Yo te creo, el amor no duele

Se reúnen todos los jueves en la plaza de Villa Pueyrredón. Son mujeres y disidentes que se autoconvocan para visibilizar sus propias historias, buscar contención y luchar contra el patriarcado. Relato de un día en la plaza.

“Mujer si te han crecido las ideas | de ti van a decir cosas muy feas | que no eres buena, que si tal cosa | que cuando callas te ves mucho más hermosa | Mujer, espiga abierta entre pañales | cadena de eslabones ancestrales | ovario fuerte, di lo que vales | la vida empieza donde todos son iguales” (Amparo Ochoa)


Por Agustina Cavalanti

Ella fue violada cuando tenía doce años y lo contó recién a los 60. “Había un tipo esperándome con un cuchillo en la escalera de un PH”, dice con gestos nerviosos. Por momentos le temblequea la voz, aunque denota ser una mujer fuerte y libre. “Siempre lo negué porque tenía miedo de que mi madre me rete si contaba lo que me había pasado”. Lucía de Villa Pueyrredón (como quiere llamarse) sufrió violencia física y psicológica dos veces más después del abuso.

Lucía quería morirse. Había perdido el trabajo y se había convertido en alcohólica. Incluso intentaron internarla después de haberla encontrado tirada en la calle, alcoholizada. “Mi expareja hizo que me separara de mis hijas, de mis amigos. Cada día me hundía más, cada día decía “de esto no salgo”. El que me podía salvar era él, mi único sostén, no tenía a nadie. Miraba para atrás y creía que no podía volver”.

Sin embargo, está allí, sentada en el banco de la plaza, reviviendo su historia. Reconociendo su pasado. “Sufrí violencia física, incluso delante de amigos. Nunca recibí contención, pero logré salir gracias a que la vida me cruzó con dos personas desconocidas que lo único que hicieron fue mirarme a los ojos y decirme sos una buena persona, cómo estás sufriendo. Sin saber nada de lo que me estaba sucediendo”.

A hora Lucía está en pareja, después de tres años de terapia. “No soy otra persona pero soy la que debería haber sido. Siento que tengo que disfrutar de la vida, que son cosas tan simples. Siempre me pregunté ¿por qué me tocó a mí? Pero salí, recuperé a mi familia y empecé a dar talleres literarios. Una mujer que sufrió muchos años de maltrato está mal, y lo que se puede hacer es abrazar, entre nosotras darnos afecto sin decir nada. Una red de contención es fundamental, porque el Gobierno es cómplice de todo esto, no basta con llamar por teléfono. En la Asamblea hay sororidad, empatía y afecto: No importa lo que te esté pasando, estamos con vos”.

Mujeres y disidentes se autoconvocan todos los jueves a las 18.30 horas en la plaza de Obispo San Alberto y Bolivia, en Villa Pueyrredón. Sin banderas políticas generan un espacio abierto, de encuentro, contención, de respuesta social y fuerza popular contra el patriarcado en todas sus formas.

“La Asamblea surgió de boca en boca, porque nos están matando, porque cada vez somos más las víctimas. Nuestro principal objetivo es generar redes de contención. Nace en el barrio porque es nuestro lugar de identidad, de pertenencia, porque nos conocemos de hace muchos años”, cuenta Alejandra mientras dibuja un puño en un pedazo de tela.

Otro día agobiante. Hace 41 grados y es tan alta la humedad que duelen los huesos, como duele caminar por las siluetas pintadas en el corredor de la plaza. Cada una lleva el nombre de las mujeres asesinadas en enero de 2019. Cada jueves a fin de mes pintarán las que faltan. Genera escalofríos.

“Y pocos llevan registro de los femicidios villeros y los travesticidios, de manera que la lista es aún más larga. Villa Pueyrredón es el barrio que estadísticamente tiene menos violencia, pero existe. Yo creo que la violencia no se conoce, se oculta más en la clase media que en las clases bajas. Y juntarnos nos hace más fuertes”, aclara Alejandra y ceba un mate. Hay cerca de 20 mujeres y disidentes en la plaza.

Recuerda Natalia que cada vez que le pegaba, le pedía perdón. Tiene 38 años y una hija de 9. Él la llamó puta, negra de mierda y conventillera sólo por bailar en la murga de Villa Pueyrredón. “Era una persona celosa, manipuladora; me psicopateaba. Era tal el desprecio que me tenía que llegué a sentirme que era lo peor de lo peor, y la violencia física había pasado a un segundo plano”, relata con voz fuerte y firme. Su hija también está ahí con ella, en el corredor de la plaza, pintando un corazón verde, sonriendo para la foto.

Nunca pudo hacer la denuncia, aunque un día creyó que la mataba. “Era levantarme y no saber cómo iba a reaccionar el tipo. Tuve miedo. Empezó a pegarle piñas a la almohada, yo temblaba, me reboleaba cosas, mi hija dormía en la otra habitación. Ese día desperté, busqué ayuda y me dejé ayudar”, cuenta Natalia sin miedo, liberada.

“Participo de esta Asamblea porque tengo una hija y no veo otro camino posible que esta lucha, que estemos acá, sobre todo cuando las políticas públicas no se ajustan a las necesidades nuestras. Logré empoderarme, fortalecerme, y quererme para poder salir”, dice y rellena con pintura de color las letras escritas en una bandera, la misma que dibujó Alejandra. La bandera con la que movilizarán a Plaza de Mayo el 8 de marzo.

Ocho de marzo, día internacional de la mujer trabajadora. Ese día en el que año a año, miles de mujeres, hombres y disidentes se movilizan juntos como forma de lucha por la igualdad de derechos. “Vamos a marchar todes juntes como asamblea barrial”, indica Alejandra, quien ahora está sentada al lado de un violentómetro (como lo llaman en la Asamblea), una especie de termómetro que mide y visibiliza las relaciones violentas, desde el chantaje hasta el asesinato. “Nos empoderamos de la plaza, un espacio público y decidimos que la mejor manera de visibilizar la violencia es a través de las intervenciones”.

Male es disidente. Tiene 20 años y estudia Sociología en la UBA. “El disidente es el que levanta la bandera de ser distinto”, dice y prende un cigarrillo, de esos que se arman. Los disidentes rompen con la hegemonía impuesta por la sociedad: “No sólo aglomera diversidades sexuales sino también incluye dentro del mismo colectivo a los cuerpos gordos, a los positivos de VIH, a todos los que salen de las hegemonías socialmente establecidas. Es real que vas por la calle y la gente te mira extraño, no saben de qué género sos. Me han querido pegar por entrar a baños de varones, y a mí me da lo mismo entrar a uno o a otro. En todos los ámbitos las disidencias son discriminadas”.

A penas un año y medio pasó desde que Male se identificó como disidente. Milita la disidencia. “Es necesario salir y crear espacios donde las disidencias del barrio se sientan cómodas y acompañadas en todas las opresiones que sufrimos. Conozco gente que ha sido echada de sus puestos laborales por su elección sexual, que han sido echadas de su casa siendo menor de edad por ser disidente, y que fueron cagados a trompadas”, cuenta mientras fotografía las banderas que ya están terminadas.

También, mujeres y disidentes organizan el primer festival feminista que se va a realizar allí, en la plaza, el 17 de marzo. Habrá intervenciones artísticas, música, ferias, charlas, información, etc. Y la presencia de una psicóloga y una abogada para asesorar personalmente o a través de un email anónimo.

A las diez de la noche, después de dibujar, pintar y hablar de partos, violencias, disidencias, aborto y patriarcado, la Asamblea terminó pero la plaza no quedó vacía. Allí permaneció la huella de la unión popular, de mujeres y disidentes libres, sin miedo, en lucha. La marca de que todos somos sobrevivientes y que tenemos que empoderarnos para que nunca más haya “ni une menos”.

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