Una noche entre bombos,
espuma, trajes y choris

Durante febrero, Villa Pueyrredón fue sede de uno de los corsos porteños. Así, la esquina de Mosconi y Artigas se transformó en el escenario de murgas de toda la Ciudad. Esta es una crónica de una de esas noches donde la gente del barrio, de variada edad, se acercó a ver los bailes, las canciones y los trajes, y los chicos jugaron y bailaron, al compás de los bombos.

Por Mateo Lazcano

bujinkan illa pueyrredón

Estimado lector: mientras lea este artículo, el retumbar de los bombos van a dominar su oído. Pese a que por ahí esté viendo este ejemplar una mañana con mate y bizcochitos, automáticamente se transportará a una noche de verano, esas donde la brisa nocturna resulta la mejor forma de evadir el calor. Tenga cuidado, porque en cualquier momento, algún chico lo llenará de espuma, más allá de que no esté participando del juego. O le puede pasar por al lado Batman o el mismísimo diablo. Y desde ya que el aroma que impregnará este artículo será muy claro y definido: el del humo de la parrilla cocinando chorizos y hamburguesas.

Pensar en el carnaval porteño es pensar en todo esto. Podrá cambiar la geografía, las murgas y la gente, pero estos elementos permanecen inalterables en el barrio que sea, donde haya un corso. Y el barrio de Villa Pueyrredón, no es la excepción.

Es el último sábado de febrero y como todos los fines de semana del mes, la esquina de Mosconi y Artigas deja de ser el cruce de dos calles para transformarse en uno de los escenarios del carnaval de la Ciudad de Buenos Aires. En cuanto las vallas interrumpen el tránsito, pese a que el sol aún brilla, ya están formadas las brasas en la parrilla, que permanecerá encendida hasta entrada la madrugada. Al mismo tiempo, los puestos de venta de espuma van acomodando las torres de pomos, que se convierten en arma de guerra de decenas de chicos.

Pero todavía falta el plato principal. O en el caso de esta noche en el corso pueyrredonense, los cinco platos principales: las murgas, procedentes de distintos barrios de la Ciudad de Buenos Aires. Todas cumplen una misma dinámica, que por repetitiva y conocida no deja de ganarse la atención y la curiosidad de las familias asistentes al carnaval. Las murgas desembarcan en micros escolares por Mosconi pasando Bolivia. En cuanto descienden a la calle, develan su primera herramienta: el color del traje. Están las combinaciones clásicas, las que remiten a algo, las particulares y las llamativas.

Las murgas se acomodan, “reconocen el terreno”, cual jugadores de fútbol. Toman agua, sabiendo que los esperan minutos de moverse al compás de los bombos, padeciendo el calor. Se dan aliento y arengas. Otros toman los bombos y las banderas que formarán parte del desfile.

Y algunos, como en el caso de “Los endiablados de Villa Ortúzar”, que visitan esta noche Villa Puerredón, preparan el disfraz gigante de goma espuma del diablo, que como símbolo de la murga cierra la formación. Un silbato los convoca. Se forman, prolijos, en un orden determinado con sus trajes rojo y amarillo destacándose. Los chicos, las banderas, los que bailan, los caños con dados y banderas, los bombos y último, el diablo.

En otras murgas hay otros personajes: uno puede ver por las calles de Villa Pueyrredón a Batman, Superman, sacerdotes o brujas.
Empiezan a golpear los bombos y avanzan rumbo al escenario. Chicos, grandes y más grandes se acomodan detrás de las vallas y juegan a observar los bordados de los trajes. Lucas, por ejemplo, recita en voz alta junto a su papá los diferentes escudos de equipos de fútbol que ve. Las estampas son variadísimas: personajes de Los Simpsons o de películas, números, nombres, escudos de partidos políticos, logos de marcas, cartas, frases. Y la gran novedad de estos últimos tiempos, que le explica la nieta a su abuela: emoticones de Whatsapp.

Cuando llega al escenario, la murga toma el control de la noche. El movimiento del corso sin embargo no se detiene. Chicos y chicas corren por las veredas tirándose espuma, adultos se quedan a un costado, apoyados sobre la valla, charlan o incluso se prenden al juego, algunos adolescentes, vestidos como si luego fueran a salir, se reúnen a charlar y miran de reojo, otros tantos se sientan en el cordón de la vereda o en las entradas de los locales, donde de día no podrían estar.

Y también hay mayores, quienes con una reposera se instalan en el medio de la avenida Mosconi y observan la situación calmos y relajados. “Venimos todos los fines de semana, es sano estar acá”, comentan Olga y Víctor.

La murga se presenta y son recibidos con aplausos y vítores cuando anuncian su barrio y su historia. Comienzan con las canciones y glosas, en el momento más creativo de la noche. “Te ponemos al día con las noticias de la política, el deporte y el espectáculo”, introducen.

Y mezclan con rima, ritmo y mucha ironía en la letra a las elecciones pasadas, la Selección Argentina, la represión policial, el Bailando por un Sueño y personajes como Susana Giménez y Diego Latorre.

El público, que forma varias filas tras el vallado, aplaude y acompaña. Incluso desde los balcones vecinos se observan varios grupos de personas mirando y hasta filmando.

El paso de las murgas dura treinta minutos aproximadamente. Por ello es que en la noche habrán pasado entre cinco y seis, dependiendo de la agenda del día. Entre formación y formación hay un bache en el que interviene un presentador, de la organización del corso, que anima y anticipa futuras visitas. También suenan temas populares. Allí los más pequeños se animan a traspasar el vallado y bailan, para delicia de sus padres que registran ese momento.

Una vez realizada la canción de homenaje, que tiene un tono similar a los tangos nostálgicos, rememorando el viejo Carnaval y sus personajes y provoca sonrisas en el público, llega la despedida.

La murga agradece la atención, promete volver y le deja la posta a los siguientes. Sin embargo la retirada es lenta, lleva unos diez minutos entre el saludo y el cese de los bombos. La formación se va desarmando, abundan los abrazos, los choque de cinco, las felicitaciones.

Los murgueros se proveen de agua después de su extenuante participación y se predisponen a las fotos. Los chicos se toman fotografías con ellos cual estrella de rock y les preguntan por sus estampados. También entre ellos se sacan selfies mientras esperan al micro que los llevará al próximo destino.

El corso no es solamente las murgas. Hay una enorme fila de gente para comprar una hamburguesa o un choripán, que se venden a cincuenta pesos. También se beben gaseosas. Para el grupo de chicos de 12 años parado en la estación de servicio de Artigas, que van a un colegio cercano, representa una de las pocas salidas nocturnas que tienen sin estar sus padres presentes.

Además hay familias enteras, padres y abuelos con chicos, matrimonios grandes y jóvenes, o adultos sólos. Lo que se dice un público de variada concurrencia, con vestimenta informal y cómoda: ojotas, shorts, musculosas, camisetas de fútbol, lo que demuestra que vienen de la zona.

“Pasamos un lindo rato, tomamos un poco de fresco y a los chicos les encanta”, dice Laura, que viene con sus dos hijos. Coincide con ella Javier, que trae a su hija de cinco años, luciendo un vestido y trenzas, arruinadas por la espuma que le tiró su primo Sebastián.

Para Juan, en el corso los chicos “se divierten de una forma muy sana y en la calle”. Otro vecino destaca que las murgas “son cada vez más profesionales y se ve mucho ensayo”, lo que, dice, dan más ganas de acercarse.

Del otro lado también terminan satisfechos y agradecidos. “Nos recibieron muy bien, el público es una masa, nos tiró para arriba”, dice Natalia de “Resaca Murguera” de San Cristóbal. “Hace muchos años que no veníamos a Villa Pueyrredón, estamos lejos. Y es excelente el sonido, el vallado y obviamente la gente”, agrega la integrante de este grupo de 120 personas formado en 1998, donde tiene “a mis papás, mi marido y mi hija mayor”. La formación de San Cristóbal es la última en pasar por el corso de Mosconi.

Cerca de las dos de la mañana, la parrilla ya se ve vacía. Poca gente queda en los vallados y ya no se observan casi personas en los alrededores. La cuadra la domina el personal de limpieza del Gobierno de la Ciudad, que recoge sobretodo los pomos de espuma esparcidos por el suelo. La última murga de la noche espera al micro que la lleve a su barrio y en cuanto el último bombo deja de sonar, el silencio de la noche tiñe a esta esquina tradicional de Villa Pueyrredón.

Mañana tendrá autos, locales abiertos y gente caminando en las veredas bajo el sol. Tendrá que hacerse de noche otra vez para quedar dominada por el sonido del bombo, el olor a choripán y la espuma artificial.

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