A 17 años del trágico accidente que le costara la vida a Don Ricardo Ares, nacido en “La Siberia”, un barrio de leyenda dentro de Villa Urquiza. Era integrante de la Asamblea popular de Villa Pueyrredón. Hoy queremos recordarlo en sus propias palabras: “Che Siberia, Sabés lo que me gustaría”.
Don Ricardo Ares se acercó a la Asamblea Popular de Villa Pueyrredón, con sus 70 años a cuestas, para derrochar generosidad y altruismo. Se había comprometido con los cartoneros de la Cooperativa “El Alamo”. Como no había luz en el asentamiento del ex lavadero de Artigas y las vías, ofreció donar un sol de noche.
Salió de su casa, el 6 de septiembre de 2003, para encontrarse con sus compañeros y compañeras de la asamblea en el Centro Cultural Nunca Más (Nazca y Cabezón). Con el sol de noche y sus ilusiones de un mañana más justo… los diarios o las radios habrán dado cuenta, quizás, del fatal accidente en el cruce de Nazca y las vías, habrá sido una crónica más, perdida en la inmensidad porteña.
“El tiempo que transcurrió desde que te fuiste fue clausurando momentos que nos pertenecieron: el ajedrez con tus nietos, la música que escuchábamos con mamá, cuando desde la ventana alimentabas a las palomas y llegaban en grupos hasta la puerta; o cuando se filtraba una luz de atardecer y vos papá seguías con tus plantas, o escribiendo cuentos, historias, sueños deshojados por el tiempo. Escribir con entusiasmo y a veces usando palabras del lunfardo y esos destellos de humor que incorporabas a alguno de los relatos” escribió su hija Viviana, un año después de su muerte.
Don Ricardo Ares nació en “La Siberia”. Un barrio de inmigrantes, de quintas y casas chorizo con gallineros y huertas, desde el Parque General Paz hacia las vías del ferrocarril. Hoy lo homenajeamos en su propia voz.
“Che Siberia ¿Sabés lo que me gustaría?”, por Ricardo Ares
“Por haber nacido en la Siberia en el año 30 en un rancho a dos aguas con techos de chapa, patio y galería, con horno de barro en el jardín – todo hecho por mi viejo – horno donde se hacían asados con papas y muchas veces pan ¡Minga de micro honda! ¡Qué asados señor!
Por haber atorranteado durante toda mi infancia y adolescencia por las centenares de hectáreas prácticamente vírgenes que teníamos a nuestra disposición, entonces todavía era posible ver cielos azules de un azul sin horizontes y era por un amor natural a la libertad y el sencillo goce de percibir una leve sensación de vértigo, que uno se subía a un árbol y balanceándose sentado sobre una rama, se bebía feliz el viento.
Por haber vivido todas esas cosas y muchas más, tengo estampado en mi ser junto con un dulce gusto permanente en la boca, paisajes en mis ojos, un perfume que siempre está conmigo y un run run en mis oidos que me impulsa a decirle – a tantos años de haber perdido todo eso – Che, Siberia, ¿Sabés que me gustaría?
Me gustaría caminar descalzo por caminos polvorientos. Beber agua fresca del molino. Pescar y bañarme en un arroyo. Ser dueño del tiempo, para compartido con amigos. Contemplar como el sol pinta de amarillo a los verdes del campo. Oír en las madrugadas el canto de los gallos. Escuchar el goteo del rocío en la galería del ranchito, percibir la húmeda fragancia de los pastos. Andar por la escarcha en las mañanas heladas. Ver a los pibes corretear por la tierra. Despertarme con el canto de los pájaros. Matear bajo la sombra de un árbol. Comer batatas asadas en las brasas de leña. Embriagarme con el aroma del pan que emana del horno de barro. Encontrarme con esa gente sencilla de corazón abierto.
Ser testigo del embarazo del invierno para darnos el milagroso alumbramiento de la primavera. Asombrarme con el trigal que en el horizonte se junta con el cielo. Oír el hondo silencio del campo en las tardes de estío. Extasiarme cuando la tierra se engalana con los girasoles, y el sol besa a las flores silvestres, y la lluvia ¡Por fin la lluvia! bendiciéndolo todo.
Todo eso ¿Sabés? Me gustaría.”