Es uno de los testimonios más importantes del Art Nouveau en Buenos Aires: más de cien metros en un pasaje peatonal que une las calles Florida y San Martín en el barrio San Nicolás, con un edificio de 14 pisos y 87 metros, considerado uno de los primeros rascacielos de la ciudad, y un mirador en lo alto, con vista 360, reabierto para visitas al público en 2013.
Por Pablo Sáez
Un edificio futurista
Inaugurado en 1915, fue una gran novedad por los múltiples espacios que incluía, a la manera de los shopping de hoy: un subsuelo, un teatro, un cabaret y un restaurante, pisos de vivienda que daban a Florida y oficinas sobre San Martín. La tecnología era sorprendente: ascensores capaces de recorrer 140 metros en 60 segundos, sistemas contra incendios, activados por alarmas eléctricas, refrigeración, calefacción y ventilación forzada, y un sistema de tubos neumáticos que servía de correo interno del edificio. También la combinación de iluminación natural y artificial de la bóveda y la broncería resultaron una novedad para la época.
Fue motivo de atención de Roberto Arlt en una de sus aguafuertes porteñas y escena de un memorable cuento de Julio Cortázar llamado “El otro cielo”. Allí, el protagonista a través de la Galería Güemes, llega a París, y oscila entre su vida gris en Buenos Aires con su madre y su novia, y aventuras con su amante, una prostituta llamada Josiane, con quien duerme en una buhardilla en los altos de la Galería Viviene, en el siglo XIX. Escribe Cortázar: “Hacia el año veintiocho, el Pasaje Güemes era la caverna del tesoro en que deliciosamente se mezclaban la entrevisión del pecado y las pastillas de menta, donde se voceaban las ediciones vespertinas con crímenes a toda página y ardían las luces de la sala del subsuelo donde pasaban inalcanzables películas realistas”.
Buenos Aires quería ser otra
“La vieja y fea ciudad de Garay, chata, plana, rectilínea, de casas sin gusto y como hechas para demolerlas a la brevedad posible, empieza a renovarse, a vivir la vida de opulencia a que tiene derecho por la actividad de sus hijos, trabajadores infatigables, que sabrán llevarla a la cima del progreso universal”, decía un número especial de la Revista de Arquitectura, en enero de 1916. Expresión tal vez de un cierto complejo de inferioridad que tenían las elites criollas respecto a la arquitectura colonial y un afán de imitar las grandes capitales del mundo. La Galería Güemes es además el proyecto de una poderosa familia salteña que buscaba destacar su presencia en Buenos Aires, desde lo simbólico y lo económico.
En 1912, David Ovejero Zerda propuso a sus primos Emilio, Alberto y Víctor San Miguel Ovejero una inversión inmobiliaria en la ciudad de Buenos Aires: una galería comercial, al estilo de los pasajes comerciales europeos de entonces, sobre la cual se elevaría un rascacielos. La obra sería sobre un lote sobre la calle Florida 155/73, zona conocida como concurrido paseo, a una cuadra de la entonces nueva Diagonal Norte, cercana al centro del poder político y económico. La ubicación garantizaba no solo una alta renta inmobiliaria, sino también conseguir trascendencia a nivel nacional mediante la creación de un edificio sin precedentes.
El proyecto fue encomendado al arquitecto Francisco Gianotti (1881-1967), formado en las Academias de Bellas Artes de Turín y Bruselas, quien había llegado a Argentina en 1909 como parte de la comisión italiana para el Centenario de Mayo. En 1910 trabajó junto con Gaetano Moretti y Mario Palanti en la construcción del Pabellón Italiano. También es autor de otro edificio emblemático de nuestra ciudad: la Confitería El Molino, inaugurada en 1916. Si bien este tipo de galería europea era conocida, Gianotti realizaría una notable innovación al asociarla a una tipología que se estaba convirtiendo en símbolo del desarrollo urbano: el rascacielos norteamericano, y uniría así las imágenes de París y Nueva York.
Al principio se pensó en realizar la obra tan solo sobre Florida, pero luego se sumó al proyecto el Banco Supervielle, propietario del lote que miraba a San Martín. La construcción comenzó en 1913 y debió afrontar no pocos problemas: sus propietarios quedaron casi en bancarrota por el costo de la obra que subió de 10 a 15 millones de pesos, situación agravada cuando un submarino alemán hundió el barco que traía los mármoles italianos para la fachada sobre Florida y otros elementos para su terminación. También debieron sortear numerosas trabas de construcción urbana, pero los vínculos políticos que la familia salteña tenía con las elites de Buenos Aires habilitaron la construcción en altura, que ya comenzaba a cambiar definitivamente el aspecto de nuestra ciudad.
El nombre del edificio rinde homenaje al máximo héroe de la provincia de Salta, general Martín Miguel de Güemes. La inauguración fue organizada por el Círculo de la Prensa y a ella asistieron el presidente de la Nación, Victorino de la Plaza (de origen salteño), otras autoridades y descendientes del general Güemes.
Hoy este edificio es un testimonio más del eclecticismo porteño y su historia tan rica pasa desapercibida para los no iniciados. Pero, si hacemos como el personaje del cuento de Cortázar, y nos dejamos vagar por la ciudad, inevitablemente llegaremos al fantástico pasaje, entre esa abigarrada ornamentación Art Nouveau, locales de todo tipo, un teatro con shows de tango para turistas, un café, un restaurante, misteriosos departamentos privados y aquel mirador en lo alto que permite comprender el caleidoscopio babilónico de nuestra cultura porteña.