El pensamiento mágico (Tú puedes)

La humanidad, o el hombre al menos, lleva sobre la faz de la tierra al menos un millón de años; y a pesar ciertas controversias, desde ese momento comenzó a tratar de desentrañar cuáles son los mecanismos que hacen funcionar al mundo.

Por Aldo Barberis Rusca

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La vida en un entorno natural se encuentra sujeta a avatares que, si no se tiene algún tipo de conocimiento, resultan caprichosos o azarosos.
El régimen de las lluvias, las inundaciones, los cambios en el clima obedecen a leyes naturales que hasta hace muy poco tiempo no se entendían del todo y no se sabía de su funcionamiento.

Hace unos diez a doce mil años en la zona de la Mesopotamia asiática comenzó lo que se conoce como la revolución agrícola y con ella recrudeció la necesidad de tener cierto control sobre los eventos climáticos; la lluvia, las heladas, etc.

El hombre primitivo llegaba a comprender que existía una ley natural que regía al universo y, de alguna forma, hizo innumerables esfuerzos por llegar a controlarlo.

Así nace lo que J. G. Frazer llama “magia simpatética” (la traducción exacta sería “simpática” pero el término tiene en castellano connotaciones diferentes al inglés) y que hace referencia al fenómeno por el cual las acciones que ejercemos sobre algo tienen repercusiones sobre otra cosa, objeto o persona.

Los principios sobre los que se funda la magia son principalmente dos; que lo semejante produce lo semejante o que lo que alguna vez estuvo en contacto sigue teniéndolo aún después de ser separado. Al primer criterio Frazer lo llama “magia homeopática o imitativa” y al segundo “magia contaminante”.

Un ejemplo de magia homeopática es cuando un hombre golpeaba un tronco hueco, un tambor, o sacudía una calabaza o una tinaja llena de piedras para producir lluvia; lo que hacía era imitar el sonido de los truenos en la creencia de que el ruido era lo que producía la lluvia.

Por otra parte cuando portaban adornos hechos con los dientes o las pieles de animales, en la creencia de que de esa forma se infundían las características del mismo, estaban aplicando el principio contaminante de la magia.

Si nos ponemos a buscar veremos a cada rato ejemplos de ambas vertientes de la magia; desde la amante despechada/o que se lleva los calzones de su amado/a para hacerle un “trabajo”, hasta el santo que ayuda a quienes pasan tribulaciones semejantes a las que el padeció.

Visto desde una perspectiva antropológica en la magia podemos encontrar los rudimentos de lo que luego se transformaría en pensamiento científico, ley de causa y efecto, aunque con causas erróneas.

Los hechiceros encargados de efectuar los rituales correspondientes tenían un trabajo complejo ya que si sus maniobras no daban resultado la culpa era de quien no había realizado los conjuros de la manera adecuada.

Cualquier falla, por mínima que fuera daba como resultado que los efectos no fueran los esperados; lo cual frecuentemente ponía en riesgo la vida misma del hechicero. Aunque un buen médico brujo siempre tiene algún contrincante en una tribu vecina a quien echarle la culpa de su fracaso y poner en juego la vida de otros.

El tiempo pasó y algunos hechos naturales fueron mejor comprendidos aunque ese conocimiento no siempre se hizo público.
Durante miles de años en distintos puntos del mundo los sacerdotes conservaron para sí el conocimiento a fin de sostener un poder que de otro modo hubieran perdido.

Los sacerdotes egipcios sabían perfectamente la periodicidad de las crecidas del Nilo, pero se guardaban muy bien de divulgar el conocimiento siendo ellos los únicos intermediarios entre los dioses y los hombres que podían hacer que las crecidas ocurrieran. A éstos los conjuros siempre les salían bien, obviamente.

Lentamente la magia derivó en ciencia por un lado y en religión por el otro.

Por un lado la vertiente que buscaba comprender y controlar los fenómenos naturales derivó en pensamiento científico, creó sistemas de medición, teorías, descifró leyes y trajo a la humanidad el estado de evolución tecnológica que tenemos ahora.

Por otro, la creencia en potencias sobrenaturales que rigen el universo dio paso a las religiones con toda la connotación que tienen todavía.
Sin embargo, tantos cientos de miles de años de pensamiento mágico han dejado una huella en nuestro pensamiento que perdura y se resiste a entregarse.

Día a día miles, millones de personas se levantan a la mañana, se miran al espejo y se repiten “tú puedes”.

La literatura de autoayuda está plagada de pensamiento mágico, miles de escritores “new age” tratan de convencernos de que el triunfo está a nuestro alcance y que el fracaso es culpa nuestra por no habernos repetido con suficiente convicción “tú puedes”.

Incluso algunos respetables científicos, médicos, psicólogos, biólogos; caen en la tentación del pensamiento mágico y adhieren a las neurociencias, que es el mismo “tú puedes” pero con resonancia magnética y tomografía computada.

Y entonces el mundo se llena de gente que, a la frustración de no haber podido, se le suma la culpa por no haber tenido la suficiente voluntad y convicción en el momento de decir “tú puedes”.

Lamentablemente nuestros nuevos magos y hechiceros no corren el riesgo de aquellos primitivos que cuando fallaban corrían el riesgo de terminar formando parte de la cena, y no en calidad de comensales.

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