Uno pinta la tierra, el otro realiza cuadros conceptuales. Sus influencias, técnicas y trabajos son distintos. Adrián y Pablo Burman son dos artistas plásticos que no solo los une su lazo filial ya que son padre e hijo, también los une la pintura.
Por Mailen Maradei
Adrián nació en Buenos Aires en 1942 pero su infancia transcurrió en La Pampa. Cautivado por el paisaje que ofrecía la provincia, comenzó a retratarla y así conformó su obra.
“La Pampa era un lugar que yo frecuentaba porque mi familia era de ahí y me atrajo el paisaje. La llanura pampeana fue el primer contacto que tuve con esta provincia pero lo que me atrajo fueron sus zonas de médanos y llanos que tienen líneas sinusoides”, comenta Adrián Burman.
Con su bicicleta, recorría esas zonas de médanos donde encontraba tanta inspiración.
“En La Pampa, yo salía con mi bicicleta y me encontraba con un paisaje que me decía algo, me paraba, hacía un boceto en acuarela y en el taller, transformaba esa primera impresión en una pintura al óleo”, cuenta Adrián, quien supo encontrar en los médanos ciertas evocaciones a la figura humana que empieza a aparecer subrepticiamente en sus cuadros.
“Un paisaje de médanos arenoso de la zona permite una doble lectura despojado de elementos anecdóticos porque no hay árboles ni pasto ni personas sino que la forma evoca al paisaje y a su vez, el paisaje a las formas humanas”, declara.
Para su hijo Pablo, las primeras aproximaciones a la pintura no estuvieron relacionadas con el paisaje. Su padre afirma que “es un autodidacta total” y agradece que se haya dedicado a esta profesión porque ve germinar en su hijo “una semilla que dejó”.
Pablo Burman estudió en la Escuela Nacional “Manuel Belgrano” y luego continuó su carrera en la Escuela Nacional “Prilidiano Pueyrredón” donde descubrió dos caminos posibles como la docencia y el oficio.
Al preguntarle por qué eligió su profesión, Pablo señala que su dedicación al arte fue “una decantación natural” pero no exenta de impasses ya que en la adolescencia terminó de definir su profesión. Sus primeros pasos en el arte se nutrieron de los cómics.
“Empecé a dibujar gracias al mundo de la historieta y del cómic, después esa inspiración se apagó un poco y renació hace unos años. Todo el aprendizaje académico decantó en una mezcla de la historieta, la pintura y el dibujo más tradicionales”.
Antes de esta combinación, Pablo debió desarraigarse de los rastros que dejó su paso por la Escuela de Bellas Artes para encontrar su estilo. Sobre esto, tiene una anécdota: “Una profesora de la escuela me dijo que tenían que pasar diez años para despegarse de todo lo que uno aprendió. A mí se me dio un par de años antes y cuando cambié de técnica, renació una fuerza nueva”, relata.
La mezcla de la historieta, la pintura y el dibujo, originó la ausencia de color en su obra porque trabaja con colores monocromáticos – blanco y negro – y la utilización de materiales de la gráfica.
Sobre el uso de estos elementos, Pablo Burman dice: “Me sirvieron para darle forma a la imagen y hacer un corte porque durante muchos años pinté con óleo y acrílico. Cuando pinté con birome y marcador indeleble, fue ‘faltarle el respeto’ a las pinturas y los dibujos tradicionales pero me permitió jugar más”.
Respecto de esta elección, indica: “Lo que me atrae de una pintura lo imagino de forma independiente al color”.
Por su parte, su padre utiliza una técnica más tradicional. El óleo, los acrílicos y las acuarelas son elementos imprescindibles para hacer un cuadro.
La observación es parte del proceso de creación de Adrián. “Yo veo algo que me interesa en el paisaje y tengo la imagen del cuadro realizado. Parto de una imagen pero las ideas pueden venir después. Lo primero que manda es el ojo”, señala. En paralelo, Pablo cerciora: “Tiene una forma de trabajar el óleo muy salvaje ya que no lo disuelve en las últimas capas y eso le da un aire tosco. Su trabajo es muy minucioso en la mirada y al mismo tiempo, tosco”.
Por su parte, Pablo tiene una forma más dinámica en el proceso de creación. “En general, trabajo con tres ó cuatro trabajos a la vez y desde que comienzo un cuadro hasta que lo termino puede pasar un tiempo larguísimo pero durante ese período, le encuentro el encanto. Conozco mis mañas y necesito hacerme trampas para no caer en la repetición y que cada trabajo crezca. Trato de que la razón no me guíe para que no sea una artesanía a completar en forma serial sino que tenga ese crecimiento natural”, cuenta.
Y sus influencias también son opuestas. Adrián se nutre de artistas plásticos internacionales como Van Gogh y también de argentinos como Fray Guillermo Butler ó Florencio Molina Campos.
Respecto de sus preferencias, Adrián explica: “Van Gogh le daba un sentido místico a la pintura. Buscaba una trascendencia en la naturaleza y Fray Guillermo Butler tenía la misma visión del paisaje que Van Gogh. Siempre me interesaron los pintores relacionados con la tierra”. Es que la tierra está muy presente en la obra de Adrián Burman.
“La tierra es el comienzo y el fin de todo. Es una relación ligada a la sangre porque mi abuelo era campesino, se arraigó en La Pampa y a través de él me influencié del contacto con la tierra. Es un sentimiento”, define.
Pablo tiene otra relación con la tierra y la naturaleza a través del arte precolombino, influencia por la que recorrió México, Bolivia y Perú.
“El arte precolombino es una mezcla perfecta entre arte y naturaleza”, precisa Pablo Burman y agrega que es “uno de los pilares fundamentales” donde siempre retorna en busca de inspiración.
Asimismo, remarca: “El arte precolombino, el arte no occidental y el cine de Andrei Tarkovsky son mis influencias. Si se incendiaran todas las películas del mundo, elegiría salvar sus films”.
Tal es el fanatismo por este director de cine que realizó una exposición inspirada en su obra. Allí, terminó de sembrar su estilo.
“El arte es el hombre agregado a la naturaleza”, decía Vincent Van Gogh. La naturaleza, el talento y la creatividad son los que permiten a estos dos artistas nutrir sus obras.