La huerta “La Unión”, situada en terrenos ferroviarios de la Línea Mitre en Villa Pueyrredón, a la altura de la calle Larsen 3200, cumplió un año. Preparan la segunda temporada de cosecha, y continúa creciendo. Sus integrantes destacan la idea del desafío colectivo y conjunto que implica el proyecto.
Por Mateo Lazcano
Hace un año decenas de plantas crecen bajo el sol en terrenos linderos a las vías del ferrocarril Mitre, a pocos metros de la avenida General Paz, en un extremo de Villa Pueyrredón. Allí está la huerta “La Unión”, formada por vecinos y vecinas con el objetivo de recrear un entorno de naturaleza, muy distinto al que tradicionalmente puede ofrecer una ciudad.
La iniciativa que había comenzado como un desafío para vencer la falta de espacios públicos y particularmente verdes en pandemia, terminó en una huerta que no para de crecer, y que espera su segunda temporada de cosecha con nuevos plantines y bancales, como se conoce a los espacios delimitados con madera donde se siembran.
La Unión cumplió un año el último 25 de septiembre. Está situada a la altura de la calle Larsen al 3200, en tierras linderas a las vías ferroviarias que a esa altura circulan elevadas y cruzan la General Paz, hasta llegar a Miguelete.
Subiendo por una pendiente al lado del paso bajo nivel de avenida Del Fomentista, la distribución del lugar parece una escena cinematográfica: el pasto, los árboles al costado, un cielo imponente y el sol, que durante el atardecer da de frente en forma permanente hasta el ocaso, que completan un paisaje ameno y cálido.
“Nosotros formamos un modelo horizontal de construcción colectiva. Todos apostamos a compartir un entorno de naturaleza pese a estar en un entonro urbano, y a generar comunidad entre todos”, se presenta Juliana, una de las integrantes de la huerta que, aclara de entrada, habla en nombre de todos sus compañeros y compañeras.
“Queremos tener un poco más de conciencia ambiental y lo que tiene que ver con la soberanía alimentaria. Formamos parte de la naturaleza y es importante estar en sintonía y en sincronía con los ritmos naturales”, explica.
Los huerteros recalaron en este predio porque lo conocían como vecinos y vecinas. “Dentro de los biocorredores que dejan las vías, seguimos al sol y nos asentamos acá. La necesidad de verlo, de encontrar espacios naturales y verdes, fue una de las enseñanzas que nos dejó la pandemia”, cuenta Juliana. Luego buscaron dónde armar la huerta.
“Se convirtió para todos en un buen plan. Fuimos a buscar compost, pallets, armamos, desarmamos y empezamos”, sigue el relato de quien es técnica argentina y promotora de huertas del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) y probablemente haya aportado conocimiento técnico sobre cómo armar la huerta.
Pero Juliana aclara que “fuimos aprendiendo sobre el camino”. “Todos tuvimos inquietud de acercarnos de manera autodidacta, como hicimos en nuestros balcones, espacios, o patios. A su vez, somos una red de huertas que nos comunicamos, y nos visitamos, formando vínculos”.
“Un día pusimos plantines, otro semillas y tarde o temprano ves que está todo lleno”, cuenta y detalla que la siembra se divide por un lado en lo relativo a la huerta, y por otro las plantas nativas y medicinales. Rabanitos, acelga, lechuga, caléndulas, borraja, ruda, aromáticas, abutilón, y eliotropos, entre otros, están plantados en este lugar.
Los miembros de la huerta, unos 16 en el equipo permanente, riegan dos veces por semana las plantaciones. Tienen una limitación, que es el no contar con canilla, por lo que tienen que recurrir a bidones o mangueras desde casas vecinas. Dentro de las tareas, identifican las plantas que crecen, seleccionan a las no invasivas y desyuyan. Ferrocarriles Argentinos, la empresa a cargo de los trenes, corta periódicamente el pasto.
La charla con Juliana se desarrolla al lado de bancos formados con madera a un costado de la huerta. Los mismos están llenos de mochilas, elementos personales y mates, biscochos, facturas. Porque la huerta no solo tiene un claro componente ambiental y de soberanía alimentaria, sino también social: sus miembros se acercan para pasar la tarde.
“Es elección, el que quiere viene a trabajar, el que quiere viene a disfrutar del espacio, es todo en comunidad. El hacernos cargo que depende de nosotros el mantener este espacio da un gran sentido de pertenencia”, enfatiza.
Periódicamente, organizan talleres e invitan a vecinos y vecinas a acercarse y aprender sobre las tareas de la huerta. Aunque muchas veces se acercan espontáneamente para consultar sobre compost, germinación, o traer plantas, según detalla Juliana.
El primer aniversario, a comienzos de la primavera, los encuentra preparando la segunda temporada de cosechas, a medida que avanza el buen clima. “Estamos haciendo nuevos bancales, los pintamos con aceite usado, y tenemos que completarlos con compost. Los plantines ya están listos, de manera que para mediados de octubre vamos a hacer las plantaciones”, anticipa Juliana.
“Para nosotros es una alegría, formamos una familia y genera un sentimineto de agradecimiento constante, por haber construído una comunidad, con sus desafíos. Apostamos a construir un futuro”, cierra, reflexiva, Juliana, voz que expresa a este colectivo comunitario que conforma la huerta “La Unión”.