La desocupación como condición

Los “treinta gloriosos” años (desde 1945 hasta el 75), el período de mayor crecimiento sostenido en occidente, mostrará síntomas de agotamiento a finales de los sesenta y sufrirá su gran golpe con la crisis del petróleo del 73 y cuando Estados Unidos resuelva desligar la emisión de dólares de sus reservas en oro. Habían sido los años posteriores a la segunda guerra mundial, un proceso de recomposición de las naciones vencidas y de conformación de las modernas sociedades de consumo comandadas por Estados Unidos.

Por Jorge Gallo

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Ese mundo tuvo su contrapartida política en el resurgimiento de las democracias, y el auge de las instituciones liberales ahora aggiornadas por la dinámica de un nuevo tipo de Estado: el de Bienestar. Surgidos al calor de la crisis del 30 y la guerra, desarrolladas a partir de las ideas keynesianas y puestas en práctica mediante las políticas roosveltianas, este estado de Bienestar se generaliza en occidente propiciando el crecimiento con inclusión social en las naciones desarrolladas y es tomado de ejemplo, con sus particularidades regionales, también en la periferia mundial.

Cuando ese modelo se agote, de acuerdo a la onda larga de crisis cíclicas del capitalismo, la burguesía abroquelada hará pagar el precio de la reconversión al proletariado organizado desarticulando al movimiento obrero en una avanzada que cambiará el tejido social hasta romperlo en sus más íntimos pliegues. Se instala el neoliberalismo.

Las primeras experiencias de desmantelamiento del Estado de Bienestar se darán en Inglaterra, su condición insular reforzará el carácter experimental del novedoso cambio, con Margaret Tathcher a la cabeza y en Estados Unidos con la presidencia de Reagan, dos gobiernos ultraconservadores que desde el 79 y durante los años ochenta cambiarán la fachada del capitalismo occidental para en los noventa exportar el modelo a la periferia.

Loach ilustrará las consecuencias de la experiencia neoliberal británica, sus personajes pertenecen a la clase trabajadora castigada por la reformas que precarizarán el trabajo de manera inédita como consecuencia de las privatizaciones, las desregulaciones y la desindustrialización.

En “Como caídos del cielo” (Raining Stones, 1993), Bob, padre de familia de 40 años, vive en un barrio obrero católico de los suburbios de Manchester, está desempleado desde hace largo tiempo y vive al día haciendo changas con su vieja camioneta, es un hombre honrado que no entiende por qué le va mal si pone empeño en trabajar todos los días desde la primera hora.

Bob no quiere renunciar a un momento idealizado de su vida, su pequeña hija está a punto de tomar la comunión y esta es la ocasión de mostrarse a sí mismo algo trascendente, su hija atravesará ese importante sacramento vistiendo un espléndido traje nuevo. A su esposa le parece un capricho tal objetivo en la situación económica en que viven.

El Padre Barry, cura de la parroquia y amigo, le ofrece un traje donado, casi nuevo y le espeta “Bob, ni aún un padre de clase media gastaría ese dinero en un traje”, Bob firme, sabe qué se juega, “ellos siempre llevan ropa nueva”. No cejará en su meta, simbólicamente es decisivo ese hecho.

La difícil situación aprieta por todos lados, le roban su camioneta. Las posibilidades de changas se estrechan desesperadamente. Recurre entonces a formar parte de una bizarra cuadrilla clandestina dedicada a robar planchas de pasto del Club del Partido Conservador para revendérselas a anteriores “víctimas”.

Pero no solucionará su problema, terminará en un prestamista sin escrúpulos que a la hora de cobrarle la deuda no dudará en amenazar a su hija y mujer. Bob, fuera de sí lo irá a buscar y sin querer provocará su muerte.

Recuperará su libreta de seguro de desempleo que el rufián le quitó a su mujer como garantía de cobro y entre esos papeles encontrará una lista de deudores, también trabajadores desocupados que sin saberlo se han librado del prestamista gracias a la providencia.

Inmediatamente Bob, acosado por la culpa y el dolor, recurrirá al Padre Barry para confesarse. Cuando decida entregarse a la policía, el Padre lo obligará a no hacerlo, le hará entender que la voluntad individual no alcanza a torcer un rumbo social, que la muerte del rufián provocará más bien que mal y que su familia lo necesita a Bob fuera de la cárcel.

En los conflictos de sus personajes proletarios, Loach privilegia una perspectiva crítica que dé cuenta del carácter histórico-social del fenómeno de la desocupación. De la causa externa que condiciona los conflictos laborales y que escapa a la comprensión de los mismos personajes pero no a la del interlocutor al que Loach apunta. Él les aclara que la prolongada y alta desocupación (y final exclusión del sistema) es una condición para que la clase dominante recupere la tasa de ganancia en tiempos del capitalismo neoliberal.

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