Ni “Eso”, ni “La cosa”, ni “Andrés”, ni “Estoy en esos días”, ni “indispuesta”: Menstruación.
Por Mariana Vaccaro
Suele aparecer como sujeto tácito cada vez que se nombra y durante mucho tiempo fue así, incluso en la actualidad. Líquidos azules que salen de probetas y palabras que la esquivan desde los lugares más negativos: es una mancha, una filtración, un derrame, son dolores, son días que no estás para… y casi nunca es lo que es: menstruación.
La posibilidad de dar un giro sobre las representaciones de nuestros propios cuerpos, nuestra soberanía corporal, y reconocerlo positivamente, hace que hoy se ponga en cuestión la relación que tenemos y la que deseamos tener con nosotras mismas.
Y llegado a este punto, no se puede evitar pasar por los ciclos naturales que nos conectan con el estar vivas y la posibilidad de generar vida. ¿Qué tiene de malo menstruar? ¿Por qué hay que disimular “que estás en esos días”? ¿Indispuesta para qué? ¿Por qué no se puede nombrar? ¿Por qué hay que disfrazarlo de algo tan artificial, acaso corre por nuestras venas algún fluido azul?
La herencia de madres y abuelas, que muchas veces desde la desinformación y vergüenza educaron para vivir esos cuatro días de sangrado como los peores del mes, se puede transformar.
De esta resignificación nos habla una mujer emprendedora, que desde su experiencia personal buscó y encontró el poder de revisar una vivencia tan esencial como la vida de la humanidad.
Luciana Paula Comes trabajaba en el área de publicidad en España cuando decidió buscar… “Todo parte de una búsqueda personal de estar más feliz y de sentirme mejor. Si bien yo vivía en Europa y, podríamos decir que era muy exitosa, en el fondo no estaba conectada con mis emociones, con lo que yo sentía. Ahí empezó mi búsqueda espiritual. Yo estaba en crisis, a pesar de que mi vida era muy exitosa a nivel económico y social. Ese fue el puntapié inicial. Y ahí fue cuando descubrí la copa (menstrual) en España, me la acercó una amiga y me dijo ´mira, existe esto’”.
Este dispositivo hecho de silicona se coloca en la vagina y se utiliza para contener el flujo menstrual. Como la sangre no entra en contacto con el oxígeno – como sucede con las toallitas, que absorben la sangre fuera del cuerpo – no se oxida, no se descompone y no desprende olores.
Cambiar un hábito relacionado a la sexualidad y corporalidad implica también un cambio de perspectiva. “Poder empezar a sentir la menstruación, esos cuatro días que en vez de que sean un problema se conviertan en algo natural.
El proceso de las mujeres en los 28 días del ciclo tiene una razón de ser. A mí me trajo esa conciencia la copa y sé que muchas mujeres cuando la empiezan a usar les trae distinta información. Se empiezan a hacer preguntas, empiezan a investigar. La copa es la excusa que nos lleva a preguntarnos qué sentimos y cómo sentimos. Me di cuenta de cosas que antes ni registraba, en definitiva, es eso la copa. Como cuando leés un buen libro que te da información que vos sentís que te aporta algo y podés, a partir de eso, transformar tu vida. Yo sentí que esto lo tenían que conocer las mujeres argentinas”, relata Luciana, quien en 2011 creó la primera copa menstrual en el país, Maggacup, junto a Clarisa Perullini. Y aunque 6 años después vendió la empresa, su mirada sobre el desarrollo de proyectos vinculados al cuidado hacia uno mismo, la comunidad y el planeta sigue vigente.
En este sentido, Luciana resalta su experiencia personal, que tiene mucho de lo social: “Para mí hay otro cambio en un plano más profundo que tiene que ver con el uso de la copa que es la resignificación de la vivencia de la menstruación. Yo creo que ese es el cambio: a mí lo que me estaba condicionando y me estaba haciendo tener una percepción mía negativa era no sólo la construcción cultural en torno al ciclo, también los productos que yo estaba usando porque no me permitían relacionarme con mi ciclo de forma respetable y amorosa”.
Sobrevuela la idea de que los días en los que menstruás son un problema. “Yo lo vivía así, yo sufría. Yo menstrúo desde los 10 años y para mí era un rollo enorme. Mi mamá no supo cómo explicarme, qué decirme, me veía tan chiquita, entonces no me dijo mucho”, narra Luciana quien escuchó muchas historias de mujeres que le contaban sobre este tema tan íntimo que pareciera no tener conexión con lo social, aunque nuestra forma de pensarla esté totalmente atravesada por mandatos y tabúes culturales, que están antes de que existiéramos.
“Muchas veces somos nosotras mismas, las mujeres, las que queremos invisibilizar el proceso natural”, resalta Luciana y advierte que cada una tiene sus tiempos y la libertad de elegir, subrayando que lo importante en este sentido es poder tener acceso a la información.
La copa menstrual existe desde el siglo pasado
Este recurso del que poco escuchamos hablar y era inaccesible en el país hasta no hace mucho, no es un invento nuevo. Si bien hay registros de modelos hechos durante varias décadas antes, la primera copa menstrual en patentarse fue la que registró la estadounidense Leona W. Chalmers en la década de 1930: un recipiente fabricado con caucho vulcanizado. Durante los ´80 se fabricó en látex y actualmente es de silicona.
Su material, a diferencia de tampones y toallitas, la hace reutilizable y ecológica. Según Economía Feminita, se calcula que hay alrededor de 10 millones de personas que menstrúan en la Argentina. Para fabricar las toallitas y los tampones que necesitan estas 10 millones de personas, se utilizarán 10.140 toneladas de pasta fluff proveniente del desmonte de selva nativa.
Productos de gestión menstrual, una cuestión política y económica
En varios países hay campañas para quitar el impuesto a los productos de gestión menstrual. Las personas que menstrúan en Argentina pagan estos productos como si no se trataran de artículos de primera necesidad relacionados tanto a la salud como a la educación. Economía Feminita lleva adelante una campaña llamada MenstrAcción donde informa que “Quienes no los tengan (productos de gestión menstrual), faltarán más a la escuela y serán más propensos a infecciones por utilizar métodos poco sanitarios”.
Entonces, aunque aún siga siendo un tema tabú, vale la pena hablar sobre esto para: por un lado, desestigmatizar al ciclo, vivirlo sin padecerlo y, por otro, darle la dimensión social que tiene, ser mujer implica mayor vulnerabilidad en el acceso a la educación y a la salud, por lo tanto debe ser una cuestión de Estado.