Durante casi siete décadas, el corazón de Villa Pueyrredón latió junto a GRAFA, la emblemática fábrica textil. Situada en un enorme predio en el extremo norte del barrio, con entrada por la Av. Albarellos. Fue el ejemplo de un barrio fabril y un modelo de empleo con enormes beneficios sociales. Fue demolida en 1994 para dar paso a un hipermercado. En esta nota, Beatriz Silvia, ex trabajadora de GRAFA, recuerda esos años dorados.
Por Mateo Lazcano
En 1926, el área de Villa Pueyrredón cercana al cruce de Avenida Constituyentes y General Paz distaba mucho de ser lo que es hoy. El Barrio 17 de octubre estaba todavía lejos de construirse, existían extensos descampados de tierra, y la conectividad era escasa. Sin embargo, ya para ese momento se inauguraba un lugar que durante décadas fue el corazón en el que latía el barrio: la Textil Sudamericana, de propiedad del belga Callens, pocos años después comprada por el Grupo Bunge y Born.
La empresa cambió de nombre, y se llamó GRAFA (Grandes Fábricas Argentinas). Se desplegaba a lo largo de diez manzanas, de más de 120 mil metros cuadrados de superficie, con un destacado ingreso por la avenida Albarellos. Bunge y Born iba a tener una enorme relevancia durante el primer gobierno de Carlos Menem, en la década del ’90.
La GRAFA se dedicaba al rubro textil. “En sus comienzos empezó haciendo frazadas y trapos de piso, y luego se especializó en telas de sábanas, que fueron las mejores durante muchos años. Posteriormente, se amplió y abrió paso a las toallas y ropas de trabajo, con la marca Ombú”, explica Beatriz Silva, vecina de Villa Pueyrredón y ex trabajadora de esta fábrica.
Beatriz nació en Villa Urquiza y se mudó al “Barrio Gral. San Martín” en 1980, tiene 74 años y trabajó entre 1965 y 1985 como empleada administrativa en GRAFA, dentro del área de comunicaciones. “Son muy lindos los recuerdos”, dice. Uno de los primeros, vinculados a su puesto, era la comunicación a través del sistema “Telex” con distintas empresas que Bunge y Born tenía alrededor del mundo. “Me acuerdo de cuando GRAFA abrió plantas en Santiago del Estero, Tucumán y La Rioja, nos comunicábamos muy frecuentemente”, rememora.
Un aspecto que distinguía a la gran fábrica de Villa Pueyrredón era que muchos parientes de empleados se iban incorporando, y en cada familia había varios trabajadores dentro de la planta. Este es el caso de Beatriz Silva. “Daban cupos para familiares si cumplían los requisitos. Mi papá ingresó en 1947, también estaban un tío y un hermano suyo. Después se abrió la posibilidad para mi hermano y posteriormente para mí. Entré a mis 18 años”, cuenta.
El eslogan de la empresa era Grafa, una gran familia. “Realmente te sentías así. Trabajar ahí era un orgullo, una garantía. El obrero o trabajador se sentía representado, bien acompañado y valorado. Era todo muy llevadero, con buena gente y buenos compañeros. No había distinción en la jerarquía, el buen trato era general”, comenta.
Recuerda que “se trabajaba mucho”, y pese a que no estaban consolidados los adelantos de la tecnología de hoy, “siempre fue de avanzada, incorporando los mejores telares y máquinas”.
El “Barrio 17 de Octubre” comenzaría a construirse dos décadas después de la instalación de GRAFA en Villa Pueyrredón. “El barrio se hizo alrededor de la fábrica, al principio era un descampado”. Sin embargo, no eran todos los empleados de la zona: la cercanía con la estación ferroviaria y su ubicación geográfica, permitía la llegada de trabajadores desde localidades del Gran Buenos Aires, algunos viajaban diariamente desde Mercedes, recuerda Beatriz.
“Nos sentíamos muy acompañados desde el costado humano – destaca Beatriz -, estaban muy encima ante problemas de salud propios o de familiares. La fábrica tenía una guardería y jardín de infantes, en la que se podía traer a los bebés desde los 45 días y se iban al terminar el preescolar. Había maestras y niñeras, médicos pediatras y clínicos, odontólogos para que los trabajadores se atiendan ahí mismo, y hasta una ambulancia lista por cualquier urgencia”.
La proveeduría era otro servicio muy apreciado: se entregaban vales para que los empleados retiren productos. También tenían como beneficio descuentos en alimentos de las firmas administradas por Bunge y Born, como Molinos Río de la Plata. “Era de mucha ayuda, abaratábamos los costos de sobremanera”.
“Mi esposo entró a trabajar a los 16 años como aprendiz, en 1956, y fue uno de los últimos en irse cuando cerró, en 1992. Fueron 36 años de trabajo en la misma empresa. Cuando fue sorteado para el Servicio Militar le tocaron dos años de servicio en la Marina, y GRAFA le guardó el puesto. Cuando volvió se reincorporó como si hubiera seguido trabajando siempre”.
Una de las características de esta fábrica era que nunca frenaba la producción, ante la alta demanda de sus productos. “Funcionaba en tres turnos, no paraba. Estaba el de la mañana, de 6 a 14 horas, el de la tarde-noche, de 14 a 22 y el nocturno, de 22 a 06. Los obreros tenían turnos rotativos, según la semana podía tocarte uno u otro. Nosotros, el personal administrativo, trabajábamos de lunes a viernes de 8 a 17.30 horas”, explica Beatriz.
Los cambios de turno eran marcados por el sonar de una sirena. Para muchos vecinos y vecinas de Villa Pueyrredón, ese sonido tan especial, fue tan significativo que hasta hoy perdura en sus recuerdos.
La GRAFA tenía un gran comedor para el personal, donde se ofrecía comida a bajo costo y abundante. “En el comedor se encontraban todos, obreros, operarios, administrativos. Pasaba que la gente de un turno por ahí ya había terminado y los de otro comían antes de arrancar”, relata Beatriz. Esta interacción social generaba muchas relaciones, de las que no estaban exentas la formación de parejas, cuenta con gracia Beatriz. También sobresalían las grandes fiestas de fin de año, que se hacían en el comedor de la fábrica.
Se fomentaban las actividades extralaborales, con el objetivo de mantener el espíritu de comunidad en la planta de trabajo. La GRAFA tenía su propio club. “Yo no llegué a verlo pero me comentaron cómo funcionaba, era maravilloso. Se hacían festejos de Carnaval, con orquestas, y había peleas de boxeo”.
Y también un convenio con el Italpark, el parque de diversiones que estaba ubicado en la zona de Retiro. “Dos sábados durante el mes de octubre le daban a cada obrero cuatro entradas para concurrir con su familia. Se cerraba directamente el parque de diversiones para el personal de GRAFA, era hermoso compartir con nuestros hijos, sobrinos, lo que sea, y los de nuestros compañeros, una mañana así”, rememora.
Con la política de “desindustrialización” de los 90, durante el menemismo, se produjo el cierre de la fábrica, su demolición en 1994 y posteriormente la instalación de un hipermercado estadounidense. “Verla demoler fue como ver demoler la casa de uno. Cuando mi papá empezó ahí yo tenía dos años, era parte de mi casa. Conozco gente que no pudo soportar cuando GRAFA cerró”, se lamenta Beatriz. La compañía se mudó a Brasil, donde mantiene su negocio principalmente en el polo industrial de San Pablo.
“Es un recuerdo constante, porque son tantas anécdotas de tantos años. Y cuando nos encontramos con compañeros en el barrio nos ponemos a recordar. En la familia también pasa, cuando estaban vivos mis padres y mi esposo, en las reuniones era el tema de conversación”, concluye con nostálgica.