“Una clase es hegemónica, dirigente y dominante, mientras con su acción política, ideológica, cultural, logra mantener junto a sí un grupo de fuerzas heterogéneas e impide que la contradicción existente entre estas fuerzas estalle, produciendo una crisis en la ideología dominante y conduciendo a su rechazo, el que coincide con la crisis política de la fuerza que está en el poder”*.
Por Fernando Casasco
La historia, por repetida, no deja de tener su costado singular. El domingo 13 de agosto a la noche, Cambiemos parecía dirigirse a un resonante triunfo electoral en los distritos más importantes del país, luego desmentido por los escrutinios definitivos de Buenos Aires y Santa Fe. Mientras los mapas de las pantallas televisivos se pintaban de amarillo, con algunas sorpresas incluidas, el color de la de la ciudad de Buenos Aires se daba por descontado de entrada.
Curiosamente en el distrito que gobierna desde hace más tiempo, el oficialismo no se pudo presentar con su sello nacional, debido a la rebelión del díscolo radicalismo porteño. Aquí Cambiemos se puso la camiseta de “Vamos juntos”. Otra curiosidad: en la mayoría de las provincias el PRO de Mauricio Macri le impuso sus candidatos propios a sus socios “menores”, pero en la ciudad que gobierna Horacio Rodríguez Larreta debió cederle el lugar de privilegio a la líder de la Coalición Cívica, Elisa Carrió.
“Estoy conmovida y azorada; yo estoy acostumbrada a perder”, admitió la diputada chaqueña en sus primeras palabras, tras confirmarse su victoria. No es para menos: el 50,13% de los votos obtenido por Carrió puede considerarse como histórico, sólo superado por el 56% que obtuvo Carlos “Chacho” Álvarez en 1997, con el por entonces flamante sello de la “Alianza”.
El resultado de “Vamos Juntos” supera al 47% de Mauricio Macri en la elección general previa a su reelección (en ballotage) al cargo de Jefe de Gobierno en 2011. Además, rompió con la tendencia “contracíclica” al poder de turno (nacional) que se suele dar en las elecciones legislativas porteñas: desde 2001 que en la ciudad de Buenos Aires no ganaba la fuerza gobernante (por entonces Rodolfo Terragno fue candidato aliancista, aunque estaba enfrentado con el gobierno de De la Rúa).
En esa frase dicha en su noche de festejo, Carrió englobó su propio “destino sudamericano”, aunque en un sentido inverso y menos trágico que aquel del Laprida que, en su última hora, evocó Jorge Luis Borges.
La candidata oficialista venía de seis derrotas consecutivas, desde que se presentó como candidata a Presidenta en 2003 y resultó quinta con el 14,03%. Mudada a Buenos Aires desde su Chaco natal cayó en las legislativas de 2005 ante su actual socio político, Mauricio Macri, mientras que en 2009 resultó tercera detrás de Gabriela Michetti y Fernando “Pino” Solanas (por Proyecto Sur). En aquellas oportunidades sólo tuvo el consuelo de superar a los candidatos kirchneristas (Rafael Bielsa y Carlos Heller, respectivamente).
Su “piso” lo tocó en 2011: consiguió apenas el 3,07% y ocupó el sexto puesto, en las elecciones presidenciales en las que Cristina Fernández de Kirchner resultó reelecta. Pero dos años después Carrió se recuperó y con el sello UNEN quedó a apenas dos puntos del rabino Sergio Bergman. Por último, en 2015 salió tercera en la PASO presidencial de Cambiemos, por detrás de Mauricio Macri y Ernesto Sanz. Una verdadera montaña rusa electoral.
Probablemente el oficialismo no hubiera conseguido semejante triunfo con un/a candidato/a que no fuera Carrió. La líder de la CC expresa al mismo tiempo lo más rancio y el límite de la coalición Cambiemos, aunque esto parezca contradictorio. Por un lado, conecta con una fuerte empatía con los sectores medios y medios altos porteños (la mayoría de la población en la ciudad), al que el PRO ya venía interpelando desde su aparición, profundamente opuestos al kirchnerismo en los últimos años.
Pero al mismo tiempo aparece – aunque más no sea en el imaginario social – como una suerte de “fiscal” de su propia fuerza: muchos porteños (y argentinos, por qué no) pueden llegar a creer que Lilita sostiene el fiel de la balanza para evitar corruptelas macristas “desde adentro” (véanse sus denuncias contra Daniel Angelici, Jorge Macri o su supuesto veto al “ritondismo” en las listas porteñas, por ejemplo). Y una abanderada de las virtudes republicanas, las que no siempre relucieron en el discurso y en las acciones del macrismo.
Pero, como hemos visto en el repaso de comicios anteriores, tampoco se explicaría el triunfo de Carrió sin el apoyo de la potente maquinaria electoral macrista. En un muy comentado artículo, José Natanson señaló que “el macrismo no es, por recurrir a la fórmula de Ricardo Forster, una anomalía, un accidente o un golpe de suerte; es una fuerza potente que se encuentra en el trance de construir una nueva hegemonía”**. Si ello es cierto a nivel nacional, en la ciudad de Buenos Aires esa hegemonía ya está consolidada hace tiempo.
En esa instalación hegemónica del PRO/Cambiemos/Vamos Juntos a nivel local hay dos personajes claves, grandes ganadores en esta elección. Uno es Rodríguez Larreta, quien comprendió que en este turno se jugaba más que un puñado de diputados y legisladores: su continuidad en 2019 se comenzaba a disputar aquí. Por eso, el principal objetivo del macrismo era quitar del camino a Martín Lousteau, la opción “social-demócrata” de la coalición gobernante. El lejano tercer lugar del enrulado ex embajador en Estados Unidos confirma que la estrategia fue acertada.
El otro es el consultor Jaime Durán Barba. El gurú de la pospolítica venía teniendo éxitos con cuanto candidato presentara el macrismo en los últimos años, a base de dejar de lado definiciones tajantes y mostrarse “cercanos” a los votantes, sin ahondar en posicionamientos ideológicos.
En esta ocasión se ponía a prueba esa táctica, al contar al frente de la lista a una dirigente de la vieja escuela. Pero Carrió dejó de lado sus declaraciones cuasi mesiánicas, para tomarse selfies junto a otros candidatos y abrazar a los votantes. Otro triunfo del ecuatoriano.
El segundo puesto lo ocupó el peronismo/kirchnerismo, mediante su sello Unidad Porteña, con el 20,96% de los votos. En la única fuerza – de las principales – que afrontaba la PASO con tres opciones, la lista “oficialista” de Daniel Filmus, con el sello Unidad Ciudadana, obtuvo una amplia mayoría y será la que represente a la fuerza en octubre.
Muy lejos quedaron la opción “peronista” de Guillermo Moreno y la de “centro-izquierda” de Itaí Hagman: ninguna de las dos boletas consiguieron el piso mínimo para intercalar sus candidatos en la lista que se presentará en octubre.
Para el peronismo fue un alivio recuperar el segundo puesto que en 2015 había perdido a manos del ECO de Lousteau. Pero el casi 21% de los votos no alcanza para considerar la elección como una franca recuperación de la fuerza: más bien se ubica en el rango que acostumbra.
Difícilmente haya grandes variaciones de cara a octubre: la chance pasa por seducir a sectores de centro-izquierda que quedaron fuera de la elección general y a los que no votaron.
Como quedó dicho Lousteau fue el gran derrotado de la elección, junto a la secesión que la UCR porteña propuso en Cambiemos. El 13,19% lo deja muy lejos de su actuación de hace dos años, sin siquiera la posibilidad de forzar al macrismo a abrirse a un debate interno para ampliar la participación. El dilema que se le presenta al economista es subsumirse a la fuerza oficialista o mantener su perfil autónomo, a la espera de tiempos mejores.
Por detrás de las tres principales fuerzas alcanzaron apenas el piso para participar en octubre 1País, que postula a Matías Tombolini, con el 3,97%; el Frente de Izquierda y de los Trabajadores con el 3,84% y Autodeterminación y Libertad, de Luis Zamora, con el 3,76%.
Una fuerza hegemónica. Una que superó a otra, como cabeza de la oposición. Y otras tres, que del centro a la izquierda, buscan meterse en la discusión. El panorama para octubre quedó definido.
*| Gruppi, Luciano: “El concepto de Hegemonía en Gramsci”. México: Ediciones de Cultura Popular, 1978.
**| Natanson, José: “El macrismo no es un golpe de suerte”. Página/12, 17/08/2017. https://www.pagina12.com.ar/56997-el-macrismo-no-es-un-golpe-de-suerte