“A los chicos les gusta el misterio y les atrae
la idea de resolver un enigma”

Graciela Pérez de Lois y Beatriz Fernández, ambas profesoras y licenciadas en letras, escribieron juntas “Entre Larsen y Borneo”, una novela que tiene como epicentro nuestro barrio. La adolescencia, sus conflictos, el primer trabajo, todo en medio de una trama policial. El libro fue presentado en escuelas de la zona con muy buena recepción de alumnos y docentes.

Por Ignacio Di Toma Mues

Beatriz Fernández se define como “una abuelita a la que le encanta contar cuentos” y da cuenta de su amor por la docencia. “Allá por los 17 años empecé a recorrer escuelas en La Matanza haciendo suplencias como maestra de grado. Mientras tanto, estudiaba en la facultad de Filosofía y Letras el profesorado en Letras. Más tarde, trabajé en el nivel secundario y finalmente en el terciario, formando maestros”.

Por su parte, Graciela Pérez de Lois, casi rememorando un programa de los años ’60 que se daba por canal 13, nos dice “Soy porteñísima”. Como Beatriz, estudió en la facultad de Filosofía y Letras y ejerció la docencia. “Trabajé como maestra de primaria, como profesora de secundaria y por muchos años formé maestros y profesores en Lengua. Pero, en un momento, decidí dedicarme a los libros”.

Se conocieron en sus tiempos de estudiantes universitarias y, al decir de ellas, son “hermanas elegidas” y tienen “vidas paralelas”. Cursaron juntas la carrera de Letras, se casaron, tuvieron hijos y nietos en la misma época; trabajaron juntas como docentes, como editoras y como autoras. Y tienen pasión por los libros.

“Hace ya muchos años – cuenta Beatriz – estoy conectada con el mundo de los libros. Mi abuelo me enseñó a leer cuando tenía cuatro años. Y desde allí fueron una compañía constante. Mucho más tarde, empecé escribiendo textos escolares para los niveles primario y secundario. Después aprendí el oficio de editar que sigo haciendo junto con el de escribir cuentos, mitos, leyendas, fábulas o novelas”.

“Aprendí a leer un par de años antes de empezar la escuela primaria’’ comenta Graciela. Y aunque se dedicara a los libros, dice que de alguna manera seguió ejerciendo la docencia ‘‘porque escribí y edité textos para primaria y secundaria. De hecho, me jubilé hace unos años como Directora Editorial de Santillana. Y además, claro, también empecé a escribir novelas, cuentos y algunas poesías para chicos y adolescentes”.

Graciela y Beatriz en la Feria del Libro

¿Cómo nace la idea de escriben juntas esta novela?

(Beatriz) “Compartimos muchas horas de trabajo juntas, muchas escrituras, ediciones. Y así, sin más ni más, un día nos juntamos en un bar (nuestra oficina) y empezamos a pensar en personajes, episodios, lugares”.

(Graciela) “Por mi parte, ya había tenido la experiencia. Antes de este libro habíamos publicado con dos colegas otras tres novelas, también para adolescentes, con el seudónimo de Elisa Roldán. Un día nos preguntamos con Beatriz por qué no intentábamos nosotras dos la experiencia”.

¿Cuál es la técnica para desarrollar un novela con una escritura conjunta?

(Beatriz) “La técnica consistió en juntarnos, armar un esqueleto con los hechos que queríamos narrar, ponerles nombres y rostros a los personajes y largarnos a escribir. Escribimos cada una en su casa un capítulo – ahora ya dudo de cuáles escribí yo y cuáles, Graciela-; nos reuníamos en el bar y los leíamos en voz alta. Les modificábamos todo lo que nos hacía ruido o no nos parecía que iba a funcionar y así fue fluyendo hasta terminarlo”.

(Graciela) “Es una tarea fascinante. Una vez que el texto pasó por las manos de las dos, ya se puede considerar que está listo para presentar a la editorial. Pero también en esto hay un secreto: el respeto mutuo. Las dos valoramos, agradecemos y respetamos la opinión de la otra. No sería posible escribir juntas de otro modo”.

“Pero ahí no termina la historia – dice Beatriz – lo leyó una editora muy sagaz y nos hizo modificar nada menos que el orden de los capítulos: el último se convirtió en primero. Y eso hizo que tuviéramos que reescribir y reescribir, modificar indicios, lo que llevó bastante más tiempo que la primera escritura”.

Parte de la historia sucede en Villa Pueyrredón. El lugar está vinculado con la patria chica de Graciela.

“Viví en el barrio desde los tres años y hasta que me casé – cuenta Graciela – y mi mamá siguió viviendo unos años más. Nuestra casa estaba en Escobar, entre Terrada y Condarco. Recuerdo que de muy chica iba a la feria que se instalaba algunos días a la semana sobre Larsen, si no me equivoco. Es el recuerdo del barrio de casas bajas. Mi casa ya no está. Justo el día en que decidí pasar por ahí para mostrársela a mi hijo, la estaban empezando a demoler. Eso fue hace unos dos años. Mi casa y las de mis vecinos se estaban transformando en escombros. Fue muy fuerte”.

Beatriz tiene sus orígenes en Villa Urquiza. “Mi papá fue uno de los fundadores (chicos que jugaban en un baldío al fútbol) del mítico club Pinocho. Y, como si esto fuera poco, uno de mis hijos vive en la calle Ladines muy cerca de la estación del tren”.

¿Cómo idearon la temática de la novela?

(Beatriz) “Desde un principio sabíamos que queríamos escribir para adolescentes, pensamos en temas en los que pudieran identificarse. En el transcurso de un verano le suceden varias cosas a una familia de clase media, trabajadora, de cualquier barrio de Buenos Aires: el primer trabajo, el descubrimiento del cuerpo y la insatisfacción propia de la edad, los primeros amores. Y el condimento policial enriquece el argumento. Siempre decimos que es una novela iniciática”.

(Graciela) “Una de las cuestiones que nos atrae es la posibilidad de identificación. Nos gusta que los lectores se identifiquen con los personajes. Para eso, nuestros ‘seres de papel’ tienen que sentir y vivir lo que sienten y viven los chicos de esa edad. Por eso abordamos temas como los problemas familiares que traen el trabajo precario y la falta de dinero, o las preocupaciones de los chicos (la anorexia, la ilusión por el cuerpo perfecto), y el tema del rito de iniciación que, traducido a nuestro tiempo, se plasma en la primera salida del hogar y el primer trabajo. Y sabemos que a los chicos les gusta el misterio y les atrae la idea de resolver un enigma. Por mi parte, soy lectora de policiales, es un género que me gusta mucho”.

“Entre Larsen y Borneo” fue presentada por Beatriz y Graciela en las escuelas, entre ellas varias de Villa Pueyrredón y Urquiza: Grecia, Leopoldo Lugones, Beata Imelda, Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de Luján, Fray Mamerto Esquiú, Fray Luis Beltrán, Luis Pasteur y República de Nicaragua, y la escuela Alte. Blanco Encalada de Villa del Parque.

“Fue siempre muy bien recibida. El reconocimiento de ciertos lugares que de algún modo ‘les pertenecían’ creaba una empatía muy especial. Varones y mujeres se conectaron con la historia. Claro, las chicas seguían más la historia de Luchi o Paula, y los varones se engancharon más con Matías o Esteban. Eso sí, todos esperaban un final más cerrado. Con moño y todo” asegura Beatriz.

“Tuvimos charlas – cuenta Graciela – con los chicos en varias escuelas de Villa Pueyrredón y de otros barrios. Esperemos que los docentes que nos invitaron lean esta entrevista: va de nuevo nuestro agradecimiento! La reacción fue increíble. Es maravilloso lo que los chicos descubren en la novela. Y lo que les llama la atención. No es que haya muchas diferencias entre chicas y varones, pero puedo decirte que, en general, a ellas les interesaban mucho el tema de la anorexia y, por supuesto, las relaciones amorosas entre los personajes. Nos criticaron que dejáramos ese tema abierto. Los varones se inclinan más por lo policial y por las cuestiones vinculadas al trabajo. Y, por supuesto, nos preguntaron por qué el protagonista es hincha de Racing. En la próxima novela le tocará elegir a Beatriz… seguro que habrá un hincha de Boca”.

Beatriz comenta que los temas que se plantean son atemporales, “pueden cambiar algunos condimentos tecnológicos, algunas cuestiones como el tema de la anorexia más típica de estos últimos años, pero la necesidad de socializar, de juntarse con amigos, de aprender a separarse de la familia para encontrar el propio rumbo, son cuestiones de todos en todos los tiempos”.

“Absolutamente en todos los casos reconocieron el club 17 de Agosto – explica Graciela -muchos por ser socios o por ir a competir desde otros clubes. También les parecían reconocibles las calles y los modos de vida, sobre todo el compartir con el grupo de amigos las horas de ocio y los secretos”.

Por último, un dato de color, una travesura de las escritoras, que como le gustaba hacer a Hitchcock en sus películas, aparecen en una escena de la novela, casi fuera de foco, apenas unas voces.

(Graciela) “Beatriz, fue la autora de la “travesura”. Recuerdo el día que nos reuníamos para leer ese capítulo y ella me dijo: ‘Escribí una picardía. ¿A ver si la encontrás?’. Nos reímos muchísimo, y nos encanta cuando la descubren. El primero en descubrirla fue el gerente que tenía que mandar a imprimir el libro. Cuando le llegó el primer ejemplar de muestra leyó la novela y me dijo: ‘Las encontré en la parte de las dos señoras que hablan en el bar’”.

(Beatriz): “¿Por qué lo hicimos? Porque nos gusta jugar. Muchos chicos reaccionaron y les gustó mucho haberse dado cuenta”.

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