Lucas Eduardo Avila, artista y vecino de Villa Pueyrredón, hace décadas explora el diálogo entre la música tradicional y las nuevas tecnologías. Este mes presenta un taller en Centro Cultural El Alambique de etno improvisación y experimentación sonora con el fin de crear un ensamble.
Por Juan Manuel Castro
La noche es un corazón que late fuerte, por momentos se agita de tanto punk, después respira con un indie tranquilo y vuelve a crujir ante el rock barrial de las camadas jóvenes. En medio del festival y los sonidos emergentes, el vecino, músico y educador Lucas Eduardo Avila sube al escenario junto a un poeta amigo en dúo performático.
Con su charango y su computadora, transforma los sonidos folclóricos que lleva en la sangre desde niño en una experiencia nueva, una música genuina, nutrida por lo digital, que contagia y hace palpitar a la muchedumbre. “Siempre volvés a la identidad, incluso con la tecnología, es dar lugar a algo distinto”, es su manifiesto artístico.
Criado en una familia de folcloristas oriundos de Santiago del Estero, la vida de Avila se cuenta entre acordes, una curiosidad inmensa y la incursión temprana, décadas atrás, en la música a través de la electrónica.
“Cuando empecé, no había herramientas digitales”, asegura mientras acomoda su pelo largo y blanco, con una voz pausada y un aire que transmite calma. “Era raro en los noventa combinar folclore y música electrónica. Considero que incorporar la tecnología es una forma de hackear, de hacer que las máquinas y los programas hagan lo que vos quieras y no al revés”, precisa.
El niño que pasaba las tardes entre tangos y melodías camperas se hizo adolescente pronto y quiso salir al mundo con sonidos nuevos como los Bealtes y el rock de guitarras chillonas. Desde el principio, siempre fue por más. “Cuando tocás, construís con el sonido. El sonido tiene parámetros de altura, de tiempo, estás construyendo con la música”, señala sobre lo que más lo enamoró al tomar este rumbo.
Se hizo camino en todo momento con su guitarra criolla, a la que más tarde le sumó el charango. Las cuerdas y sus sonidos son la tierra fértil de la cual luego iban a brotar las experiencias con máquinas y programas de edición.
Para llegar a eso, primero tuvo que terminar el secundario y empezar el conservatorio de guitarra, entre fines de los años ochenta y principios de los noventa.
“Soy caótico, pero disciplinado, con eso pude terminar mis estudios”, asegura el artista local. “Siempre compuse canciones, luego los producía y los grababa. Ahora compongo y hago música experimental uniendo todo”.
Mientras estudiaba en el aula y con los libros, también aprendía arriba de los escenarios. “Siempre me gustó tocar mucho en vivo, es algo que lo disfruto”, asegura y es algo que se mantuvo hasta el presente, es la forma de hacer fluir su energía con naturalidad, junto al público y los colegas.
En los años noventa hubo varios hechos que lo marcaron. En esa época junto a varios músicos se fueron de gira por Europa. “Armamos dos grupos de música folclórica eléctrica. Con los artistas de allá compartíamos saberes, buscábamos entender cuál era la esencia de cada uno, cómo hacían para darle el toque particular. En el espejo de afuera revalorizas tu música, tu forma de hacer las cosas”, resalta.
Por otra parte, también obtuvo una beca para estudiar música de cámara con una profesora que tocaba el clave barroco. “Yo fui con mi guitarra, ella se enteró que tocaba el charango y utilicé ese instrumento, ella decía que se podían hacer muchas cosas”, destaca de aquella experiencia.
Con muchos de los músicos con los que compartió estudio armaron un grupo de música acústica experimental y sin amplificar llamado El combo del santiamén. El músico y productor Gustavo Santaolalla trabajó dos años con ellos y realizaron una gran cantidad de espectáculos en vivo e incluso estuvieron por grabar un disco.
Al tiempo, Avila continúo tocando en vivo en forma individual o con formaciones ocasionales. Además, empezó a dar clases de guitarra y charango en escuelas y universidades, y en forma particular.
Pese a toda la experiencia adquirida, el vecino y artista quiso seguir perfeccionándose. Por eso cursó la Maestría de creación musical nuevas tecnologías y artes tradicionales en la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF) y una Diplomatura en Música Expandida en Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
Asimismo, muchas de sus composiciones han recibido premios locales y del exterior. Por caso, su obra electroacústica «Trabajo de hormiga» fue seleccionada para participar de la Muestra Internacional de Música Electroacústica (MUSLAB 2023) en Ecuador.
Tres años atrás, Avila y su esposa, la artista visual Fabiana Martínez, se mudaron de Parque Patricios a Villa Pueyrredón. Al llegar al barrio, encontraron el Centro Cultural El Alambique. “Es un lugar precioso, cuidado y con un potencial enorme”, destaca el músico.
Allí ambos empezaron a dictar talleres de sus especialidades. Él lo hizo con sendas clases de guitarra y charango. Ahora, como siempre ha hecho, va por más.
Este mes de junio lanzó un taller de etno improvisación y experimentación sonora: “El objetivo es armar un ensamble de improvisación sin partitura, de sonido libre, de libre improvisación. Me gusta que se genere la circulación entre quien aprende y quien enseña. Tocar enseñando y que circulen los conocimientos libres es lo que propongo”, plantea Avila. “Soy caótico y la enseñanza te obliga a ordenarte”, bromea al respecto.
“Este taller está diseñado para músicos, artistas sonoros, productores musicales y cualquier persona curiosa e interesada en explorar nuevas formas de expresión a través del sonido. No se requiere experiencia previa, ¡solo una mente abierta y curiosa. Ideal para músicos y experimentadores de todos los niveles y géneros, y para los que buscan expandir su horizonte musical y explorar nuevas formas de expresión navegando en la improvisación sonora”, plantea sobre esta propuesta.
“Mediante técnicas de improvisación descubriremos nuevos sonidos y estructuras musicales. Aprendiendo a escuchar y a responder intuitivamente, logrando así paisajes sonoros únicos en el momento, sin reglas fijas ni partituras que seguir. Desde el uso de instrumentos tradicionales hasta la incorporación de tecnología y objetos cotidianos, iremos pensando por fuera de la caja logrando inspiración en cualquier fuente”, concluye Avila sobre este nuevo emprendimiento musical y educativo con epicentro en el barrio de Villa Pueyrredón.