Quien pueda oír, que oiga

Las madres tienen algunas características comunes que las igualan independientemente de su condición social, religiosa, nacionalidad e incluso sospecho que hasta temporal.

Hay rasgos que son inherentes a la maternidad que son iguales en una madre alemana pobre del Siglo XII, en una babilonia noble del año 1500 A.C. o en una argentina de clase media de 2018. Y aún sin saber cómo será el futuro seguramente las madres seguirán siendo iguales.

No hablo de grandes características sino, más bien, de pequeños detalles que uno puede encontrar tanto en una Yiddishe Momme como en una Mamma napolitana. En pequeñas cosas del trato diario que se repiten.

Como muestra de nuestra antojadiza aseveración expondremos la universal propensión de las madres a vaticinar desgracias a sus hijos e hijas si no hacen lo que ellas, las madres, les dicen que deben hacer o cómo deben hacerlo.

En la década del 70, durante el período de dictadura militar, cada vez que salía de mi casa, mi madre me decía “te van a meter preso”. No importaba la causa; “con ese pelo”, “así vestido”, “con esos amigos”, y terminaba “te van a meter preso”.

Hasta que un día me metieron preso.

Era enero de 1979 y yo estaba con mi amigo Alberto en Plaza Francia. Habíamos ido a visitar a otro amigo al que no encontramos y nos sentamos a tomar el fresco en las barrancas; pasó un policía, nos pidió documentos y nos pasamos más de veinticuatro horas en una comisaría rodeado de delincuentes de poca monta, levantadores de juego y borrachos.

Si alguno se pregunta cómo recuerdo la fecha, es porque ese día había aparecido flotando en el río Luján el cadáver de Elena Holmberg, diplomática de carrera del régimen de facto asesinada por el mismo régimen al que pertenecía porque iba a deschavar que Massera estaba entongado con Firmenich, Licio Gelli y Muammar Khadafi.

Cuando llegué a mi casa lo primero que me dijo mi vieja fue “yo te dije que si te juntabas con ese te iban a meter preso”.

La verdad es que yo no me acordaba de que mi vieja hubiera hecho semejante vaticinio aunque sonaba creíble; cada vez que salía de mi casa profetizaba mi detención, con la cárcel, por los motivos más variados; teniendo en cuenta la época alguna vez se le iba a dar.

El trabajo de los profetas es sencillo, se trata de decir que alguna vez, en algún momento va a pasar algo; pero sin precisar demasiado cuándo ni qué. Y habitualmente fallan cuando uno le pide el número ganador de la quiniela vespertina.

Pero no siempre fue así; hubo épocas en que el profeta y el adivino pertenecían a gremios distintos.

Si bien desde tiempos remotos profetizar es anunciar lo que va a venir, el prefijo “pro” tiene un significado anterior que es “delante” o “por delante” lo que hace que el profeta sea aquel que habla en nombre de Dios, el que pone “delante” de los hombres la palabra de Dios.

Ese, por ejemplo, es el valor que dan los musulmanes a Mahoma al darle el apelativo de “El Profeta”.

Sin embargo los profetas que predicen, dicen antes lo que va a ocurrir, no siempre son embaucadores sin escrúpulos o psicóticos que anuncian calamidades todo el tiempo (las madres en general comparten parte de estas dos características).

Se puede dar el caso de personas que posean una muy fina percepción de la realidad y de las circunstancias que les permita extrapolar, a partir de una correcta lectura del presente, las posibles derivaciones en el futuro.

Cuentan los evangelios que los discípulos le preguntaron a Jesús por qué hablaba en parábolas. Y la respuesta del Mesías fue más que interesante “les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni entienden”.

Como vemos en dos mil años las cosas no han cambiado demasiado, la gente ve y oye pero no entiende o entiende mal. Y eso no es casual.

Vivimos inmersos en una realidad la cual captamos mediatizada. Día tras día los medios de comunicación nos muestran y nos cuentan la realidad tal y como ellos quieren que la veamos. Vemos sin ver y oímos sin oír, o vemos y oímos lo que otros quieren, que en definitiva genera el mismo resultado: no entendemos.

Y si no entendemos no podemos proyectar hacia el futuro nuestro pensamiento, no podemos anticiparnos a lo que vendrá porque para eso tendríamos que tener una percepción correcta del presente

Lamentablemente el poder de quienes manejan lo que oímos y vemos es tan enorme que las perspectivas son poco optimistas.

El desafío es ver, oír y entender; algo que de haber hecho hace tres años otro gallo cantaría.

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