las reuniones o los sofisticados programas de PC buscan la manera de mejorar los negocios de unos, el Jardín “Caminito” llena al Barrio Mitre de otra cosa. De algo más preciado y mucho más complejo. De historias de vida.

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