Con cuatro meses de confinamiento a cuestas, los centros culturales generan alternativas para sobrevivir a la pandemia: florecen ideas como el delivery de comida o promociones para el día después, a la vez que denuncian problemas para acceder a tiempo a fomentos estatales.
Por Juan Manuel Castro para la Cooperativa de Editores Barriales EBC
Detrás de esas puertas y persianas cerradas, están los motores culturales de la ciudad de Buenos Aires. Clases por plataformas virtuales, delivery de comida, promociones para canjear al terminar la cuarentena. Los responsables de los centros culturales porteños apelan a la creatividad para subsistir, pero no ocultan su incertidumbre ante el futuro. “Fueron los primeros en cerrar, también serán los últimos en abrir”, cuenta Santiago Mazzanti, referente del Teatro Mandril de San Cristóbal.
El Movimiento de Espacios Culturales y Artísticos (MECA) informó en sus redes sociales que “peligran más de 450 espacios culturales que son la fuente y lugar de trabajo” de miles de personas. “Hoy solo con nuestro esfuerzo no alcanza”, exponen y solicitan “respuestas concretas” del Ministerio de Cultura porteño.
La entidad colega Espacios Escénicos Autónomos (ESCENA) comunicó también a través de sus redes sociales que ya cerraron al menos tres centros culturales porteños en aislamiento: Espacio 33, de Boedo; Casa Indómita, de Balvanera; y una sala de Caballito cuyos dueños no quieren dar a conocer su situación.
Uno de los motivos, dicen, es el “tiempo burocrático” y las demoras del Gobierno porteño para pagar subsidios destinados a fomentar y proteger la actividad, como los otorgados a Proteatro, Prodanza y Bamúsica. ESCENA asegura que no se efectivizan “pagos de recursos ya asignados”. Lo ratifica Mazzanti: “Ya no se trata de pedir ayudas, si no de pedir que se ejecuten rápidamente”.
Jimena López, de Espacio 33, una de las tres salas cerradas durante la pandemia, asegura que uno de los motivos por lo que esto ocurrió fue la demora en la llegada de los subsidios del Gobierno de la Ciudad. Ejemplifica que Espacio 33 accedió al Plan Podestá del Instituto Nacional del Teatro (INT), un fomento similar a los porteños. Ese monto garantizó el pago del alquiler, pero había que cubrir cuentas y salarios, todo sin generar recursos ante la falta de actividad artística.
“Los espacios no cierran porque la gestión que hagamos es mala, la fragilidad del circuito es muy grande. En el sector independiente se trabaja mes a mes, este parate es una tragedia. Los subsidios son imprescindibles en este contexto para no cerrar”, reflexiona López.
Precisamente, en relación a los alquileres, la Cámara de Clubes de Música en Vivo, MECA y ESCENA pidieron contemplaciones bajo la figura de “fuerza mayor” del Código Civil y Comercial de la Nación. En los hechos, hay un tira y afloje entre partes. Por este motivo debió cerrar también, tras solo seis meses de vida, la nombrada Casa Indómita. No podemos pagar la totalidad del alquiler, y lo que llegamos a juntar por mes, para la otra parte, es poco”, explican sus referentes. Y apelando a la solidaridad de los locadores de los espacios reclaman que se flexibilicen los contratos de alquiler.
Sin actividad, algunas salas tienen ingresos mediante la venta de alimentos. Sebastián Moreno, director de Teatro Carnero de Villa Devoto, cuenta: “Tenemos un pequeño ingreso con un almacén natural y hacemos entrega de verdura orgánica, funcionamos como nodo del proyecto Más Cerca es Más Justo”.
De modo similar, desde el Mandril dicen: “Estamos vendiendo comida, lo cual genera una pequeña ayuda económica y único ingreso para quienes integran la cooperativa que administra el teatro”.
Las promociones para cuando culmine la pandemia son otra fuente de recursos. Así se maneja el Salón Pueyrredón, una meca del punk en Palermo. “Lo más importante en este momento es cuidar la salud, pero en el mientras tanto, ante la imposibilidad de generar ingresos, pedimos una mano vendiendo entradas anticipadas para cualquiera de nuestros espectáculos a futuro”.
Otros espacios culturales buscaron reinventarse con eje en lo digital y un fuerte apoyo de sus socios. Consultamos a integrantes de la Sociedad Friulana Buenos Aires, con 93 años de vida y medio siglo en Villa Devoto. Muchos de los 300 socios pagaron uno o varios años por adelantado para sostener la institución durante la pandemia. Además, la comisión directiva creó una plataforma virtual para dictar casi 30 talleres, que incluyen idiomas, danzas, cultura.
“Hay estudiantes de todas partes del mundo, es la parte buena que nos mantiene entusiasmados y juntos”, cuentan. Detallan que el Gobierno nacional paga, durante el aislamiento, la mitad de los salarios de las administrativas mediante el programa de Asistencia al Trabajo y a la Producción (ATP). La otra mitad se consigue con las cuotas de los talleres.
Al ver que el aislamiento se extenderá con la sustentabilidad de los espacios culturales sin resolverse, sus impulsores esperan lo mejor y se preparan para lo peor. Desde la Sociedad Friulana sintetizan: “No queremos que esto se muera, hay mucho puesto acá. En cada rincón del edificio se ve el cariño puesto de su gente”.