Todos, todas, todes miran a Sergio

Sergio Massa
Logo El Barrio PueyrredónCon su arribo al gabinete, Massa es la figura del momento en la escena política nacional. De su éxito o su fracaso dependen en gran medida las expectativas de continuidad del gobierno. Los amores y odios que suscita en oficialismo y oposición.

Por Fernando Casasco

De Moria Casán a Luis D’Elía. De los empresarios Daniel Vila, José Luis Manzano, Francisco De Narváez y Marcelo Mindlin al Pipo Gorosito. Del banquero y presidente de River Jorge Brito al gremialista de Camioneros y dirigente de Independiente Pablo Moyano. Pasando por gobernadores, legisladores, intendentes y dirigentes de todas las vertientes del Frente de Todos. Nadie quiso quedarse afuera de la asunción de Sergio Massa como “empoderado” ministro de Economía, en una ceremonia que parecía algo más que un simple relevo en el gabinete nacional.

El líder del Frente Renovador sabe que tiene puesta sobre su figura la luz de todos los reflectores de la política y la economía. En cierto sentido, se sabe, él lo disfruta. Pero ahora es el momento en que debe dar cuenta que es algo más que un dirigente con buena cintura, un hábil declarante o un “buen gestionador”.

El tembladeral que dejó en el gobierno la renuncia intempestiva de Martín Guzmán al Ministerio de Economía aún está lejos de aplacarse. Fueron semanas de discusiones internas acerca del camino a seguir, de tiras y aflojes entre el Presidente Alberto Fernández, la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner y el propio Massa, acerca de proyectos y nombres que los encarnen.

En el medio fueron barridos algunos funcionarios y funcionarias que casi no pudieron hacer pie en la gestión. Silvina Batakis fue corrida pocas semanas después de su asunción. Otros dirigentes con más espalda también debieron dar un paso al costado: Daniel Scioli en Desarrollo Productivo y Julián Domínguez en Agricultura.

Ahora las tres áreas unificadas serán comandadas por Massa. El mote de “superministro” que se le intentó endilgar suena exagerado. Aún así, en un gobierno con demasiados compartimentos estancos y – en varios casos – una inacción rayana con la ausencia de gestión, Massa reúne ahora un poder de fuego nada desdeñable. ¿Alcanzará para que el gobierno reencauce la economía y permita al oficialismo tener un horizonte en 2023? Es la gran pregunta que a esta altura se hacen oficialistas, opositores, empresarios, gremialistas y cualquier ciudadano o ciudadana de a pie.

El ministro se propuso como metas más cercanas frenar la corrida cambiaria, fortalecer las reservas del Banco Central, recortar el déficit fiscal, aumentar las tarifas de servicios públicos y contener paulatinamente el estallido inflacionario. Las medidas en general implican una salida de corte ortodoxo, con un fuerte ajuste de las cuentas públicas.

El kirchnerismo, que discutió públicamente el enfoque fiscalista del ex ministro Guzmán, ahora parece avalar el impulsado por Massa. En el Instituto Patria esperan que la cintura política del ministro evite que el “hachazo” a las cuentas públicas implique un nuevo golpe a los bolsillos. En ese sentido, se aguardan medidas de alivio para salarios, jubilaciones y asignaciones sociales. Por otra parte, el anuncio del ministro de mayores controles a empresas de comercio exterior sonó como música a los oídos de una Cristina que había denunciado meses atrás “un festival de importaciones”.

También parece haber prendido en los distintos sectores de la coalición gobernante la convicción de que, por acción u omisión, por factores internos y externos, el margen de maniobra se acotó al mínimo. Y que la necesidad de aplicar un shock estabilizador no solo se torna imperiosa, sino que es el único camino posible.

Y mañana serán candidatos

Salga como salga la experiencia de Massa, las consecuencias políticas de la movida son evidentes. Hacia adentro del Frente de Todos es claro – y el kirchnerismo parece aceptarlo – que de tener éxito la política que lleve adelante el ministro, saldrá fortalecido y erigido como potencial candidato presidencial en 2023. Un puesto para el que – con un Alberto Fernández deshilachado en su propia coalición y una Cristina Fernández de Kirchner acosada por causas judiciales – no sobran nombres. En caso de que la apuesta de Massa no tenga el resultado deseado, nadie se atreve a avizorar el futuro.

Pero las consecuencias son algo más tortuosas para la oposición. Sobre todo, para un nombre particular, para quien Massa dista mucho de ser un desconocido: el jefe de gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta.

El mandatario local es amigo personal de Massa desde hace más de dos décadas. Después de sus pasos juveniles por el desarrollismo y la juventud liberal respectivamente, ambos se conocieron a fines de los 90 cuando integraban el armado político de Ramón “Palito” Ortega.

En ese grupo también destacaban otros jóvenes que luego ganarían notoriedad como Jorge Capitanich o Diego Santilli.
Luego los caminos políticos se bifurcaron: mientras Massa obtuvo una banca de diputado provincial, para en 2002, de la mano de Duhalde, pegar el salto a la Anses, Rodríguez Larreta fue el representante del PJ en la conducción delarruísta del PAMI y finalmente quien aportó los cuadros técnicos al lanzamiento político de Mauricio Macri. El resto es historia más conocida.

Pero la amistad perduró, al punto que ninguno de los dos hace públicas críticas al otro. Ahora el brete más duro para ambos es que su base de sustentación electoral es prácticamente la misma. Ambos le hablan a los sectores medios que reconocieron la bonanza económica del primer kirchnerismo, pero se volvieron refractarios ante las denuncias de corrupción y la “radicalización” del gobierno de Cristina; y que al mismo tiempo se desilusionaron con el fracaso apoteósico del macrismo.

Mientras que Macri se recluyó en el núcleo duro anti-kirchnerista para continuar con expectativas políticas, Rodríguez Larreta sabe que necesita de esos sectores desencantados, de centro e incluso de peronistas moderados. Lo mismo, desde el otro lado, planea Massa: contener al kirchnerismo, el peronismo de los gobernadores y los intendentes del conurbano; reafirmar sus alianzas con banqueros y empresarios mediáticos y su más que buena relación con la embajada de EEUU; pero también ir en busca de lo que él mismo denominó “la ancha avenida del medio”, que por momentos en la Argentina se convierte en un desfiladero angosto y oscuro.

Consultado por la designación de su amigo, el jefe de gobierno mantuvo su postura confrontativa con el oficialismo, pero sin meterse en cuestiones personales: “Es un gobierno que no ha mostrado vocación de consenso y diálogo. Y eso no cambia porque cambie un funcionario, por más relevante que sea. No creo en los cambios de personas”, remarcó. La postura en el larretismo pendula entre el optimismo por la posibilidad de que el gobierno haga un ajuste que les allane el camino en 2023 y la preocupación por la posibilidad de que emerja un rival electoral de fuste.

Otro que tiene buena relación con Massa es el presidente de la UCR, Gerardo Morales. El líder del Frente Renovador apoyó su elección como gobernador de Jujuy en 2015 y ambos planearon una alianza nacional antes de que el radicalismo se decidiera por la coalición con Macri. Massa es de los pocos dirigentes del Frente de Todos que no condenaron el encarcelamiento de la líder social Milagro Sala. El mandatario de Jujuy reconoció que la designación de Massa es “una oportunidad” y lo calificó como “la bala de plata que está gastando el gobierno”.

Si Kirchner llamaba al nuevo ministro de Economía “Massita” y luego “Rendito” (por su diálogo fluido con Jorge Rendo, lugarteniente de Héctor Magnetto en Clarín), Macri lo apodó “Ventajita”. Ambos reconocieron a su turno la habilidad de Massa y su carácter escurridizo, pero ninguno de los dos lo consideraban de fiar. Otro enemigo del funcionario es el papa Francisco, quien nunca lo recibió en el Vaticano, aún receloso por los planes que en su momento tuvo Massa, junto a la derecha eclesiástica, para “jubilarlo” cuando aún era cardenal primado de Buenos Aires.

Mientras que el kirchnerismo moderó las críticas a la figura de Massa y lo que representa por pragmatismo político, la línea dura del macrismo hoy se ve reflejada tanto en el ex presidente como en la dirigente que mejor expresa su actual pensamiento, Patricia Bullrich.

“Yo no soy amiga de Massa como otros en Juntos por el Cambio”, se despachó la presidenta del PRO, en un misil teledirigido a Rodríguez Larreta y Morales. La dirigente, que acumula más cambios de camisetas partidarias que el titular de Hacienda, lo calificó como “una persona en la que no se puede confiar”.

El tablero está presentado. Le toca mover a Massa. Sabe que el resto de los jugadores tiene que estar muy atento a sus siguientes jugadas, que pueden ser decisivas.

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