En esta nota encontraran: un economista ruso exiliado en EE. UU., una noble española, una frase en francés y una empresa Británica. Y una promesa incumplida de hablar de los japoneses.
Por Aldo Barberis Rusca
Si bien en el número anterior prometí develar el momento exacto en que verdaderamente comienza la decadencia argentina, quisiera desviarme apenas un momento del plan para atender a otro mito o zoncera. En este caso, adquiere característica no ya de argentina sino que es una zoncera internacional.
Simon Kuznets fue un economista nacido en el año 1901 en la ciudad de Pinsk, en lo que es actualmente territorio de Bielorrusia.
Emigrado a EE.UU. en 1922 concluye sus estudios universitarios en la Universidad de Columbia. Llega a ser profesor en las universidades de Pensilvania, John Hopkins y Harvard. Es laureado con el “Premio del Banco de Suecia en Ciencias Económicas en memoria de Alfred Nobel” en 1971, por sus labores en el estudio del crecimiento económico.
No obstante sus puestos académicos, sus galardones y al hecho de ser el creador del sistema contable de los EE.UU. conocido como Contabilidad; a Kuznets se lo recuerda por algo que dijo, aunque no se sabe a ciencia cierta si lo dijo. La frase que se le atribuye es la archiconocida “existen cuatro tipos de países: los desarrollados, los subdesarrollados, Argentina y Japón”.
Si existe una frase que tiene todos los números para ganar un puesto entre las mayores zonceras conocida es esta. Tiene todo lo que se requiere para entrar por la puerta grande entre las frases de cabecera de cualquier miembro de la “inteligenzia” nacional. Es fácil de recordar, tiene un punto de amarga ironía y crea una falsa idea de pensamiento reflexivo.
La idea general sería que el mundo se divide en dos grandes bloques de países según su grado de desarrollo. En cada uno de esos dos grupos hay un infiltrado que por condiciones, recursos e historia no deberían estar donde están. Japón no debería ser un país desarrollado y Argentina no debería ser un país subdesarrollado.
Según los exégetas de Kuznets nuestro país debería estar entre los más poderosos de la tierra si hubiera continuado en el camino que lo llevó en 1910 a estar entre las economías más desarrolladas del planeta, por encima de varios países europeos y, por supuesto, por sobre todos los de la región.
Mientras que Japón, que en esos mismos momentos ostentaba un desarrollo económico menor que el nuestro, que fue devastado por la guerra, que carece de los recursos naturales que posee la Argentina, que tiene un territorio minúsculo y superpoblado; quintuplica hoy nuestra economía.
Si miramos la situación actual de nuestro país y la de Japón nos inclinaríamos a creer que este análisis es válido sin más. Pero si continuamos leyendo algunas apreciaciones del propio Kuznets, enseguida entenderemos que, o bien la frase no fue dicha por él o el sentido que se le está dando es absolutamente distinto al que quería asignarle el economista.
Situémonos un momento en 1910 como lo venimos haciendo desde un par de notas. Este es el momento en que los analistas consideran que nuestro país se encontraba a “punto caramelo”, que era una potencia mundial, que las vacas engordaban y el trigo y el maíz crecía fuerte en las feraces praderas de la patria y la riqueza brotaba de las macetas. Pero la realidad es un tanto distinta.
Eran los tiempos de las vacas atadas, la manteca al techo y del dicho francés “Il est riche comme un Argentin!” (Es rico como un argentino!). Pero; ¿Qué argentino? Ciertamente no la mayoría.
Los festejos del centenario debieron realizarse bajo estado de sitio para contener las protestas de los trabajadores que podían dar una mala imagen ante los invitados internacionales. Fundamentalmente la Infanta Isabel de Borbón que venía en representación del Rey de España don Alfonso XIII.
No sabemos si el Presidente Figueroa Alcorta habrá hecho alguna referencia a la angustia de los hombres de Mayo ante la posibilidad de enemistarse con su antecesor Fernando VII.
Pero nuestro objetivo no es historiar las protestas del Centenario sino explicar el motivo de las mismas en un país supuestamente poderoso, rico y pujante. Y la respuesta la hallaremos en el mismísimo Kuznets.
Nuestro amigo economista era muy crítico de la tendencia a medir el bienestar en base al ingreso per cápita. Declaró ante el Congreso de los EE.UU. en 1934 que “…es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de su renta nacional (per cápita)…”.
Y años después “Hay que tener en cuenta las diferencias entre cantidad y calidad del crecimiento, entre sus costes y sus beneficios y entre el plazo corto y el largo. […] Los objetivos de ‘más’ crecimiento deberían especificar de qué y para qué…”
Como vimos en el número pasado, Argentina creció a tasas escalofriantes durante el período 1880-1930. Es el que se toma para fijar esa supuesta “edad de oro”. Pero ese crecimiento no llevó ningún bienestar a los trabajadores que trabajaban en condiciones de extrema precariedad.
Es esta la época de los trabajadores golondrina, hombres solos que dejaban a sus familias para ganar un jornal miserable recorriendo el país de la zafral algodón y de la vendimia al maíz.
Los tiempos de los obrajes, de La Forestal, con su régimen de pago con vales para canjear en la proveeduría de la misma empresa. De la Patagonia y la semana trágicas.
Como vimos este estado de cosas se mantuvo hasta la crisis del 30 y el crecimiento no se recuperó plenamente hasta después de la 2º guerra. Pero ya con otro criterio.
Durante ese período (1880-1930) la Argentina creció gracias a la explotación y exportación de sus recursos naturales y de producción primaria y si bien el PBI per cápita estaba entre los más altos del mundo, la distribución era obscenamente desigual y no aportó nada al desarrollo del país.
Y a todo esto; ¿qué pasaba con Japón?
Abusando de su paciencia de lectores el mes que viene veremos en qué andaba el Imperio del Sol Naciente mientras nuestros dirigentes viajaban a Francia con la vaca en el barco.
Y la revelación del momento de la decadencia deberá esperar un poco más aún.