En la cuenta regresiva para las elecciones generales del próximo 22 de octubre, la Argentina se enfrenta a un panorama de incógnita extrema sobre su futuro. Las posturas y propuestas de algunos de los candidatos no hacen más que agregar leña al fuego. En la Ciudad de Buenos Aires también se buscan certezas, a pesar de que muchos creen conocer el resultado final.
Por Fernando Casasco
La democracia argentina cumple cuarenta años ininterrumpidos en una situación de crisis y de reconfiguración del sistema político pocas veces vistas en su historia. En los últimos cinco años la sociedad asistió al brutal endeudamiento al que la sometió Mauricio Macri, una pandemia que dejó 130 mil muertos, la crisis económica permanente, las repercusiones de la guerra entre Rusia y Ucrania y de la peor sequía en cien años, una inflación desbocada, caída de los salarios, aumento de la pobreza y el intento de asesinato a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. Muchos creen que este cuadro desolador habría sido aún peor si Messi y sus muchachos no se hubieran consagrado campeones del mundo en las ardientes arenas qataríes.
Pero lo que arroja aún más incertidumbre al proceso electoral en marcha es que por primera vez existe una fuerza que pone en duda – o incluso cuestiona abiertamente – algunos de los pilares sobre los que se edificó la convivencia democrática de las últimas cuatro décadas.
Por poner sólo algunos ejemplos, los candidatos de La Libertad Avanza negaron o relativizaron los crímenes de lesa humanidad de la última dictadura cívico-militar; rechazaron la gratuidad de la enseñanza pública y abrieron las puertas a la posible proliferación de armas en manos de los ciudadanos.
Con todo, esto no surge por demanda espontánea con la aparición del lenguaraz Javier Milei y su pintoresco séquito. Hubo en los últimos quince años hechos que fueron marcando un clima de escalada en la confrontación pública: conflicto por las retenciones al agro y por la ley de medios durante el kirchnerismo; persecución y encarcelamiento de opositores en el macrismo; enfrentamientos por la cuarentena durante el gobierno albertista. Se sobreactuaron gestos de rispidez y se rompieron lazos de diálogo y de convivencia pacífica en el sistema político que, magnificados por medios de comunicación y redes sociales, se trasladaron a la sociedad en su conjunto. En términos callejeros, el quilombo garpó más que los acuerdos.
En este contexto llegamos a la elección presidencial. Tras las PASO quedó en claro que un sector amplio de la sociedad está de acuerdo con la toma de soluciones drásticas, aunque vayan en contra de sus propios intereses. Trabajadores de clase media baja o baja que votan a un candidato que promete terminar con los subsidios a la energía, al transporte, o la educación y la salud públicas. Provincias de ingresos bajos que eligen mayoritariamente a un candidato que promueve terminar con la coparticipación, de la que esas mismas provincias dependen. Trabajadores del sector público que sufragan a favor de un postulante que promueve el uso de “la motosierra” contra el gasto estatal. Serruchar la rama en la que uno está sentado, creyendo que el problema lo tendrán otros.
En su ansia de demolición, el candidato libertario se expresó a favor de que el dólar suba todo lo posible y recomendó a ahorristas que retiren el dinero de los bancos. Si el país está en crisis, su intención parece ser la de empujarlo lo antes posible al abismo, con el objetivo de ganar en primera ronda.
Ante esto, el postulante oficialista y a la vez ministro de Economía – en otra situación inédita para la historia nacional -, Sergio Massa, busca dar gestos que vuelvan a insuflar algo de esperanza en un peronismo que no resolvió casi ninguno de los problemas que vino a solucionar en 2019. El “volver mejores” se transformó en un slogan vacío a medida que los argentinos percibieron que sus salarios caían y los precios se iban a las nubes. La eliminación del impuesto a las ganancias para los trabajadores de altos ingresos o la devolución del IVA en las compras para la canasta básica son medidas que, en forma tardía, buscan recomponer los alicaídos bolsillos de la población.
El ex intendente de Tigre busca diferenciarse al mismo tiempo de Milei y de la candidata macrista Patricia Bullrich, pero intenta no quedar pegado a la imagen negativa del presidente Fernández. Mientras tanto, se pone el casco y el chaleco antibalas para evitar que le exploten bombas como la del affaire de Martín Insaurralde de lujoso paseo por Marbella. Lo que no se pone en duda del nacido en San Martín es su condición de animal político 24 horas al día, siete días a la semana. Se muestra como “hombre de Estado”, a diferencia de algunas propuestas esquizofrénicas de sus competidores.
De quienes buscan llegar al balotaje, la que parece más complicada es Bullrich, quién pasó de tirar “todas las pelotas al fleje” y ganarle por demolición a Horacio Rodríguez Larreta en la interna de Juntos por el Cambio, a que se le vayan todos los tiros afuera y desdibujar su imagen en la elección nacional. Su único caballito de batalla persistente, según lo que se vio en los debates y en sus spots publicitarios, parece ser el ataque al kirchnerismo. Pero no puede capitalizar el “voto bronca”, como si lo hace Milei, ni proponer ninguna “Revolución de la alegría”, como hiciera Macri en 2015. Mientras el ex presidente sigue coqueteando con apoyar al libertario, la “Piba” se afirma en el soporte que le dan las gobernaciones ganadas por la coalición a la que representa.
Los otros dos competidores sólo aspiran a meter legisladores en el Congreso nacional. Juan Schiaretti se muestra tan orgulloso de su cordobesismo como atrapado por los límites de la provincia que gobernará hasta el 10 de diciembre. Mientras que Myriam Bregman, a quien se le reconoce capacidad y oratoria para castigar a sus contrincantes, queda encorsetada en el nicho de una izquierda a la que le cuesta mirar al mundo por fuera de su prisma dogmático.
En la ciudad de Buenos Aires la incógnita parece bastante menor, pero no por ello inexistente. La competencia a Jefe o jefa de gobierno se reduce a cuatro candidatos: uno que parte como amplio favorito, dos que luchan por ingresar a la segunda vuelta y la izquierda que busca sumar apoyo legislativo y su voz de denuncia.
Del lado oficialista, Jorge Macri busca llevar al PRO a la inédita cifra de dos décadas al frente del gobierno en la capital del país. Tras una dura disputa con el radical Martín Lousteau en las PASO, la tarea del ex intendente de Vicente López pasa por tratar de fidelizar a los votantes de Juntos por el Cambio, a pesar de las duras críticas que motivó su postulación y de la resistencia interna que intentó en su momento el actual jefe de gobierno, Rodríguez Larreta.
“Sigamos avanzando” es el significante vacío en el lema del candidato. Las promesas del primo del ex presidente pasan por un endurecimiento en el ordenamiento del tránsito, sobre todo contra los piquetes, mayor patrullaje policial en las calles y la obra del viaducto para el tren Sarmiento.
El más profuso en materia de propuestas es Leandro Santoro, de Unión por la Patria. Entre otras cuestiones, propone extender el subte y que funcione las 24 horas, aumentar la inversión en educación, revisar los negociados con los terrenos públicos y suspender las concesiones del macrismo y la creación de la figura del ombudsman policial. Por su antigua pertenencia al radicalismo busca el voto de los “boinas blancas” que resistieron la imposición de Macri y quedaron huérfanos tras la caída de Lousteau.
Ramiro Marra, de La Libertad Avanza, busca el balotaje y parece empeñado en convertirse en meme de redes sociales. En el debate solo se dedicó a agredir a Santoro y a la candidata del FIT, Vanina Biasi, mientras propuso aumentar la seguridad, terminar con los piquetes y desregular el mercado inmobiliario. Lo que más trascendió de su actividad fueron las críticas al canal Paka Paka por “bajar línea ideológica” a los niños y su recomendación a los jóvenes para que vivan de sus padres.
Además de si hay balotaje y quién accede a él, la otra incógnita es cuál será el efecto del (nuevo) cambio en el sistema electoral. Bloqueado el voto electrónico por la Justicia debido a las fallas exhibidas en las PASO, los porteños deberán votar con dos boletas – una de autoridades nacionales y otra de locales – en el mismo sobre. El olvido o la desatención de algunos miles de electores podría hacer aumentar fuerte el voto en blanco y decidir la elección.
Un país y una ciudad heridos y enojados se aprestan a elegir representantes. El deseo es que la democracia suture las lastimaduras que se supo infligir, antes de que sea tarde.