Entre las zonceras habituales e históricas de nuestro país, hay algunas que se pueden catalogar dentro de la categoría de mitos. Y los mitos como tales suelen ser idealizaciones de realidades que, a poco de escarbar su superficie, pierden todo brillo y esplendor para mostrarse tal como son, pedestres y miserables.
Por Aldo Barberis Rusca
Zonceras: “Argentina es el granero del mundo” se escuchaba en cada conversación hasta bastante entrada la década de 60. “Con un par de buenas cosechas nos salvamos todos” repetían con semblante de entendidos nuestros mayores hinchando de esperanza patriótica nuestros infantiles pechos.
La cosa es que desde entonces han pasado unas cuantas buenas cosechas y de la salvación prometida o esperada aún estamos sin noticias.
Y tal como viene la mano no las esperamos en el corto plazo. Y aquellos esperanzados infantes, hoy tienen la edad de aquellos señores que tan seriamente confiaban en las cosechas. Y mucho menos en su poder salvífico.
El mito del “granero del mundo” y de las cosechas salvadoras tiene su origen a finales del S XIX cuando se establece, por una serie de factores, al agro como motor del desarrollo y el crecimiento del país.
Hasta 1880 las únicas exportaciones de ultramar eran los cueros y la lana de oveja. El resto lo constituían el ganado en pié a países vecinos y poca cosa más. El período 1880-1930 es el conocido como el de la “Argentina Agroexportadora” y constituye esa edad de oro que liberales y conservadores añoran como el paraíso perdido.
Si durante el período 1820-30, gracias a la Ley de Enfiteusis, la propiedad de las tierras se concentró en un reducido grupo de terratenientes (según J. J. Sebreli 538 propietarios, todos cercanos a los gobiernos de Rivadavia y M. Rodríguez, en total obtuvieron 8.656.000 hectáreas), la “Conquista del Desierto” llevada adelante por Julio A. Roca significó un paso adelante; 1.113 propietarios pertenecientes a 37 familias ligadas al poder conservador fueron obsequiadas con 41.787.023 hectáreas.
Solamente la familia Martínez de Hoz, llegada en el S XVII, colaboradora de los ingleses en 1806, ligados desde sus orígenes al contrabando y opositora a la apertura del comercio propuesta por la Revolución de Mayo, fue beneficiada con 2,5 millones de hectáreas.
A partir de 1880 comienzan las exportaciones de carne gracias a la llegada de los buques frigoríficos desplazando a la lana como primera exportación pasando de 20 mil toneladas en el período 1875-79 a 879 mil en 1885-89. Simultáneamente las exportaciones de grano comienzan a crecer llevando la superficie sembrada de 2 millones a más de 25 millones de hectáreas entre 1890 y 1930. En las primeras dos décadas del S XX el país literalmente vivía del campo.
El crecimiento del PBI entre 1900 y 1913 y entre 1917 y 1929 fue a tasas que hoy se considerarían como “Chinas” de un 6,4% anual. Crecimiento solo interrumpido por la Primera Guerra mundial en que cayó casi un 17%, -4,5% anual.
Cuando los economistas liberales hablan de 100 años de decadencia se refieren a este período de enorme crecimiento y en el que la economía de nuestro país se encontraba entre las primeras del mundo. Lo que ocultan es que ese crecimiento y toda esa riqueza beneficiaban a un sector minúsculo de la sociedad, los terratenientes.
Ellos fueron los que construyeron Barrio Norte, luego de huir del sur estragado por la fiebre amarilla, y construyeron los grandes palacetes y Pettitte Hoteles, los que se hicieron traer de Europa los castillos con que adornaron los cascos de sus estancias y los que viajaban por meses al viejo continente llevando en los vapores sus vacas para tener leche fresca durante el viaje.
El grueso de la población vivía miserablemente del trabajo rural, o hacinados en conventillos. Esta fue la población que se mantuvo oculta y reprimida durante los festejos del centenario de la Revolución de Mayo.
A pesar de estas altas tasas de crecimiento algunas voces, dentro del propio núcleo de la clase dirigente, alertaban acerca de un amesetamiento del crecimiento económico y una inminente crisis que se concreta en 1929. Argentina asume el golpe de la caída de la economía mundial y se convence de la necesidad de establecer una política industrial de sustitución de importaciones.
A partir de 1932 y luego de una caída de un 3,6% anual durante los tres años anteriores, el país comienza un ciclo de crecimiento hasta 1958 que promedia el 3,8% anual, volviendo a las tasas “chinas” entre 1959-61 (7,5% anual) y 1963-65 (9,6% anual).
A esto siguió un ciclo más moderado pero que completó un decenio 1963-74 positivo en 5.4% anual. Es en este período en el que se ubican los que hablan de los 70 años de decadencia; particularmente en el año 1949, primer gobierno de Perón.
Como vemos la nueva zoncera de los “setenta años de decadencia” o los cien, según quien lo diga, no tienen ningún viso de realidad. Ambos hitos se encuentran enclavados en períodos de crecimiento genuino, uno en un esquema netamente agroexportador y otro de Industrialización por Sustitución de Importaciones.
Si tienen un poco más de paciencia el mes que viene trataremos de desentrañar por qué se insiste en los setenta años y dónde podemos ubicar el verdadero comienzo de la decadencia argentina.