La violencia en el superclásico y la renuncia de Ocampo
Un estallido de violencia. Una final fallida entre dos rivales superclásicos. Un ministro que debe abandonar su cargo. Una interna oficialista que nadie sabe hasta dónde puede llegar.
Por Fernando Casasco
Lo que debería haber sido una fiesta inédita para una de las ciudades más futboleras del mundo, se transformó en una pesadilla con inesperados ribetes políticos. Y una trama en la que barras, policías, dirigentes del fútbol y funcionarios políticos se entremezclan en una connivencia que no deja demasiado lugar al optimismo.
En la previa del superclásico entre River y Boca por la final de la Copa Libertadores, el gobierno nacional cometió varios fallidos. El presidente Mauricio Macri dijo que el superclásico se iba a jugar con público visitante, pero fue desautorizado en cuestión de horas por los presidentes de ambos clubes. Por su parte, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, aseguró que “si vamos a tener un G20, lo de Boca – River es un tema bastante menor”.
Los hechos los desmintieron: antes de llegar al Monumental para el partido revancha, el 24 de noviembre, el micro que conducía al plantel del club de la Ribera fue apedreado por decenas de hinchas con camisetas de River, en la esquina de Avenida del Libertador y Lidoro Quinteros. Las fuerzas de seguridad dispuestas en la zona se vieron superadas en número y en energía por los exaltados – la mayoría de los cuales no tenía ticket para ingresar al estadio – y se desató el pandemonium.
A partir de allí se sucedieron largas horas en las que más de 60 mil fanáticos esperaron pacientemente la definición de si el partido se jugaba o no. Y tras la suspensión, las acusaciones cruzadas: “fue un grupo de inadaptados, el club no tiene nada que ver”, se escudaron desde River; “hay connivencia de los dirigentes con la barra brava”, retrucaron otros. “Hubo una zona liberada”, apuntaron los más observadores.
Hasta el cierre de esta nota (lunes 3 de diciembre) nadie dio una explicación certera sobre lo sucedido y quedaron muchas dudas: ¿Cuál fue la relación entre los incidentes y la detención de uno de los jefes de “Los borrachos del tablón” pocas horas antes?
¿Por qué no hubo un vallado de seguridad en el camino ya dispuesto para el equipo visitante, como ocurrió en otras ocasiones? ¿Quiénes debían actuar en cada anillo de seguridad y por qué hubo dudas sobre si correspondía a la Policía de la Ciudad o a la Prefectura Naval (dependiente del gobierno nacional) despejar la zona donde se produjeron los incidentes?
Tras un fin de semana de furia, en el que hubo dardos envenenados entre Nación y Ciudad, el jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta terminó admitiendo la responsabilidad porteña en el operativo de seguridad del Superclásico. Primó la intención de no horadar aún más la imagen presidencial a apenas una semana de concretarse la cumbre del Grupo de los 20 en Buenos Aires.
Pero, rápido de reflejos, el jefe comunal traspasó la responsabilidad a su ministro de Justicia y Seguridad, Martín Ocampo, que debió dejar su cargo. El funcionario aseguró que tras los hechos de Núñez “se le estaba pidiendo un gesto” a Rodríguez Larreta y aceptó el “sacrificio” de su figura: “El jefe de Gobierno lo entendió, le dije que lo mejor era dar un paso al costado, porque yo era el responsable político de lo que pasó el sábado”, admitió. Su cartera será ocupada por el vicejefe de Gobierno, Diego Santilli.
Ocampo no era un ministro más del gabinete de Rodríguez Larreta. Contaba con el padrinazgo del poderoso presidente de Boca y operador oficialista ante la Justicia, Daniel Angelici. Es paradójico: el funcionario que llamaba “hermano” a su mentor y referente político (Ocampo es padrino del hijo de Angelici) debe abandonar el cargo justamente por el ataque que sufrió el equipo de fútbol del club al que el “Tano” conduce.
Los lazos entre el macrismo y Boca rozan el límite de la promiscuidad. De la gestión “xeneize” de Macri formaron parte varios funcionarios del actual gobierno nacional, como el vicejefe de gabinete Andrés Ibarra. También tuvieron su lugar en la Comisión Directiva hombres fuertes de la Legislatura, como Oscar Moscariello o Enzo Pagani.
Actualmente se señala a Cristian Gribaudo, ex legislador del Pro y actual presidente del Instituto de Previsión Social bonaerense, como “delfín” de Angelici para sucederlo al frente de la entidad. Otro de los dirigentes al que se vio muy activo en las horas posteriores al ataque sufrido por el plantel fue Darío Richarte, quien fuera el número dos de la SIDE en la época de las coimas al Senado, durante el gobierno de Fernando de la Rúa.
Volviendo a Ocampo, comenzó a hacerse conocido en política como presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales de la Legislatura porteña. Allí su calva y pequeña figura se agigantó a los ojos de los dirigentes del PRO, cuando en 2010 le tocó defender a capa y espada al por entonces jefe de Gobierno, Mauricio Macri, en la comisión que lo investigaba por su participación en la causa del espionaje ilegal. También fue uno de los impulsores de la nueva ley de Consejo de la Magistratura, que otorgó al oficialismo amplios poderes para designar jueces y para acusarlos o removerlos.
Como premio a los servicios prestados le llegó su designación como Procurador General de la Ciudad, cuando el actual ministro de Justicia de la Nación, Germán Garavano, dejó vacante el cargo. Todo el mundo vio la mano de su compadre Angelici detrás del nombramiento.
Curiosidades del “republicanismo”: los dirigentes del PRO que criticaban el supuesto partidismo político de la procuradora de la Nación, Alejandra Gils Carbó, y por la que buscaban su destitución, no tuvieron ningún empacho en nombrar como jefe de los fiscales en la Ciudad a un legislador de su propio partido.
Como ministro de Justicia y Seguridad de la Ciudad, Ocampo fue la cara visible del traspaso de los efectivos de comisarías porteñas de la Policía Federal a la flamante Policía de la Ciudad. El cambio de jurisdicción distó de ser un trámite. En abril de este año fue detenido su primer jefe, José Pedro Potocar, acusado de liderar una asociación ilícita. En tanto, su sucesor Carlos Kevorkian también presentó su renuncia en agosto, alegando “motivos personales”. Pero detrás de ellos, muchos señalan los problemas que ha generado el traspaso: lejos de la agenda mediática, en varias ocasiones uniformados de la Policía de la Ciudad se manifestaron en oficinas gubernamentales para reclamar su reincorporación a la Federal.
Además, Ocampo sumó enfrentamientos con Bullrich, mujer fuerte en el gobierno de Macri. Desde el inicio de la gestión de Rodríguez Larreta fue intensa la interna entre Nación y Ciudad por el enfoque que se le daba a la seguridad ciudadana y por el reclamo desde la Casa Rosada para que las autoridades porteñas fueran más vehementes en la represión de piquetes y protestas callejeras. Para colmo, las estadísticas sobre delitos tampoco disminuyeron.
Con la salida del radical Ocampo, se da una situación curiosa: bajo gobiernos de una fuerza no peronista en la Nación, Ciudad y Provincia de Buenos Aires, las áreas de seguridad de los tres distritos quedarán a cargo de dirigentes que compartieron militancia en el Partido Justicialista: Patricia Bullrich, Diego Santilli y Cristian Ritondo, respectivamente. Al “Colorado” lo seguirá acompañando Marcelo D’Alessandro como secretario de Seguridad.
En su nuevo cargo, Santilli (con ambiciones políticas de más largo alcance que su antecesor) promete una línea más directa con su par nacional y admite la necesidad de “recuperar el orden”, como si no formara parte del gobierno que ocupa el poder en la Ciudad hace casi once años. Lo más probable, tras estas afirmaciones, es que los platos rotos por el desborde de la violencia en el fútbol lo terminen pagando los que protesten contra el gobierno y las políticas que provocan un constante deterioro social en la población.
Tras la militarización de la ciudad para el G20 y la autorización a las fuerzas federales a disparar a sospechosos y sin dar voz de alto, la mano dura parece imponerse en la doctrina del macrismo a nivel nacional. ¿La ciudad seguirá el mismo camino?