Mauricio Macri finalmente dio un paso al costado y no participará de la elección presidencial. Abrió la pelea por su reemplazo, pero intentó poner condiciones. En la Ciudad, Rodríguez Larreta cruzó el Rubicón y decidió enfrentar al líder de la fuerza con una medida que cayó como una bomba en el seno del PRO.
Por Fernando Casasco
“Los amo, pero ustedes… no son personas serias”. Logan Roy (Succession, T.04 E.02)
El magnate de los medios de comunicación y el entretenimiento Logan Roy – que en forma brillante compone el actor británico Brian Cox en la producción de la cadena HBO – sufre porque sus hijos lo enfrentan. Pero sobre todas las cosas pena porque, a pesar del cariño que les tiene, considera que ninguno de ellos da la talla como para conducir el imperio familiar una vez que la naturaleza cumpla con su mandato inexorable y él ya no esté al frente de los negocios.
Las sucesiones, ya sea en las empresas como en la política, suelen ser motivo de resentimientos, conflictos, rencillas y traiciones. Mauricio Macri lo sabe por su pasado familiar: el heredero al que su padre Franco había querido erigir como el elegido, pero al que no le hallaba las condiciones necesarias para el mando. El fundador del PRO se ha quejado en voz alta de aquellos “maltratos” paternos, que incluían designarlo a edad temprana al frente de los negocios familiares para inmediatamente quedar “rodeado de tipos que mandaba él a ver cómo fracasaba” (cualquier parecido con la dinámica de la familia Roy es mera coincidencia).
En búsqueda de ese poder que se le negaba, el joven Mauricio decidió entonces traicionar el mandato paterno y volcarse primero a la dirigencia deportiva y finalmente a la política. La presidencia de Boca en primer término, la Jefatura de Gobierno porteña y la primera Magistratura de la Nación a la postre fueron la demostración a sí mismo y a su tiránico progenitor de que él también podía hacerlo. La cosa no terminó como el ingeniero y sus múltiples sponsors esperaban, pero esa es otra cuestión.
Más allá del fracaso de su gobierno, Mauricio Macri logró terminar su mandato y mantener una fuerte ascendencia en la coalición opositora a la gestión de Alberto Fernández, al punto de que hasta iniciado el 2023 pudo jugar con la expectativa de buscar su “segundo tiempo” en las urnas. Sin embargo, el rechazo que genera su figura en amplias franjas de la sociedad, tampoco le daba demasiadas esperanzas de una posible reedición. Por otra parte, estirar los tiempos de dar el paso al costado equivalía a mantener su privilegiada posición en la intrincada búsqueda del o de la sucesor/a en el tinglado anti-kirchnerista.
Finalmente, el anuncio llegó el mes pasado en forma de video subido a las redes sociales, tal como marca la época. Si bien reafirmó su convicción a favor de que los candidatos a su sucesión disputen la candidatura en las PASO, no renegó en ningún momento de su intención de incidir en el resultado final.
El tema es buscar al sucesor adecuado. Macri, queda claro, no tiene hijos en la política. Tal vez lo más cercano a esa figura fue el lugar ocupado por quien fuera su jefe de gabinete, Marcos Peña. El ex joven brillante, que poco tiempo atrás se cruzaba en sonados enfrentamientos parlamentarios con Axel Kicillof y otros diputados kirchneristas, hoy despunta el vicio comunicativo con un podcast que – como dirían en el barrio – no lo escucha ni el loro.
En cambio, Rodríguez Larreta nunca fue el hijo político de Macri. Sí se lo podría catalogar como un político de raza, con perfil técnico, que lo siguió desde el primer momento en su aventura en la gestión pública. Fue su candidato a vicejefe de gobierno en 2003, cuando el por entonces mandamás de Boca cayó en segunda rueda ante Aníbal Ibarra. Luego fue el jefe de gabinete en el que recayó la mayor parte de la gestión durante los dos mandatos porteños del ingeniero. Y el candidato natural a sucederlo cuando el capo fue por la Casa Rosada.
Pero cederle la primacía a nivel nacional es harina de otro costal. La preferencia del jefe de gobierno por la vocación de dialogar y de arreglar con distintos sectores internos o incluso otros partidos, aunque solo sea por interés personal, siempre fue observada por el líder del PRO – acostumbrado al manejo discrecional de las empresas – con suspicacia. Esa supuesta moderación y exceso de rosqueo de Rodríguez Larreta le ganó enemigos dentro de su propia fuerza política.
En los últimos años, a caballo de una tendencia mundial hacia las posiciones más extremas de derecha (ultra-liberalismo económico, mano dura policial, conservadurismo frente a la expansión de derechos), creció y se consolidó el ala dura del macrismo. La siempre ubicua Patricia Bullrich encabeza el sector del PRO denominado como “los halcones” – con el beneplácito del ex presidente – y enfrenta al jefe de gobierno. A este duelo de dos se suma la ex gobernadora María Eugenia Vidal, que surgió a la vida pública promovida por Larreta, pero hoy está encolumnada en forma irrestricta con Macri.
Con este panorama y previo a su paso al costado, el ex jefe de Estado se sentó a dialogar con el jefe de gobierno, a fin de acercar posiciones. De la reunión habría surgido el acuerdo del renunciamiento de Macri, a cambio de que en la ciudad de Buenos Aires el PRO presente una única precandidatura a jefe de Gobierno. El consenso (por no decir el dedo del ex mandatario) señala para ese cargo al primo del ex presidente, el intendente (en uso de licencia) de Vicente López Jorge Macri, por sobre otras opciones larretistas que nunca remontaron vuelo como los ministros Fernán Quirós o Soledad Acuña.
Restaba por definir un dato no menor: la forma y la fecha de la elección. La mayoría del PRO, con la intención de retener el que hasta ahora fue su mayor bastión electoral, pretendía que se realizase en conjunto con la elección de cargos nacionales, a fin de que el efecto arrastre de la boleta sábana le otorgara mayores chances a su postulante. En cambio, el radicalismo pretendía elecciones desdobladas ya que su precandidato, Martín Lousteau, no cuenta con la posibilidad de tener un pretendiente competitivo en el rubro presidencial (Gerardo Morales o Facundo Manes). Elisa Carrió y la Coalición Cívica se mantenían más cerca de lo que definiera Rodríguez Larreta.
Sobre el cierre de esta nota llegó finalmente la decisión que encendió la mecha: Larreta, con la lapicera y la ley electoral porteña en la mano, anunció la realización de las elecciones de la Ciudad en las mismas fechas pero en forma “concurrente” con las nacionales.
Mientras que en la elección de presidente y diputados nacionales se mantendrá la histórica lista sábana, para los cargos porteños se utilizará la Boleta Única Electrónica, sancionada en la Ciudad hace nueve años. De hecho, es el método implementado por el propio Macri, con el que se realizó la elección en la que Larreta superó a Lousteau en la elección para jefe de Gobierno en 2015.
La decisión sonó como un estruendo en las filas macristas. Vidal, sin nombrar a su ex jefe político, habló de “ambición personal”. Macri se hizo eco de las palabras de la ex gobernadora y manifestó su “desilusión”. Bullrich fue más contundente al recordarle al jefe de gobierno declaraciones en las que hablaba de no cambiar las reglas durante el año electoral y lo acusó de “hacer trampa”. La mayoría de los dirigentes del PRO le achaca al jefe de gobierno querer favorecer su alianza con el radicalismo porteño y con Lousteau en particular, a cambio de entregar el reducto histórico macrista.
En el larretismo se aferran a la lapicera: la fecha y el modo de elección son exclusiva potestad del jefe de gobierno, remarcan. Lo cierto es que la decisión del precandidato presidencial no es sólo un acto administrativo.
Marca un tiempo en el que Larreta está decidido a quemar las naves y enfrentar a la mayor figura de su partido en busca de una autonomía que ahuyente el fantasma de un líder moviendo los hilos detrás del trono. De triunfar en las PASO se convertirá no sólo en el candidato que quede en la pole position hacia la Presidencia, sino en el líder del partido del que se proclama “fundador” y en el dirigente de mayor peso de la alianza opositora.
El precio a pagar puede ser el revoleo de carpetazos varios y de otras trapisondas políticas. O que el sector duro del PRO busque otras arenas hacia donde enfilar su nave. “Se aproxima una noche de puñaladas”, diría Logan Roy.