Gajito de Malvón, música para compartir y reivindicar los sonidos de esta tierra

Gajito de Malvón
Gajito de Malvón, trío integrado por Lucas Davis, Gonzalo Profitos y Nicolás Bai, se formó en un patio de Villa Pueyrredón en la postpandemia y cuenta con un repertorio propio ligado a melodías populares argentinas y latinoamericanas.

Por Juan Manuel Castro

En un patio de Villa Pueyrredón empezaron a sonar las cuerdas. Unas melodías criollas, salpimentadas con el sentir latinoamericano, y unos versos arrabaleros inundaron la tarde tranquila del barrio. Así nació Gajito de Malvón, el trío que desde hace dos años puebla escenarios en ferias, celebraciones barriales y encuentros sociales. Con un repertorio propio en expansión y homenajes reversionados, estos vecinos aseguran que lo suyo es una “música para compartir” y reivindicar los sonidos y lenguajes de esta tierra.

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“Estamos en la búsqueda, pero estamos contentos porque entre los tres nos hallamos el este camino de la sonoridad, de rescatar el espíritu del cantautor y a su vez la tradición de la música popular argentina y latinoamericana”, afirma Lucas Davis, guitarrista, cantante y compositor del grupo, integrado también por el bajista Gonzalo Profitos y Nico Bai en segunda guitarra.

En plena postpandemia el camino de los tres, con experiencias previas en otros conjuntos, se unió casi de casualidad. “Lucas es mi primo, habíamos tenido un conjunto de tango que con lo del coronavirus se pinchó. A Nicolás lo conocimos porque hacía yoga en lo de una antigua pareja mía y así entramos en contacto”, recuerda Gonzalo.

“Un día nos juntamos a armar unos cables, a tocar. Nicolás escuchó lo que veníamos haciendo y vimos que nos gustaban los mismos estilos”, recuerda Lucas.

Así, empezaron las tardes de ensayo, de charla, de música en vivo. La armonía iba más allá de las canciones y la idea de formar un grupo empezó a tomar forma.

Gajito de Malvón se convirtió en su nombre y Lucas se encargó de dibujar el emblema: una guitarra criolla rodeada de pétalos colorados. Comenzaba así la aventura musical gestada desde los patios de Villa Pueyrredón.

Por un lado, esta búsqueda halla su raíz en el repertorio: ya cuentan con un gran número de canciones propias. “Hay cosas del lunfardo antiguo y más modernas”, aseguran. Muchas de ellas se pueden disfrutar en redes sociales o su canal de YouTube.

A la vez, tocan temas de otros artistas de formas reversionadas. “Tratamos de hacer versiones no apegadas, irreverentes”, indica Lucas. Nicolás ejemplifica: “Como hacer un tema del grupo de rock español La Cabra Mecánica en forma de milonga o tomar un tango de Gardel de 1917 y plasmarlo con aires flamencos; es darle la vuelta a las cosas, que mantengan su esencia, pero activar algo nuevo”.

Se trata de tres artistas con experiencia, años de escenarios y con presencia en varios grupos. No obstante, lo viven como algo, más que novedoso, revitalizante.

“No muchas veces me paso en otros grupos tenemos como una especie de percepción colectiva”, celebra Nicolás. Sostiene que esa energía los lleva a enfocarse en la creación, más allá de “pifies o de desafinar”.

Hay un punto clave en este sentir. Cuenta Nicolás que ya en la primaria se había hecho de su primera guitarra, que en la adolescencia y juventud pasó por varias formaciones de distintos géneros. En el presente asegura: “La música con la que mejor me puedo identificar es la de mi región. Pasé por muchas músicas, pero es en la música ciudadana donde encontré algo que me pertenecía y referenciaba”.

De modo similar, Gonzalo señala que desde hace tiempo toca el bajo, aprendiendo de forma autodidacta, por fuera de lo académico. Pasó por bandas con sonidos diversos, desde la cumbia hasta el rock progresivo. En muchos casos, había lugar para la improvisación y fue en el grupo de tango junto a su primo que empezó a leer partituras, a “entrarle más a lo que es la disciplina, si bien no estoy con el metrónomo todos los días, es un cambio para mejor”.

“Ahora, con el grupo siento que todos aprendimos porque a veces nos metemos en ritmos que no son de todos los días, para lograrlo bien hay que ensayar mucho, entender donde entra cada cosa”, indica.

La constancia es algo compartido. “Somos regulares, tenemos la constancia para juntarnos y ensayar”, asegura Lucas y amplía: “Nos gusta tocar ante la gente y también hacerlo puertas hacia adentro. Es un momento especial, te preparás para los recitales y a la vez disfrutás del momento de compartir, esta es una música para compartir; hay una expectativa de que esto sea agradable para el que escucha”.

Con ese impulso, llegaron las primeras presentaciones en vivo. “Al comienzo tocamos en reuniones sociales, ante amigos y conocidos. Era un público que nos contenía mucho, que nos sentíamos muy a gusto”, recuerda Lucas.

Su música empezó a girar en el “boca en boca”, a través de redes sociales. Ellos, siempre activos, empezaron a recibir llamados para tocar en ferias y eventos de instituciones comunitarias.

Así llegaron a tocar en el centenario de la Biblioteca Pueyrredón Sud. “Siempre buscamos tocar lo más posible. Es una satisfacción ver que hay un apoyo transversal a las generaciones, que hay gente más grande y a la vez más jóvenes que disfrutan este lenguaje musical. Quienes conocen los temas que reversionamos, quienes les gustan los sonidos de los temas propios”.

Embarcados en la aventura y seguros del potencial que habita en sus creaciones, Gajito de Malvón no se achica y va por más: “Estas son nuestras palabras, nuestro lenguaje, nuestras sonoridades, queremos seguir creciendo, con un repertorio cada vez más amplio y girar por muchos más escenarios”.

Por las cinco generaciones en Pueyrredón

Lucas Davis integra la cuarta generación en su familia de gente “nacida y criada en el barrio, como decía la gente antes con orgullo”. Sus bisabuelos por parte paterna llegaron a esta zona cuando “el entorno era un paraje rural y muchos todavía le decían kilómetro 14”.

“Mi viejo nació en su casa, como era en esas épocas. Él me transmitió todas las historias de las calles de tierra, el carro lechero, la avenida América, carros a caballo. Era algo rural esto en su época, era un verdadero pueblo”, remarca.

Él también vivió una época especial en estas calles: “En los ochenta me crie acá y estábamos en la calle todo el día jugando, era un barrio tranquilo, de puertas abiertas. Se vivía con las puertas de las casas abiertas. Así estaban las de mi casa y las de los vecinos. Entrabas, salías, yo me iba al mediodía y volvía a la noche. Mi vieja pegaba el grito por la comida. Eso que hoy parece una antigüedad, en realidad no pasó hace tanto”, señala.

Reconoce que el barrio cambió, que hay más edificios de altura y que la conexión del transporte es mayor, lo cual hace imposible jugar a la pelota en la vereda. De todos modos, asegura que se mantiene latente el espíritu comunitario entre quienes eligen este barrio para vivir, que lo quieren y hacen propio en lo cotidiano, en las costumbres. Que hay tranquilidad y de tanto en tanto ese aire de paraje rural tranquilo vuelve a asomar, pese al avance de la modernidad.

“Mi hija ahora viene a ser la quinta generación de la familia. Ojalá que ella también tenga el gen, que desee vivir y querer a esta zona”, concluye Lucas.

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