En estas seis manzanas de la Ciudad, las calles y avenidas de Villa Santa Rita se reducen a encantadores pasajes y angostos pasillos decorados por canteros, jardines y vistosas fachadas de casas de dos plantas levantadas hace un siglo.
Por Cristian Sirouyan
Aunque permanezcan al margen de los pasos sugeridos por los folletos turísticos, seis manzanas recortadas en las entrañas de un barrio porteño son suficientes para captar la atención incluso de los paseantes más distraidos. Es que, lejos de apegarse a un criterio uniforme, la ciudad fue concebida con una diversidad de estilos tal que una mínima porción del ejido urbano que rompa el molde es suficiente para vislumbrar la agradable atmósfera de una nota discordante y hacer un alto.
Entre esos rincones únicos que agitan la curiosidad se inscribe el conjunto de viviendas de Nazca, el barrio de dimensiones reducidas que aporta su saludable dosis de verde, tranquilidad y ritmo por demás sosegado a Villa Santa Rita.
Aquí, dentro de la figura rectangular que trazan las calles Juan Agustín García y Cuenca con las avenidas Nazca y Álvarez Jonte, todo parece aquietarse a merced de 24 pasajes que reducen las manzanas a su mínima expresión. Algunas de esas calles estrechas no recorren más de una o dos cuadras, una distancia suficiente para caminar deleitando la vista con las postales de un llamativo paisaje bucólico, mientras el aire se llena de trinos agudos y fragancias naturales despedidas por macetas, enredaderas trepadas a fachadas y canteros desbordados de flores. Casas de dos plantas teñidas de colores pastel hacen su módico aporte para seducir a los visitantes.
Nazca surgió como un conjunto de viviendas populares creadas por la empresa francesa Compañía de Construcciones Modernas en distintas zonas de la ciudad que se expandía aceleradamente a principios del siglo XX. Carecía de nombre oficial en 1928, cuando fue inaugurado, aunque los propios vecinos lo identificaban como Obras Sanitarias. El lugar de pertenencia de los primeros pobladores terminó de afianzarse poco después, con la apertura de los históricos mercados Renacimiento (en Juan Agustín García 2902) y Grondona, en García al 3300.
Ese incipiente desarrollo, al que se sumó en 1940 la Biblioteca Pública Rafael Obligado -invalorable bastión de la cultura local-, dejó decididamente atrás el desolado paisaje rural que asomaba durante el siglo XIX, la lejana época en que la zona estaba copada por los campos de la chacra de María Josefa Ramos de Garmendia.
Desde sus primeros cimientos, el barrio Nazca fue erigido como un punto medio entre los barrios elegantes de la ciudad y el corredor de quintas que se ampliaba hacia el oeste porteño. Hoy, ya definitivamente enclavado entre las intimidantes moles de hormigón que parecen acechar su discreta fisonomía -como una torre de veinte pisos levantada en la avenida Nazca, apenas por fuera de sus límites-, el barrio Nazca invita a descubrir a pie la atmósfera de inspiración poética que se respira en las angostas trazas de La Calandria, Chimborazo, El Delta, El Ñandú, El Litoral, La Comuna, El Domador, Los Andes, El Peregrino y La Gaceta de Buenos Aires, vías directas para distenderse y dar rienda a la imaginación.
El lugar central que ocupa la biblioteca Rafael Obligado en el barrio se vio reflejado por la persistente lucha que sostuvieron los vecinos por su reapertura, después de que el Gobierno de la Ciudad decidiera su cierre en marzo de 2020 como medida preventiva por la pandemia y extendiera la clausura provisoria -y las obras de recuperación edilicia prometidas por las autoridades- hasta el 23 de junio de 2023.
La comunidad respondió con un abrazo simbólico a la sede (ubicada en el pasaje Crainqueville 2233) y una campaña de recolección de firmas, hasta que logró su objetivo. La gente volvió a tener acceso a la colección de casi 2 mil libros, talleres didácticos y propuestas culturales. Con ello, todo el barrio Nazca pareció haber recibido el impulso decisivo que necesitaba para recuperar su vida plena, abierto a sus pobladores y sus huéspedes.
Imperdible
La característica fisonomía del barrio Nazca tiene continuidad a media cuadra de uno de sus bordes, entre Cuenca y Campana, donde se alarga la escasa media cuadra del pasaje Julio Dantas, un histórico callejón que todavía ostenta su adoquinado y nivel originales. La calle angosta contrasta con las veredas, suficientemente anchas como para que los maceteros desbordados de plantas no impidan los pasos de los peatones.
Dantas nace del lado izquierdo de Cuenca 2102 con una rampa ascendente protegida por una baranda metálica, entre paredes decoradas con murales y construcciones de una planta, entre las que se destaca una escuela pública. El pasaje (cuyo nombre homenajea a un teniente y diputado provincial nacido en Buenos Aires en 1847, héroe de la Guerra del Paraguay) termina en una suave pendiente con otra rampa y una escalinata enfrente.
Pero hay más: a pasos de Dantas, Guillermo Granville -un capitán inglés alistado al servicio del almirante Guillermo Brown- da nombre a la primera peatonal de Sudamérica, que en 1930 era mejor conocida como Pasaje La Puñalada. Aquí se mantienen en pie faroles con reminiscencias tangueras, glorietas, canteros con plantas, paredes recubiertas con obras de arte urbano y tramos adoquinados sin veredas.
Fuente: www.ebcprensacooperativa.net.ar
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