Norma y Cachita quedarán en la Historia

Tienen 76 años, una es correntina y la otra uruguaya, vivieron más de 15 años en Parque Chas y desde hace poco en Villa Devoto. Son la primera pareja de mujeres que se casó en Latinoamérica y tienen una historia de vida digna de ser contada. (Nota del Editor: Lamentablemente debemos informar que falleció Ramona Arévalo, Cachita)

Por Mariana Vaccaro

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Cuando en Argentina se debatía sobre el matrimonio igualitario, una de las imágenes más potentes fue la de una pareja de lesbianas que rompía con el prejuicio de la perversión y promiscuidad, que se les imponía como si fuera un rasgo propio de la homosexualidad, desde el sector opositor. Dos señoras grandes, con pinta de abuelas, miradas tiernas y sonrisas que contagian alegría se abrazaban con la libreta de casamiento en la mano, demostrando que de eso se trata: de dos personas que se aman.

En 2010, Norma Castillo y Ramona Arévalo tenían 68 años y tres décadas de vivir juntas. Con un amparo judicial presentado antes de la sanción de la ley, fueron la primera pareja de lesbianas en casarse legalmente en América latina. Contrajeron matrimonio por el amor que se tienen y por generosidad para con todas las personas LGBT (lesbianas, gay, bisexuales y transexuales), porque con ese hecho de activismo, sumaron su granito de arena a impulsar la sanción de la Ley 26.618.

“El matrimonio tendrá los mismos requisitos y efectos, con independencia de que los contrayentes sean del mismo o de diferente sexo”, expresa desde entonces el artículo dos de la ley que rige los casamientos en Argentina, dándole entidad de ciudadanas a todas las personas sin importar su orientación sexual.

El casamiento resulta ser el hecho más conocido de la historia de Norma y “Cachita”, como suelen llamar a Ramona, pero no el único: durante la entrevista que les realizamos nos contaron cómo fueron sus juventudes y cómo se conocieron en Colombia, donde se enamoraron ya adultas. Cómo no compartir ese relato que podría ser una novela (una de romance, claro está)

Con una madre muy joven y una abuela estricta, Ramona pasó su infancia bajo el cuidado de la mamá de su mamá. Una abuela que la controlaba todo el tiempo y la maltrataba: “Una vez me pegó con un fierro en la cabeza y yo por suerte hice así”, cuenta mientras se pone ambas manos cubriéndose el cráneo.

Cuando cumplió los 18 ya tenía su equipaje armado para irse de la casa de Uruguay. Se casó con un joven colombiano al que conoció en el egreso de una familiar. Esa libreta de casamiento, que consiguió sin contarle a su abuela, también sería el pasaporte a una vida sin golpes.

La infancia de Norma transcurrió en Goya, Corrientes, donde cursó sus estudios primarios y secundarios “en la época de la laica y la libre”, como lo describe ella al contar que durante la posguerra se daba en el mundo “un giro hacia la libertad” y los y las estudiantes tenían una mirada aguzada del sistema educativo y de la sociedad.

“Cuando era chica fui rebelde en todo, menos en lo sexual. Fui rebelde en preguntar cosas de la religión cuando iba a tomar la primera comunión y mi mamá me contestaba ‘eso no se pregunta, eso se cree’. ‘¿Cómo? ¿Tengo que creer en algo que no entiendo?’, decía yo”.

Durante la adolescencia, Norma cuestionó muchas cosas, pero no todas: “En la época de despertarse la líbido yo seguí el mandato. En los ‘50 estaba la rebelión mundial contra los mandatos, está Sartre, Beauvoir, acá está Ingenieros e incluso las Ocampo. En todo el mundo había un giro hacia la libertad de expresión del ser humano. Yo fui de la generación que cuando tenía 18 años aparecieron los anticonceptivos. Había un nivel de educación muchísimo más alto que el de ahora”.

Lo que no podía deconstruir entonces Norma era su propia sexualidad. Se enamoró de quien fue su marido en La Plata, donde estudiaba Zoología, y con él emprendió el exilio durante la última dictadura militar, tras ser secuestrada en un lugar que aún no sabe cuál fue.

Antes de comenzar un largo viaje hacia el norte de América del Sur, una conocida le dijo algo que la acompañaría para siempre: “Estaba despidiéndome de todos en el andén del tren que iba a Salta. Ella guardó su despedida para lo último, me abrazó y me dijo ‘Vos me querés a mí’, y en ese momento, ¡fue como si en la oscuridad hubieran prendido todas las luces! Lo único que sentí es que dentro mío tenía un deseo infinito de enamorarme de una mujer. Me quede paralizada. Miré el suelo y vi las ruedas del tren que se movían, salí corriendo y, cuando me subí al tren, ya era torta”.

En ese momento ser lesbiana era una mala noticia, como explica Norma, ella misma era homofóbica: “Yo era recontra homofóbica porque estaba proyectando la coraza que me pusieron: el mandato que me pusieron de que yo tenía que ser heterosexual para poder ser aceptada en este mundo. Entonces quería eso, todo el mundo quiere ser aceptado. Eran cosas de las que no se hablaban cuando éramos chicas, nadie decía la palabra lesbiana, era lo más vergonzoso, lo más horrible y, para la religión, eso te manda al infierno. Entonces yo reaccioné de acuerdo con eso”.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) retiró la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales hace 28 años, por lo que las personas LGBT adultas mayores convivieron gran parte de su vida con una mirada estigmatizante y patologizadora de su propia identidad.

Luego de un largo viaje, Norma llegó a Pivijai, un pequeño pueblo cercano a la costa del caribe colombiano, donde había otros extranjeros que también tomaban mate, entre ellos Cachita. Ambas se hicieron amigas, se gustaron, pero era muy difícil poder expresar eso que nadie nombraba.

Un día, Norma tomó valor y le dio una especie de mordisquito en la oreja a su amiga. Cachita no dijo nada en ese momento en el que estaban rodeadas de gente, pero al otro día decretó: “Tenemos que hablar”. Así pasaron dos semanas, que para la ansiedad de Norma fueron la eternidad, pero Cachita buscaba un momento indicado para reunirse.

Se dieron cuenta que a las dos les pasaba lo mismo y primero en secreto y luego abiertamente conformaron una pareja. “Comenzamos sin saber de culpas, fue como un explorar a ver qué pasaba y resulta que el amor era cada vez más claro, cada vez más real”, expresa Norma.

Pasaron los años y juntas pusieron una Disco gay en Barranquilla que siempre estaba llena y nunca faltaba quien les pidiera consejos o ayuda. Mantuvieron ese lugar, que para muchas personas era el único donde podían ser quienes eran realmente, hasta que viajaron a la Argentina porque la mamá de Norma enfermó y quería cuidarla.

Acá la comunidad LGBT estaba movilizada y ellas se sumaron a la lucha por la igualdad, haciendo hincapié en las personas adultas mayores a quienes se las suele ver como asexuadas. Por eso se casaron y le mostraron con orgullo su libreta de matrimonio al mundo.

Ya se casaron, hace mucho que están juntas, ¿por qué siguen siendo activistas, por qué aceptaron darme una entrevista y contarme todo esto que ya se habrán cansado de repetir?

“Tenemos que estar unidos siempre en lo que hicimos para todos. Si no seguimos insistiendo se va olvidando, hay cierta gente que quiere que esto se olvide”, dice Cachita sobre los derechos y conquistas LGBT.

Por su parte Norma expresa: “Es lindo quererse. El hijo de una conocida nuestra, del pueblo donde vivíamos, tenía 18 años, terminó la secundaria y lo mandaron a estudiar a Bogotá. Le vinieron con el cuento a los padres de que el chico era gay, lo trajeron al pueblo de una oreja y lo encerraron prácticamente”.

Durante una celebración del pueblo, el chico se animó a acercarse a conversar con Norma: “Perdió un poco el miedo (a veces sirve tomarse unos traguitos) y vino a hablarme, lloraba y sufría como un desgraciado. Le dije ‘Andá a casa a tomar agua de panela para que se te pase el guayabo y mañana seguimos hablando. ¡Vos, sos una persona como cualquier otra!’. Cuando se despertó, otra vez se le volvería la represión, no vino a hablarme. Unos días después, se sentó en la puerta de su casa y se pegó un tiro en la cabeza. Ese dolor no me lo sacará nadie, es la sociedad la que mata y que mutila. Los padres ricos le hicieron un panteón grande, ¿ya para qué? Son mucha gente, acá, en el edificio donde vivimos, una vecina nos contó que su hermano se mató por lo mismo. Fijate que son varones… víctimas de su propio invento”.

“Es muy duro luchar contra miles de año de represión, desde hace dos mil años con la religión católica estamos castrados los homosexuales. Nosotros, las personas, somos materia que piensa y lo mejor que nos puede pasar es sentir amor y vivirlo. ¿Te van a decir: ‘No, eso es un asco’? No”, plantea contundente Norma.

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