Comedores comunitarios, el último dique de contención

Villa Pueyrredón solidario
300.000 personas se alimentan en comedores o dependen de la entrega gratuita de alimentos para poder comer en la ciudad de Buenos Aires, según estimaciones extraoficiales. Diferencias y aspectos comunes de estos espacios de contención social que durante la pandemia han visto multiplicada su demanda.

Por Mateo Lazcano, para la Cooperativa de Editores barriales EBC

Las cifras actualizadas sobre la pobreza y la indigencia en el país dieron cuenta de una dramática situación económica y social. Millones de argentinos tienen ingresos insuficientes siquiera para alcanzar la canasta alimentaria, por lo que dependen indefectiblemente de terceros para poder alimentarse. En la Ciudad de Buenos Aires, el distrito más rico del territorio nacional, casi el 8% de su población es indigente.

Ante tal cuadro de realidad, los comedores comunitarios tienen un rol fundamental para garantizarle a esta franja de la población al menos un alimento diario. Pero las voces de quienes los coordinan muestran que, en los hechos, actúan como algo todavía más importante: son una referencia, una contención y componen parte del núcleo social de las personas a las que asisten.

Reportes de organizaciones sociales con presencia activa en el territorio indican que hay cerca de 4000 comedores en la superficie porteña. Es algo que no resulta sencillo medir, dado que entre estos se encuentran los oficialmente registrados ante el Gobierno y los no oficiales. Para estos últimos, el sacrificio en su tarea es doble, ya que además de brindar el servicio deben encargarse de autogestionar las provisiones y la comida que entregan.

Si bien las 15 comunas presentan una composición heterogénea en cuanto a su estructura socioeconómica, cada una de ellas tiene al menos un comedor, lo que da cuenta de que las cerca de 300 mil personas que concurren a estos establecimientos están distribuidas en toda la geografía porteña.

Comedores por toda la ciudad

En La Boca, sobre la calle Necochea 779, funciona hace 32 años el Centro Comunitario Copitos. Cecilia Pérsico es una de las encargadas de brindar el servicio de comedor junto a otras 16 integrantes que se dividen en dos grupos. De lunes a viernes se alimentan allí 450 personas. “Pero no recibimos esa cantidad de raciones, para nada”, comienza aclarando su coordinadora.

Ella afirma que el hecho de tener que agrandar la ración enviada es una costumbre que siguen hace largo tiempo. “Todos los días nos acercan el alimento fresco, como la carne, la fruta y el pan. Y una vez por semana, el seco”, detalla Cecilia. “Hay un menú estipulado y tratamos de seguirlo, pero no en el mismo orden”, comenta. Esto tiene una explicación: suele pasar que las personas elijan según el día a qué comedor ir. Entonces, la opción es hacer una combinación en el menú y que no se sepa antes, de manera de poder guardar expectativa y asegurarse que las personas vengan siempre.

Allí toman asistencia, con el fin de tener noción de quiénes se acercan con regularidad, dada la condición “nómade” que tiene usualmente la población en situación de calle. “Siempre tenemos demanda porque nos derivan mucha gente desde el hospital Argerich o salitas médicas. Entonces es bueno saber si alguien dejó de venir para poder recibir a alguien nuevo y no estar guardándole el plato”, afirma la integrante de Copitos.

Otro comedor de características similares es el “Señor de los Milagros”, del barrio La Carbonilla, de La Paternal, que alimenta a 350 personas. “A más, lamentablemente no podemos llegar”, dice Susana Cárdenas, su coordinadora. Como en el ejemplo anterior, señala que la entrega del Gobierno de la Ciudad implicaría que 215 sean los platos servidos. Al resto llegan incluyendo la donación de vecinos, vecinas e instituciones. Sus ocho cocineras, divididas en dos burbujas, comienzan su labor a las 7 de la mañana para dar el almuerzo. “Hay un problema de presión de agua y recibimos muy poca, de manera que se tarda mucho”, describe Susana.

En paralelo a los comedores clásicos, la Ciudad tiene otros servicios que cumplen el mismo objetivo, pero con una estructura menor e incorporando otros elementos. En el Barrio Mitre, de Saavedra, funciona el merendero “Mi barrio es mi patria”, administrado por militantes del Movimiento Evita. Allí servían la merienda lunes, miércoles y viernes a 70 niños y niñas de entre 4 y 12 años. La cuarentena interrumpió esa dinámica, pero no hizo que deje de llegar el plato. Desde entonces, lo entregan “puerta a puerta”.

María Fernanda Pavón, una de sus coordinadoras, menciona que, además de compartir la merienda, esos momentos servían para realizar actividades y estar en contacto con los niños y niñas. Esa parte, muy paulatinamente, está siendo recuperada después de un año y medio de perderla. Sin embargo, cuenta, para el Barrio Mitre el merendero nunca dejó de ser un lugar de referencia, independientemente de los momentos de entrega de alimento. “Por más que no esté funcionando, nos pasa que golpean la puerta, vienen a consultar cosas, saben que estamos”, explica.

Las ollas populares son otra alternativa, y vivieron un auge durante el final del gobierno de Mauricio Macri y la llegada de la pandemia. La Asociación de Fomento “Manuel Belgrano” de Floresta, ubicada en Tres Arroyos 3861, entrega 80 platos a través de estas ollas todos los viernes. Su organización es autogestiva.

“La Ciudad no nos da bolsones, lo autogestionamos con vecinos, o con personas que se enteran por las redes sociales. No tenemos subsidios de nadie, todo es ad honorem”, revela Natalia Gatta, una de sus organizadoras. Por todo esto, el menú depende del alimento que sea donado, y en base a eso se va elaborando cada semana.

“El trabajo social implica muchísimo esfuerzo. Lo hacemos a pulmón, restándole tiempo a nuestra familia y dedicándolo a asistir a los vecinos que lo necesitan, con mucha alegría y compromiso por ello”, indica Natalia, ejemplificando una realidad común a las otras voces entrevistadas.

Susana, de La Carbonilla, vincula su labor con la contención social que necesitan ante este cuadro muchos de quienes concurren al comedor. “Nos pasa mucho que nos dicen: ‘Hoy no se pudo conseguir una changa’. Entonces nosotros buscamos darles ánimo, decirles que mañana van a tener mejor suerte, apoyarlos”, comenta.

Cecilia, de Copitos, enfatiza el hecho de que, aun integrando el registro oficial de comedores de la Ciudad, realizan una tarea voluntaria y deben generar más recursos. “Además del alimento, nos brindan un subsidio, pero alcanza solo para pagar la luz y el gas”, señala.

Desde el merendero del Movimiento Evita en Barrio Mitre, Fernanda menciona el trabajo que hacen con las escuelas de la zona y el rol que jugó su espacio especialmente en 2020, cuando las instituciones escolares estuvieron cerradas y entregaban cada 15 días bolsones de alimentos. También cuenta que cada mes celebran los cumpleaños de los chicos y chicas que cumplen en ese período, haciendo un pequeño festejo comunitario.

Si bien pertenecen a geografías, formas de organización y hasta cantidades de asistentes distintas, todos estos comedores coinciden en un aspecto: el número de personas que se acercaron a buscar alimento se incrementó fuertemente en la pandemia. Y desde entonces, no se registra un retroceso considerable, lo que da cuenta de que la situación social está lejos de aplacarse.

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