Hastío y piedad en la vida conyugal

Luego de alcanzada su madurez artística a fines de los cincuenta con la trilogía de filmes “Cuando huye el día”, “El séptimo sello” y “La fuente de la doncella” -donde Ingmar Bergman indagaba como nunca antes los temas que lo obsesionaban, la fe, la muerte y el silencio de Dios-, ingresa durante los años sesenta en una etapa personal y profesional de un profundo pesimismo existencial que bordea una actitud nihilista.

Por Jorge Gallo

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A mediados de esa década se produce el descubrimiento de su lugar en el mundo, la isla de Faro propiciará un aislamiento voluntario en consonancia con la sensación de haberse desembarazado de un lastre agobiante que él mismo expresará años después: “cuando se hundió la superestructura religiosa que pesaba sobre mí, los bloqueos que dificultaban mi escritura desaparecieron”. En los setenta su obra sufrirá otro desplazamiento, esta vez hacia temas más concretos; presenciaremos un Bergman más mundano, depositando su mirada escrutadora sobre el hombre de su tiempo, de su tierra, de su clase.

Retomará temas abordados en sus obras de juventud pero desde la mirada de un hombre maduro que ha recorrido ya sinuosos caminos sobre los meandros del alma humana. Indagará las relaciones conyugales contemporáneas y los obstáculos que la vida familiar impone a la institución del matrimonio.

“Escenas de la vida conyugal” de 1973, es producto de una serie de seis capítulos para la televisión sueca, cuyo gran suceso provocó una reedición de casi tres horas para la pantalla grande. La puesta en escena está concentrada en interiores, apartándose del naturalismo presente en toda su obra donde el paisaje y el clima expresaban los ánimos de los personajes. El casi exclusivo uso de interiores coadyuva con el análisis del interior de las almas de Marianne y de Johan, un matrimonio -con dos hijas- que se muestra perfecto a la mirada exterior, construido sobre mandatos familiares que socavaron su base fundacional: el amor; ese que pudo haber sido de no haber estado tan condicionado.

Hay respeto, consideración, voluntad, y hasta cariño, sin embargo, es inevitable que asomen señales de hastío; ambos han priorizado un proyecto atiborrado de compromisos familiares, sociales y laborales, donde previsibilidad, rutina y orden carcomen a la pasión y el amor generando desazón, miedo y una sensación de fragilidad y peligro amenazante. Frente a este panorama las respuestas de ambos son desiguales, Marianne lo niega pero se angustia y a través de respuestas artificiosas busca piadosamente una salida; Johan lo acepta como una realidad ineludible, ironiza cruel y cínicamente y se instala aún más en esa lógica pragmática. Estas actitudes decidirán sus futuros caminos cuando estalle la crisis.

La resignación de Johan es imposible de sobrellevar sin costo, un día anuncia a Marianne que se enamoró de Paula -una joven mucho menor que él- y que abandona a la familia hastiado de esa vida programada minuto a minuto. Marianne se parte al medio, experimenta un dolor inédito, su mundo se ha derrumbado.

De aquí en más sobrevendrán encuentros muy esporádicos en el transcurso de los años, en los cuales se acercarán, se amarán, discutirán y, hasta, se golpearán salvajemente para reencontrarse años después del aquel abandono y volver a preguntarse, en términos muy tiernos, qué han hecho con el sentimiento que alguna vez los unió. La deriva post-divorcio también es desigual, Marianne abandonada se fortalecerá desde el dolor hacia el empoderamiento de su condición de mujer, descubrirá la libertad que nunca tuvo en un matrimonio marcadamente patriarcal. Johan aceptará su equivocación y su pequeñez, al proponer volver cuando ya sea tarde. Aún así, diez años después de separados, reconocerán frustraciones, lamentarán haberse dado tan temerosamente y con suma piedad se prodigarán consuelo.

Bergman y el hombre y su cotidianeidad; Bergman dejando de lado la fe pero no la esperanza de vivir mejor con el otro, abandonando la pregunta por Dios pero no la cuestión del hombre y la felicidad, corriéndose de la muerte ontológica pero no de aquellos gestos en vida que más se parecen a ella. Otro Bergman, el mismo Bergman.

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