“Queremos al lector por opción
y no por obligación”

“El lago” es una librería de usados ubicada en pleno centro de Saavedra. Sin una gran publicidad más que el boca a boca y una atención personal de su dueña que hasta recomienda libros, este local es el preferido de muchos. Características de un negocio de barrio, donde ningún libro es igual a otro y se pueden pasar horas ojeando ejemplares.

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Por Mateo Lazcano

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En pleno centro comercial, en diagonal a la estación y a metros de dos bancos, el paisaje de Saavedra se tiñe del color amarillento de las hojas de libros gastadas por el paso del tiempo. En la esquina de Plaza y García del Río se encuentra la librería “El lago”, que con su oferta de libros usados en su gran mayoría, atrae a clientes de la zona, sin más que una modesta marquesina, una atención personalizada de su dueña y el boca a boca.

La vida para “El lago” comenzó hace décadas. “Teníamos el espacio y los libros, porque mi marido tenía una papelera. Y nos largamos”, dice Fabiola, su propietaria. Recuerda que entonces un matrimonio conocido le dio un panorama poco alentador: le dijeron que no iba a durar mucho porque “en Saavedra no hay gente que lea”. Cualquiera que pase por esta esquina, verá lo equivocada de esa apreciación.

“El lago” es una librería de usados. El 95% de sus ejemplares son ya utilizados. “Nuevos tenemos algunos y los traemos por encargo, pero nos dedicamos a los usados”, dice la dueña. Cuando se instaló, se complementaba con la clásica “Bramanti” ubicada a la vuelta, sobre Balbín, que comercializaba ejemplares nuevos. Con el reciente cambio de rubro de ésta última, aumentó la demanda de nuevos en “El lago”, aunque se va dando muy de a poco porque no se vincula con la esencia del local, explica la encargada.

“Esta es una librería familiar. Mis hijos me fueron ayudando hasta recibirse”, comenta Fabiola. En un golpe de vista, se ven juguetes desparramados en el piso y muñecas: sus propios nietos van a visitarla y pasan la tarde en el local.

“También somos una juguetería”, dice con una sana ironía. No son los únicos chicos: es común que mientras los padres eligen libros, los más pequeños se queden jugando o dibujando. O también buscando ejemplares: “el sector infantil pasó de ser de una puntita de la mesa a desbordarla. Me llena de orgullo cuando los chicos vienen a elegir libros”, comenta.

La idea de que cada libro tiene vida propia se hace de alguna forma explícita en “El lago”. “Es difícil que encontremos dos libros iguales. Salvo que sean autores muy conocidos, pero ahí pueden ser de distintas ediciones. Vos te metes en cada temática y tenes innumerables opciones”, asegura la dueña. Pero los libros tienen mucha circulación. No se encuentran aquí best seller o a las grandes editoriales. No existe la frase “está agotado”.

La librería recibe ejemplares permanentemente. “Te venden de a uno o hasta cajas enteras. La mayoría son de bibliotecas privadas, que cada uno tiene en sus casas o de instituciones. También acercan libros los cartoneros”, sostiene.

Como no hay depósito, todo lo que entra se pone en exposición. Lo hacen los hijos de la dueña que la ayudan o ella misma, al final de cada jornada. A veces, el “alquiler del espacio” de la librería dura poco. Los textos tienen mucha circulación, pudiendo ocurrir que ejemplares acercados son vendidos al día siguiente.

También el local les sirve a los escritores de la zona para vender sus obras. Ellos acercan sus libros para que se los publicite, o ponen en Internet que pueden encontrarlos aquí.

“Hay muchos escritores en Saavedra, es algo que fui descubriendo con agrado”, sostiene la propietaria. Y menciona a Juan Carlos Galtero (nombrado personalidad destacada de la cultura en la Ciudad de Buenos Aires) o Gustavo di Pace, y otros tantos “escultores, artistas, o gente amante de la literatura” que se acerca a buscar textos.

A simple vista, hay una acumulación de libros en los estantes y cajas, de distinto tamaño, color, diseño y hasta estado de conservación. Allí, en ese cúmulo de textos, es la propia dueña la que se encarga de la gran clave para el funcionamiento de esta librería: el orden.

Los ejemplares se agrupan por temáticas: comienzan los policiales, sigue el suspenso, y los de historia. En las propias estanterías incluso hay un suborden, viene Sartre, Camus, Hemingway, por ejemplo. “Nunca se toca ni se cambia. Así es mucho más fácil ubicarlo”, dice la mujer. A las pruebas se remite: no tarda quince segundos en encontrar “El coronel no tiene quien le escriba”, que le solicitó un cliente.

Pero no solo de libros vive “El lago”. También hay revistas. Las mismas acompañan las categorías antedichas. Abundan ejemplares de “El Gráfico” (“que los futboleros se llevan y cuidan como si fueran de hoy”), números de cocina y decoración, de salud, de arte y de actualidad. También ejemplares históricos y de colección.

La última incursión son los libros escolares. “Lo hacemos de boca a boca. Lo tenemos porque nuestros clientes de siempre nos lo pedían. Pero no vas a encontrar acá en marzo esas colas interminables de las librerías, porque optamos por no hacerlo masivo ni publicitarlo. Nosotros preferimos el público de todo el año. El lector por opción y no por obligación”, explica la propietaria.

La atención personalizada de Fabiola es un elemento distintivo de esta librería saavedrense. Desde su humilde rincón en la entrada del local, con un mostrador cada vez más “tomado” por los libros, ella se ríe del lugar que le asignan los clientes.

“Acá vienen, se sientan, charlamos de todo. Me preguntan “¿Qué me recomendás?”. O incluso me aconsejan a mí, me dicen “tal escritor está buenísimo, fíjate si podés conseguirlo. O te hacen la crítica del libro que se llevaron. Es muy lindo y forjamos una relación”, explica.

Agrega además que va conociendo el gusto de los clientes y sabe cuál puede llegar a gustarle. “Hay un hombre que viene y me dice “¿Cuál es la sugerencia del chef?”, dice.

“Nos gusta la atención personalizada. Vos vas a una librería comercial y los chicos que venden conocen solo lo que está en la computadora, sino no. La relación es muy impersonal así”, compara la dueña de “El lago”. En su local sucede todo lo contrario.

“Trabajo de algo que me gusta, y la paso muy bien. Me gusta esto de charlar, más en estos tiempos en que están todos con el celular, dice. Su vínculo con los libros no es nuevo: trabajaba como voluntaria en la biblioteca del colegio de sus hijos.

Los clientes son del barrio y de las zonas aledañas, como Núñez, Coghlan, Belgrano, Villa Urquiza, Vicente López o Villa Martelli. “Hay mucho ‘me recomendaron’, ‘me dijeron que vos lo tenías’. El boca a boca, que es la publicidad más efectiva. Algunas veces ha venido una clienta que me dijo que en la cola de Coto había escuchado que los de adelante hablaban de que habían conseguido el libro acá y decidió venir”, recuerda Fabiola.

“También hay mucha gente que baja del tren, pasa una vez y luego se transforma en cliente”, agrega. Dice que los que llegan, lo hacen con buena energía y que es raro ver gente de mal humor.

“Acá venir a las apuradas no tiene sentido”, asegura la dueña de “El lago”. La gente viene con tiempo, mira con cuidado, atención y dedicación libros viejos. Charla entre sí, sonríe, y recibe recomendaciones. Deja que sus hijos o nietos jueguen mientras recorre los estantes colmados de ejemplares. Parece extraño darse cuenta que esto sucede en este tiempo y en esta ciudad. Pero Fabiola, dueña de “El lago”, no duda ni un segundo en definir lo que ocurre en su local: “Esto, todavía, es barrio”.

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