Ciertos hechos particularmente traumáticos; guerras, pestes, etc., dejan como consecuencia una gran cantidad de población a la deriva, desplazada, descastada, despreciable, descartable. En el caso de Juntos por el Cambio la catástrofe llegó en la forma de unas elecciones.
Por Aldo Barberis Rusca
A consecuencia de la perdida de fuentes de trabajo, desmembramientos familiares, ruptura de la cohesión social, etc., cientos, miles o millones de personas dejan de estar dentro de la sociedad y pasan a una particular categoría de parias que alimentan las redes de trata, las tropas de narcos o los ejércitos irregulares en todo el mundo.
Hemos visto en varias ocasiones que no existe humanidad fuera de la sociedad; la Polis era para los griegos el ámbito humano, fuera de la Polis no hay humanidad. Y si no son humanos son descartables, sacrificables ante cualquier causa.
Esto lo sabían bien los Aztecas; los sacrificios se hacían de a uno o de a cientos. Si era de a uno el sacrificado se elevaba a la altura de un dios, si era de a cientos se los colocaba debajo de la categoría humana.
Las catástrofes pueden abarcar grandes sectores sociales, países, continentes, culturas completas; o bien pequeños o limitados grupos.
En el caso de Juntos por el Cambio la catástrofe llegó en la forma de unas elecciones que se perdieron cuando nada indicaba que tal cosa podía suceder y con el agravante de que la certeza de que perdían llegó demasiado tarde para impedirla pero demasiado temprano para tener que sufrirla.
Y la catástrofe dejó, como siempre, un grupo de descastados, despreciables y descartables, como una peregrinación de leprosos que se inmolan frente a las cámaras de TV.
Iglesias, Pichetto, Bullrich, Brandoni, Sarlo, Sebrelli, nombres que alguna vez tuvieron peso político o intelectual se unen a aquellos “zapadores” económicos (Milei, Tetaz, Boggiano, Espert) a repetir la nueva palabra mágica inventada para que la repitan los caceroleros: “Infectadura”; fruto tardío de las usinas creativas de Marcos Peña o Durán Barba.
La verdad es que uno los mira y dan pena.
Pena de saber que nunca nadie justipreciará su sacrificio, ese último gesto de inútil dignidad que se tiene cuando la dignidad se ha perdido hace mucho.
Me gustaría verlos sacrificarse en los barrios, asistiendo a los enfermos, padeciendo junto a ellos, muriendo como ellos.