Joaquín Enríquez, guitarrista, cantor, compositor, y vecino de Villa Pueyrredón, presentó su nuevo disco Posdata, un trabajo de estudio que recoge sus nuevas inquietudes creativas. Lo hizo en el Centro Cultural El Alambique.
Por Juan Manuel Castro
A sala llena y con el público emocionado, Joaquín Enríquez presentó a fines de octubre su nuevo disco Postdata con un recital en vivo junto a integrantes de Nueva Ola en el Centro Cultural El Alambique de Villa Pueyrredón.
Con una carrera que se extiende hace más de un lustro y que implicó la salida de varios trabajos de estudio con distintos armados musicales, el joven guitarrista, cantor y compositor asegura que este es el resultado de un “proceso de búsqueda y maduración” que brega por ampliar su “sonido orgánico” ligado a la mixtura “entre el jazz, el rock y el folclore, siempre con la música popular”.
Joaquín se define como un músico que juega, que logra una conexión especial cada vez que toma un instrumento, que se divierte y quiere compartirlo con otros, con los músicos y con el público. A lo largo del tiempo, ha llevado su arte a distintos escenarios, incluidos los festivales en la plaza de la estación organizados por Unidad Barrial Villa Pueyrredón.
“Este disco se tomó su tiempo, para bien”, asegura Joaquín, que se define como alguien “muy manija, de perfil laburador”, siempre pensando en llevar a estudio sus creaciones musicales recientes.
En este caso, la obra “necesitó un descanso y maduración”. Él mismo reconoce que “pasó mucho tiempo entre que se gestaron las canciones, que hice la producción en casa y que fuimos al estudio”. El artista señala que la “experiencia misma” se prolongó y que asimismo pudo disfrutar de todo el proceso de “dar más reposo” a la obra: “El resultado fue todavía mejor”.
También destaca que el proceso de grabación fue un momento de plenitud, pese a lo agotador de estar varias jornadas consecutivas con más de 10 horas de sesión encima. “No me gustan los discos hechos a puchos, en los que se graban unas guitarras y unos meses después se sigue con otro instrumento. Me gusta entrar al estudio y que salga toda la creatividad que tiene que salir”, reconoce el creador musical. “Querría estar ahí en el estudio para siempre”, bromea sobre lo bien que salió.
“Cuando uno ya está como solista, pero no tan solo”, asegura el músico local sobre el hecho de que el grupo con el que presentó el disco no sigue unido. “Nos juntamos para el disco. Es difícil mantener los proyectos; fue una decisión que tomamos a principio de año. Fue emocionante llegar a este nivel con la fecha a sala llena”, reconoce Joaquín.
Es la historia de los proyectos y la transformación que acompaña la trayectoria vital de cada artista. Joaquín repasa que años atrás formaba parte de otra banda llamada La industria de no pensar, con la que editó otros dos discos, a los que hay que sumar su periodo creativo de la mano del dúo Vida Leda, que también editó en estudio.
Grabar es un momento de gran importancia, pero Joaquín pone por encima de todo el encuentro musical en vivo. “Encuentro mi lugar en el escenario”, reconoce.
“Las primeras veces en vivo fue cuando era chico, en muestras de folclore, en peñas. Todo transcurría desde una inconsciencia maravillosa, una experiencia linda”, asegura y agrega que sus experiencias adultas ligadas a lo profesional implicaron “un laburo grande, más todavía con la parte de la autogestión”, pero no por eso eran menos intensas o satisfactorias, reivindicando el rol del artista independiente, que debe conjugar la creación y la logística para garantizar que las cosas sucedan.
Cuando Joaquín habla de la vitalidad que le transmite la música, hay que rastrear en su infancia, en su primer acercamiento a los sonidos y a lo lúdico de ejecutar un instrumento.
“Vengo de familia de músicxs; mi viejo es músico. Mi primer acercamiento es desde el juego. Estoy muy agradecido a la vida por eso. Mi ingreso al mundo musical fue a través del juego. Estaban los muñecos y los peluches y las guitarras de juguete y las de verdad para ponerme a jugar y tocar”, recuerda Joaquín, quien jugando “al bandoneonista o a chocar las cacerolas” empezó a trazar el camino que lo llevó a descubrir su pasión.
“Para mí define mi filosofía de la música hoy, nunca perder esa conexión con el juego y la expresión, esa libertad que tiene el juego cuando uno es chico. Para mí vive en la música, en lo que es mi vida diaria”, analiza el artista de Villa Pueyrredón.
“La música para mí tiene algo que se siente, que vibra; el sonido es vibración, lo siento resonar. Me generó emociones toda la vida en el cuerpo que no me las generó ninguna otra disciplina, más allá de que me encanta el cine y también un poco las artes plásticas. Esto tiene que ver con una cuestión sensorial. La música me movilizó a un plano espiritual”, reconoce.
En esa misma casa donde jugaba a ser músico con guitarras o cacerolas sonaba mucha música latinoamericana, pero The Beatles fue el grupo que lo marcó definitivamente: “Lo que más estuvo y lo primero que me flasheó. Lo dicen casi todos lxs músicxs, que el día que uno escucha The Beatles la vida cambia para siempre”, enfatiza Joaquín.
Además de la influencia del grupo británico, de muy chicx fue a un taller de folclore con el que profundizó en la música latinoamericana y, más de grande, también lo hizo con el jazz. “A este último entré por la ventana y lo terminé disfrutando más cuando lo tocaba que cuando lo escuchaba”. De todos modos, reconoce que siempre le tiró “más el lado rockero”.
Así, con estos ingredientes musicales armó su mixtura de base, la influencia y el corazón de su mundo musical, una amalgama entre “el rock, el jazz, el folclore, siempre con la música popular”.
Ahora, con la madurez y la experiencia que dan los conciertos en vivo y los discos editados, Joaquín buscó “alejarse del sonido orgánico” y desandar varias lógicas de esa mixtura de base. “Buscaba probar cosas más actuales y no limitarme a que si grabo algo tiene que sonar tal cual en vivo”.
Influenciado por la “última época de Luis Alberto Spinetta”, Joaquín se inspira no solo en los sonidos, sino “en la impronta de vanguardia de poner las cosas donde se supone que no tienen que ir”. Con esa actitud creativa es que encaró el último proyecto discográfico.
Villa Pueyrredón, su lugar en el mundo
Además de la música y experiencia lúdica, otra constante en la vida de Joaquín es Villa Pueyrredón. Aunque nació en Francia debido a una circunstancia familiar, sus tres décadas de vida las transcurrió en estas calles.
“Villa Pueyrredón es el barrio de mi vida. Por esas vueltas, me tocó nacer en París y vivir allí un corto tiempo. Desde que me puse a gatear en la Ciudad de Buenos Aires, siempre viví en Pueyrredón. Estuve más por Mosconi, luego en el límite con Agronomía y ahora por General Paz”, repasa su itinerario.
“Es un barrio precioso, el barrio que duerme la siesta, en el que cierran los negocios a la tarde. Desde arriba vienen a perturbar la calma con la construcción de torres, pero es un barrio con mucha personalidad y tranquilidad. Me encanta vivir acá”, resalta Joaquín, quien quiere seguir entre estas calles, construyendo su camino musical, el que inició entre guitarras de juguete y cacerolas y que poco a poco va cimentando una madurez notable, sin por ello perder la alegría y espontaneidad del juego.