Carros lecheros, recuerdos de la vida barrial

El carro lechero
Logo El Barrio PueyrredónTres estimados vecinos, colaboraron para esta nota con recuerdos de su niñez. En esta oportunidad los protagonistas son los “carros lecheros”. La memoria viajó por las décadas de los 40 hasta los ´60. Este panorama temático, nos permite redescubrir, recordar curiosidades y costumbres olvidadas, de la vida cotidiana barrial, así también datos de actualidad.

Antes que nada, una breve descripción para las jóvenes generaciones

Al carro lechero, tirado por un caballo también se lo llamaba Jardinera. Tenía dos grandes ruedas. En los laterales de su parte trasera se insertaban en tablas con agujeros, los estilizados tachos de 20 y 15 litros, y también de otras capacidades. Todo cubierto por un techo de lona aunque sin refrigeración, ni pasteurización. Los vecinos, sabiendo de su regular paso diario, lo esperaban en la vereda. Algunos con cacerolas o hervidores, al pie del cañón o mejor dicho al pie del carro.

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El típico tacho era de hierro, cobre o aluminio. Actualmente, son objetos de decoración o colección. Con dos manijas y tapa sujeta al mismo recipiente por una cadena o bisagra, al que se le se sumaban: una jarra medidora, un embudo y el colador. Éste servía inclusive para revolver el contenido. Allí quedaba la nata procedente de la grasa de la leche (crema de leche).

Los tachos son piezas vendidas en anticuarios y por internet. Se los ha modificado como paragüeros, maceteros, y otros usos. Su precio va en alza, no sólo por el estado de conservación y más aún si cuenta con el relieve de la marca de la empresa lechera o tambo. Hemos visto precios que rondan los 8 mil pesos.

El lechero
Con peinado gardeliano e impecables alpargatas, el lechero sostiene en su mano derecha un tacho de menor tamaño (a los del carro) y la jarra medidora. Foto extraída del libro “La lechería argentina”
Recuerdos con imágenes y sonidos

El testimonio de Rafael Sorroche, lo presenta siendo un niño de 9, entre los años ´58 al ´61 aproximadamente. Comenzó expresándose sonriente con la frase: “Esto me movilizó y hay cosas que tengo muy grabadas”.

Yo vivía en Av. Álvarez Thomas 1615 y Estomba (barrio Villa Ortúzar). La avenida era empedrada, muy ancha, doble mano y estaban las vías del tranvía. Las veredas eran muy amplias y vivíamos cerca de la esquina”. En esa cuadra, Rafael describió que había una peluquería, luego la casa “del turco” Félix y en la esquina el bar de don Braulio, apodado “el gallego”.

Cuando venía el lechero, 11 y media o más temprano, tal vez, se escuchaba la música de los cascos del caballo. Era un sonido muy particular. Al poco tiempo cambió al poco por los cajones de alambre, con las botellas de vidrio en su interior”. Con este adelanto, remarcó, se integraron nuevos sonidos al carro: “el tambaleo” de las botellas contra el alambre.

Carro lechero
Foto aportada por Rafael. Las botellas de vidrio se insertaban en el porta-botellas de alambre. El movimiento del carro generaba un ruido particular producto de la oscilación y choque de las botellas con el alambre.
Escenas para un “guión de película”

Yo iba con la lechera y él me acercaba a la parte de atrás del carro y con un recipiente de menor tamaño (jarra medidora) procedía al trasvasado”. Rafael trajo a cuento la pregunta obligada al lechero: “Dice mi mamá que no bautice la leche (1)”, y éste contestaba: “Decile a tu mamá que venga a decírmelo a mí”. Usaba un pantalón-bombacha y tenía un pañuelo al cuello.

Aquel niño miraba con atención no sólo al caballo con anteojeras, (que impedían su visión lateral), sino también el carro decorado con filetes. El tiempo lo llevó a dedicarse como dibujante y pintor profesional especialista en fileteado. (Artista de Villa Pueyrredón, fileteando para todos)

Tarro fileteado
Los años pasaron y Rafael es “filiteador” en Villa Pueyrredón. Quien iba a “aventurar” que años después pintaría para su hermano, este viejo modelo rescatado.
El segundo vecino memorioso

Avenida Nazca esquina Vallejos. Aquí nació y sigue viviendo Enrique Oliveri (Los Oliveri, un canto a la vida y a los recuerdos), otro protagonista que salió al encuentro del lechero. Breve y preciso en sus respuestas, como si hubieran ocurrido los hechos esta mañana. Así relata su remembranza:

Era un español del que no recuerdo el nombre. La leche la iba a buscar a La Paternal, en los vagones (de tren) que venían de afuera. Pasaba todos los días a las 7… 8… de la mañana. Se lo esperaba con una jarra. Dejó de pasar en el año ´60. Se reemplazó por una botella de leche que traía a mi casa”.

Enrique Oliveri
Año 1958. Enrique en la época que salía al encuentro del lechero en la Av. Nazca y Vallejos. Gentileza Gabriela, su hija.
El Lechero de la Vascongada

“Chichí” se mudo a la calle Franco y Cuenca cuando se casó en 1949 con “Tito”, que vivía en Villa Pueyrredón. En ésta misma dirección, recuerda con sus jóvenes 97 años, la localidad de Rojas, donde vivió cuando era soltera (a 240 km de Buenos Aires). De allí vienen sus primeros recuerdos del lechero.

La imagen del vendedor se enriquece con más detalle cuando pasaba por la calle Franco. “Con boina y pañuelo al cuello de la Vascongada, bajaba de un carro blanco con una canasta con 6 botellas de color verde. Iba dejando casa por casa, según lo que le solicitaba el vecino”.

Chichí nos contó de sus postres preparados regularmente: arroz con leche y flan. Eso sí, a la leche la dejaba hervir por tres veces consecutivas. A fines de la década del ‘50, las costumbres cambiaron. Su hija Susana, iba al almacén “Frescura”, en Campana y Bazurco, a comprar la leche en botella de Santa Brígida o el recordado envase triangular de Las tres niñas. Con la pasteurización los carros se fueron despidiendo paulatinamente para siempre.

Las tres niñas
Típicos envases de formato piramidal de la empresa Karsdorf (fundada en 1915), cuyo diseño continuó, inclusive en los ´70.
No llorar sobre la leche derramada

Hoy se agregan nuevos términos: leche entera, light, semidescremada, con hierro, vitaminas, pero en aquel entonces el vital alimento, lejos de procedimientos industriales, se le decía “Leche gorda”. Era más espesa, mucho más blanca, ideal para elaborar postres, como recuerdan los testigos de aquel entonces.

Se ponía a hervir a fuego muy bajo, revolviendo de vez de cuando para que no se derramara. Al mínimo descuido, el hervor se multiplicaba y avanzaba sin piedad, apagando la hornalla y extendiéndose por todo el espacio posible. El olor advertía al distraído, quien corriendo iba a la cocina.

Qué trabajo extra era limpiar semejante pegoteo. Tanto era el drama que dio lugar a la expresión popular: “No llorar sobre la leche derramada”, aludiendo a que no vale la pena lamentarse por cosas que ya no tienen arreglo.

Ojos que no ven corazón que no siente…

En la década del ‘20, el Ministerio de Agricultura y los municipios manifestaron su preocupación por la falta de higiene de la lechería artesanal argentina. Uno de los motivos radicaba en el prolongado tiempo que los tarros permanecían abiertos, a la intemperie. En especial donde proliferaban nubes de tierra, exposición al sol, insectos.

A esto se suma el transporte ferroviario en vagones comunes, sin refrigeración alguna, exponiéndola así durante largas horas a temperaturas altas. La ciudad de Santa Fe tuvo el honor de haber sido la primera en prohibir en el país el expendio de leche sin pasteurizar y en exigir su distribución en botellas.

Lavado de tachos lecheros
Una sumergida en piletón, con la tapa puesta. Colgado en la pared, un típico embudo.
Antigua tacho lechero
Un tacho “jubilado” luce detrás de un blindex en una conocida casa de venta de sombreros, Av. Rivadavia al 1900. Foto tomada en julio 2021, por esta cronista.
Palabras finales

Si al leer esta nota van llegando los recuerdos del carro lechero o alguna receta que tu abuela hacía en aquel entonces, puedes compartirla al final de la nota, en el espacio reservado para que el lector escriba. Agradecemos la buena disposición de los vecinos, los tres residentes en Villa Pueyrredón.

Saludos con salud.

Autora de la nota: María Fernanda Gómez. Tecnicatura en turismo, Universidad del Salvador. Guía de turismo, Instituto Superior Perito Moreno. Ciudad de Buenos Aires.


Fuentes
(1) “Bautizar la leche”, significaba cuando el lechero adulteraba la leche agregándole agua, para incrementar la cantidad a vender.
“La lechería argentina, sus comienzos” de Raúl Carman. Vázquez Manzzini editores, 2009.

 

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