Lo que parecía un paseo triunfal casi se termina convirtiendo en un cierre con “photo finish”. Los más avezados analistas y el propio Mauricio Macri se sorprendieron por la escasa diferencia por la cual Horacio Rodríguez Larreta fue electo como el próximo Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires por el periodo 2015-2019.
Por Fernando Casasco
Los apenas 3,28 puntos porcentuales que separaron al candidato del PRO de su rival de ECO, Martín Lousteau, no figuraban en las previsiones de ninguno de los encuestadores: todos habían predicho diferencias de entre el 8 y el 10%. El oficialismo casi no sumó votos entre una elección y otra: apenas 30 mil sufragios. Mientras que al ex ministro de Economía lo votaron 340 mil porteños más que en la primera vuelta, una cifra similar a la que había alcanzado el candidato del Frente para la Victoria, Mariano Recalde, en ese momento (algo más de 400 mil votos)
Para colmo, el candidato opositor ganó en más comunas que el vencedor. Rodríguez Larreta retuvo, por amplio margen, la franja norte (de Retiro a Núñez), a los que se sumaron las Comunas 1, 4 y 12, mientras que fueron para Lousteau la mayor parte de la franja central y oeste de la Ciudad.
Un dato importante fue la participación electoral: descendió del 73,04% en la primera vuelta al 69,38% en el balotaje. Pesó el hecho de que la elección coincidió con el comienzo de las vacaciones de invierno. Asimismo, aumentó el voto en blanco del 1,85% al 5,07%, al que habían convocado los partidos de izquierda y al que también adscribieron muchos votantes kirchneristas, con lo que los votos positivos fueron 160 mil menos que dos semanas antes (más de un 6,2% del padrón, los que podrían haber inclinado el resultado)
Justamente, una posible explicación a los errores en los sondeos previos parece haber pasado por la posibilidad de que muchos votantes de Recalde decidieran sobre la marcha inclinarse por votar a Lousteau, pese a la decisión del FPV de no apoyar ni a uno ni a otro postulante, por considerarlos dos expresiones de la misma fuerza política.
Tecnócratas del mundo, uníos
En los festejos del domingo por la noche parecía haber más alegría en el comando de la alianza opositora que en la del oficialismo. Rodríguez Larreta se mostró sobrio y anunció su decisión de dialogar con todos los sectores de la oposición para conocer sus proyectos e ideas.
Por su parte, Lousteau, interrumpido por los cánticos de la Juventud Radical, anticipó que será una oposición “constructiva” al nuevo gobierno. Y al día siguiente anunció que votaría por Ernesto Sanz en las PASO de Cambiemos. Todo muy educado y civilizado, como corresponde entre potenciales aliados.
El acceso al gobierno de Rodríguez Larreta configura la llegada de la derecha tecnocrática a los máximos sitiales del poder político. Mauricio Macri representaba al dandy porteño en todo su esplendor, por su condición de rico y famoso, rodeado de fortuna, bellas mujeres y grandes negocios; pero también con cierta llegada a “la popular”, gracias a su gestión al frente de Boca Juniors. En cambio, Rodríguez Larreta no posee ninguna de esas “virtudes” (pese a su origen aristocrático): un sobrio técnico sin atractivos personales, con una carrera basada en cargos públicos, fundamentalmente de carácter gerencial y administrativo.
Lo que no lograron dirigentes de prosapia como Álvaro Alsogaray o representantes del establishment como Domingo Cavallo o Ricardo López Murphy, lo alcanzó este economista recibido en la UBA, pero con un master en Harvard: ganar un puesto ejecutivo gracias al voto popular.
Sin lealtades partidarias firmes (al menos en el comienzo de su carrera), fue gerente general de Anses durante el gobierno de Menem, trabajó junto a Palito Ortega en el Ministerio de Desarrollo Social en las postrimerías del menemismo, co-dirigió el PAMI y estuvo al frente de la DGI en tiempos de la Alianza y recaló como director del Instituto de Previsión Social durante la gobernación bonaerense de Carlos Ruckauf. En casi todos esos cargos sumó causas judiciales.
Ahijado de otro economista famoso en la historia política nacional, Rogelio Frigerio, este hincha de Racing de casi 50 años conformó en los 90 el think tank “Grupo Sophia”, a través del cual accedió a altos cargos políticos y se relacionó con Macri en los orígenes de su partido, Compromiso por el Cambio.
Rodríguez Larreta sumó cuadros “técnicos” (entre los que estaban María Eugenia Vidal y Marcos Peña) a un armado en el que se conjugaban políticos de distintos procederes y amigos personales del por entonces presidente de Boca. Fue compañero de fórmula y jefe de campaña en la elección que Macri perdió con Aníbal Ibarra en 2003; y a partir de 2007 lo acompañó como Jefe de Gabinete y verdadera mano derecha en la administración cotidiana de la Ciudad, desde donde manejó una abultada caja de recursos.
Fue el decisivo apoyo del mandamás del PRO el que lo colocó de cara al desafío mayor de su carrera. Si pensó que triunfar en las PASO de su partido frente a la carismática Gabriela Michetti era su mayor reto, los resultados del pasado 19 de julio lo deben haber dejado pensando en un viejo apotegma que asegura que no hay que vender el pescado antes de pescarlo.
Ahora confirmado al frente del Gobierno de la Ciudad, su prioridad pasará por la “continuidad” de la gestión de Mauricio Macri. Algunas de las prioridades de su gestión pasarán por reclamar el traspaso de la Policía Federal; la construcción del Metrobus transversal (que reemplazará la proyectada línea I del subte, entre Villa Crespo y Pompeya); duplicar los espacios públicos con Wi-Fi; y mejorar la “calidad educativa”.
Entre los posibles cambios de nombres, se incluye el de María Eugenia Vidal como probable Jefa de Gabinete; el ascenso de Guillermo Dietrich a ministro de Transporte; el arribo de Cristian Ritondo al Ministerio de Gobierno; y la probable salida de algunos ministros “michettistas” como Daniel Chaín de Desarrollo Urbano y Hernán Lombardi de Cultura. Pero todas las discusiones sobre la gestión quedarán por el momento relegadas a la definición principal.
El premio mayor
Pese al triunfo de Rodríguez Larreta, el resultado de las elecciones porteñas no fue el esperado por Mauricio Macri en plena campaña para las PASO presidenciales de este 9 de agosto. El jefe del PRO esperaba un triunfo resonante que le sirviera de sólido plafón como líder nacional, tras la (inesperada) derrota de Miguel del Sel en la provincia de Santa Fe o el segundo puesto que ocupó la alianza de su partido con el radicalismo y el juecismo en Córdoba.
Dado que el ambiente no daba para un festejo “a todo trapo”, el actual Jefe de Gobierno brindó un discurso como candidato que sorprendió a propios y extraños: se presentó como un dirigente componedor y afirmó que, de llegar a la Presidencia de la Nación, continuará las líneas generales del proyecto político kirchnerista.
Así, prometió mantener en manos estatales los recursos de los jubilados, la mayoría accionaria en YPF o Aerolíneas Argentinas, u otras medidas que su propio partido votó en contra.
En el colmo de su nuevo perfil “populista”, Macri prometió asegurar por ley el cobro de la Asignación Universal por Hijo, sin percatarse que apenas cinco días antes el Congreso había ya aprobado una norma en dicho sentido.
“Estos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros”: la máxima de Groucho Marx continúa vigente en la política porteña y nacional. Algunas revelaciones posteriores sobre los consejos que el consultor estrella del PRO Jaime Durán Barba les da a los dirigentes del partido, refrescan también la frase del ex presidente Carlos Menem:
“Si hubiera dicho en campaña lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.
Perseguido por sus propios fantasmas y acosado por el “círculo rojo”, el único objetivo de Macri parece ser sumar a como de lugar de aquí a octubre, para intentar que su sueño se haga realidad.