En estos tiempos de dominio de la industria y las grandes marcas, los barrios ofrecen sus ferias los fines de semana. Una recorrida por el paseo ferial del Parque Saavedra (García del Río y Melián) mostró precios accesibles, otro tipo de contacto entre feriantes y clientes, una atmósfera relajada y vecinal y la chance de encontrar variados productos sin caminar más de una cuadra.
Por Mateo Lazcano
Cuando pensamos en comprar algo que necesitamos o que deseamos, la mirada suele ir hacia un local con vidriera, productos ofrecidos y vendedores esperando el ingreso del cliente para realizar su trabajo. Estos comercios suelen estar a la calle o en un centro comercial.
Pero no es el único modo de “salir de compras” en la ciudad, existen las ferias barriales con decenas de puestos consecutivos que parecen dar por hecha la frase “en las ferias se puede encontrar de todo”.
Para descubrir por qué hay tanta gente que opta por este modo de comprar, es necesario hacer una recorrida por una de estas ferias de barrio. En este caso, la del Parque Saavedra.
La primera respuesta parece estar en el “de todo” de la frase popular. Elementos para mascotas, artesanías, sahumerios, ornamentos árabes, pueden encontrarse en este paseo comercial. Sigue la lista con plantas, ropa deportiva, libros y más.
Los productos son ofrecidos en la feria del Parque Saavedra a precios muy baratos. No hay un cartel indicador, sino que lo comenta el feriante ante la consulta del ocasional cliente. Puede llegar a conseguirse a menores costos o haber promociones dependiendo el caso.
Susana, una señora de cabello castaño y más de sesenta años, con una bolsa cargada de productos, lo confirma: “es el único lugar donde puedo comprar con menos de cien pesos”.
El paseo comercial se despliega sobre la calle García del Río (cerrada al tránsito en este tramo) y los puestos están colocados en tres hileras con dos pasillos que las separan para que la gente circule.
En una única estructura de hierro por hilera se montan cada uno de los puestos. Una lona o media sombra hace de “techo”. El adoquín de la calle le da un toque pintoresco.
El “clima vecinal” da para la charla entre feriante y el ocasional cliente. La breve recorrida de este cronista no permite interpretar si se conocen de otro lado (del barrio, por ejemplo) o de ahí mismo, pero la amena y larga conversación entre ocasionales clientes y vendedores se repite en los distintos puestos.
Una mujer que atendía el puesto de cosmética femenina y una madre que llevaba a su hija en un cochecito hablaban no sobre pintalabios, espejitos o esmaltes, sino de modos de crianza, casi como madre y abuela.
Entre los propios vendedores también la charla es amena y frecuente. Ayuda la estructura de la feria, están prácticamente pegados, con nomás de un metro de distancia entre sí, llegando al cordón de la calle.
Algunos de los feriantes se sientan en reposeras o banquitos de madera, pero la gran mayoría trabaja parado, lo que le permite tener acceso con la mano a todo el ancho de la tabla de madera que sostiene la mercadería que ofrecen.
Hay un lema en los carteles que la promocionan: ésta es “la feria de los vecinos”. Y parece no estar equivocado. Los vecinos no son solo los organizadores sino también los puesteros y muchos de los que van a recorrerla. Pero lógicamente no discrimina barrios: también hay asiduos clientes de zonas linderas.
Este elemento no es exclusivo del paseo del Parque Saavedra, sino que es característico de estas ferias barriales. Mucha gente conoce otros barrios gracias a ellas. Y éstas viven del boca a boca entre los propios vecinos.
No hay palabras en inglés como “sale”, “off”. Lógicamente porque no hay vidrieras ni espacio para colocar carteles ni hacer publicidad del puesto. Pero el sentido es otro: los feriantes no dividen en “temporada alta”, “temporada baja”. Le dan simpleza y accesiblidad a algo naturalmente simple como vender cosas, algo que las modas y la desenfrenada competencia entre las marcas volvieron mucho más complejo en la actualidad.
Pero la realidad de los tiempos que corren no es ajena a nada, y mucho menos en un paseo que no deja de ser comercial. Entre artesanías, libros, bijouteries y tantas otras cosas, el puesto que más gente acumula en la recorrida es uno que vendía accesorios para teléfonos celulares. Films protectores, carcasas, cargadores y auriculares vencen en esta imaginaria lucha a todo aquel objeto que intente hacerle frente. Un símbolo de esta época marcada por la tecnología.
La gente va vestida informalmente. Zapatillas deportivas gastadas, camperas simples, remeras que dejan ver el paso del tiempo y su uso. No hay una edad específica de concurrentes; también hay chicos presentes que observan y caminan.
Pero lo que más destaca a los clientes de la feria (y hasta habla de ella en particular) no es lo que visten ni lo que tienen, sino lo que no tienen. No llevan bolsas en la mano con marcas, no arrastran consigo el “orgullo” por haber comprado la prenda de moda y llenarse las manos de bolsas de locales en inglés.
La recorrida se detiene un momento en un puesto que vende libros viejos. Aunque habría que preguntarse si puede considerarse viejo a un libro o si nunca pierde la vigencia.
Lo mismo cabría decir de Oscar, un hombre que ojea un ejemplar amarillento y con la tapa resquebrajada de José Ingenieros. Comenta al pasar que le cuesta encontrar obras antiguas pero que en la feria puede hallar muchos de esos libros que son de su agrado.
Y esa es la esencia de la feria. Poner por encima de todo al producto que se ofrece, y que vale por sí mismo y no por cómo es presentado en forma “marketinera”.
No hay personal de seguridad, mirada de recelo. No se prohíbe tocar la mercadería. Al contrario, los vendedores autorizan con la mirada a aquellos que toman algún elemento intentando conocerlo, familiarizarse con él para luego decidir si lo llevan o no.
La ausencia de seguridad privada da una atmósfera menos tensa, con mayor circulación entre la gente que entra y sale y permitiendo a personas de cualquier forma de vestir, sin exclusiones de ningún tipo, recorrer la feria.
Una frase queda retumbando en esta recorrida de sábado otoñal: no hay un objeto igual a otro. Cada uno tiene su toque distintivo.
Algo raro de encontrar, en estos tiempos marcados por la industria impersonal y simplista vencedora del trabajo dedicado y elaborado de un artesano. El paseo comercial del Parque Saavedra, como muchas ferias barriales, se esfuerza por ser una excepción.
Bienvenido sea.