Hasta siempre, compañero

Aldo Barberis Rusca

Aldo, para que te conozca el lector, que quizás no es habitué a nuestro periódico, voy a contarle que te gustaba mucho leer, escribir, cocinar y por sobre todas las cosas cantar. Y la vida “familiera”. Llegaste a este mundo el Día de la Soberanía Nacional y te fuiste el Día de la Bandera.

Pero esta nota no es una presentación, tampoco una despedida. Vos te preguntarás “¿entonces?” … bueno, sigamos y vemos.

Agustina Cavalanti te hizo una entrevista en oportunidad de una actuación, que junto a tu hijo Manuel, ibas a dar en el Centro Cultural El Alambique. La publicamos en noviembre de 2021. “El año pasado – le dijiste – me diagnosticaron esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad que afecta el sistema nervioso y tengo la respiración comprometida”.

Y le confesaste: “había decidido dejar de cantar, de actuar, porque estoy muy jodido… Un día tirado en la cama, al borde del colapso emocional, me dije: ‘tengo que volver a cantar porque si no me voy a morir’, y la verdad es que no tengo ganas de morirme”.

Dicen que no siempre elegimos las peleas a dar, sin embargo, las enfrentamos igual, pero a regañadientes… luchas desiguales.

En estos veinte años de amistad, en los cuales colaboraste con el periodico con más de doscientas notas, aprendí a entender el verdadero sentido de la expresión “depende con el cristal que se lo mire”. Sacabas de la galera de tu mente una variedad inacabable de cristales.

En el rompecabezas de la vida eras una ficha que no encajaba, porque no viniste a este mundo a encajar.

Cocinabas notas con la calidad de un chef que marida los ingredientes: historia, mitología, filosofía, política, economía, gastronomía, y nunca faltaban tus condimentos preferidos: el humor y la ironía.

En una de las tantas historias que escribiste sobre el bodegón metafísico del barrio, lugar frecuentado por personajes marechalianos como el narigón Cildáñez; don Zacarías Novelli; el gordo Locura; Severo Lisanti, el revolucionario inerte; Tito, el ferroviario; Laurel Camaressi, el periodista… contaste la historia de los hermanos Nicolás y Ladislao Mendiola.

Uno de ellos lucía pulcro e iba por la mañana y el otro lo hacía por la tarde, siempre desprolijo. Cada día parecía que se ponían de acuerdo sobre el tema del que iban a hablar, pero con enfoques y argumentos totalmente opuestos… la voy a hacer corta: Nicolás y Ladislao eran la misma persona.

Cerraste la nota con el editorial que había publicado el “Heraldo del Barrio” titulado Elogio de la Contradicción.

Este decía: “no creo que, como muchos opinan, Mendiola esté loco, pienso, más bien, que el pobre tipo no se resigna a vivir sin contradicciones en un mundo que nos exige injustamente ser consecuentes con nuestras opiniones y creencias. El general Artigas decía que la contradicción es la única prueba de la libertad y creo que, es por esto, que se nos pide que seamos unívocos, para dejarnos prisioneros de nuestra rigidez.”

Tu última nota la publicamos en septiembre de 2023. Pusiste en escena como único personaje del Bodegón al Gallego: “parado solo en medio de la penumbra del salón ve pasar frente a sus ojos – escribías – miles de caras que aparecen y desaparecen fugazmente y es un inventario de cada marca, de cada huella que ha quedado durante tanto tiempo”.

Y le haces reflexionar al Gallego sobre el destino del hombre común, ese del que hablaba Osvaldo Ardizzone. “Quizás, piensa, el destino del hombre sea pasar, dejar una marca y ser olvidado, ya que todos, de una forma u otra, seremos olvidados en algún momento”.

Hasta siempre compañero, nos vemos en el Bodegón.

 

Historias barriales
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